"Dark", última temporada: El fin es el comienzo, el comienzo es el fin

Por: Elisa Montesinos | 29.06.2020
Existe una mala costumbre en el mercado latinoamericano y estadounidense de explotar las minas de oro hasta secarlas (otro perverso legado neoliberal), cosa que no ocurre en otras latitudes. Para Dark, tres temporadas fueron suficientes para encantar e hipnotizar a sus fanáticos y a los que recién vienen entrando en su retorcido mundo. Punto. Algo que debiéramos aprender por estos lares porque muchas veces, menos es más.

Son escasas las series que provocan tanto revuelo al anunciar su temporada final. Desde hace meses los medios y redes sociales venían hablando del 27 de junio de 2020, o más bien, del “fin del mundo”. Concepto inteligentemente instalado por la serie alemana Dark, que desde su primera temporada, estrenada el 2017, se convirtió en un fenómeno mundial, concitando de inmediato la atención casi obsesiva de una gran cantidad de fanáticos, algo extraño para un producto audiovisual de habla no inglesa. Se trata de una anomalía televisiva quizás solo similar a la ocurrida con la española La casa de papel; agradables sorpresas que hoy por hoy, entregan las plataformas pagadas en línea, abriendo la posibilidad al espectador de explorar ofertas diferentes a las del sobrevalorado e invasivo mercado estadounidense.

Dark tiene todos los elementos para hipnotizar al espectador asiduo a la ciencia ficción: por una parte, un apocalipsis inminente que sus protagonistas deben impedir, aunque no tardamos en descubrir que el destino trágico profetizado debe cumplirse de una u otra forma. Por otra, acciones que ocurren, al menos en la primera temporada, en tres momentos históricos diferentes (2019, 1986 y 1953), aunque en sus siguientes entregas esta cronología se incrementa a un rango más extenso, abarcando desde 1888 al 2052. Esto, por supuesto, nos plantea un juego mental bastante exigente para entender la influencia e importancia de los personajes principales y secundarios en cada momento de la historia, no solo por sus viajes en el tiempo, sino porque además hay “versiones” diferentes de cada uno dependiendo del momento pasado o futuro; es así que sus vidas e historias se entrelazan conformando las variadas líneas narrativas de la serie. Y por último, aunque no menos importante, las pinceladas que nos entregan muchos de sus capítulos, que van desde la crítica a los riesgos en el uso de la energía nuclear, secretos conflictos familiares, abandono, soledad, amor y desamor. Todos ellos, ingredientes que afortunadamente, suman en escala ascendente a una historia compleja, pero al mismo tiempo muy bien narrada, casi sin dejar espacios para dudar de los planteamientos cuánticos que trascienden de cada uno de sus capítulos.

Baran Bo Odar y Jantje Friese, los creadores de la serie, salen bien parados de ese desafío. Algo no menor considerando que la mayor parte de las historias que tratan de viajes en el tiempo y saltos cuánticos suelen fracasar rotundamente al cometer errores infantiles en su cronología, planteamiento de realidades alternas y mundo paralelos. De ahí también la ansiedad y el temor por esta última temporada, en una época en que aquellos capítulos finales tan esperados de muchas series que han concitado la atención de millones de fanáticos,  terminan en honda decepción. Por eso, traté de quitarme de encima la mufa y sentarme, ajeno a cualquier spoiler, a disfrutar de estas últimas ocho ediciones.

No voy a ahondar en los planteamientos dibujados al final de la segunda temporada que dan pie a esta nueva entrega, donde el lazo amoroso entre Jonas (interpretado en tres etapas de su vida por Louis Hofmann, Andreas Pietschmann y Dietrich Hollinderbäumer) y Martha (Lisa Vicari, Nina Kronjäger y Barbara Nüsse) se convierte en el nudo dramático principal. Sí debo decirles que el miedo que tenía a que Dark tomara rumbos facilistas, cayera en las soluciones obvias o se resolviera con un par de momentos Deus ex machina, casi se hace realidad… pero no fue así. 

Por momentos las explicaciones obvias abundan y convierten un par de capítulos en una especie de refrito innecesario que solo logra mantener la atención por dos de las características que más admiro de Dark: su impecable fotografía y una banda sonora que logra, con creces, mantener una tensión constante. Quizás aquellas secuencias que me parecen forzadas (o simplemente, relleno para cumplir con los ocho capítulos) no sean superfluas para quienes ven por primera vez la serie o precisan de un complemento para focalizarse de mejor forma en sus hilos narrativos. El problema es que por momentos sentí que estaba otra vez ante una catástrofe inevitable. Por suerte, la trama no tarda en levantar vuelo otra vez y de manera brillante, casi sin cometer errores para anudar cada uno de los lazos pendientes dejados por los personajes y su constante peregrinaje entre futuro y pasado.

A la vez demuestra otro punto muy interesante: no es necesario “estirar el chicle” más allá de lo necesario. Existe una mala costumbre en el mercado latinoamericano y estadounidense de explotar las minas de oro hasta secarlas (otro perverso legado neoliberal), cosa que no ocurre en otras latitudes. Para Dark, tres temporadas fueron suficientes para encantar e hipnotizar a sus fanáticos y a los que recién vienen entrando en su retorcido mundo. Punto. Algo que debiéramos aprender por estos lares porque muchas veces, menos es más.

Con un elenco sólido, sostenido sobre un envidiable trabajo de casting para mostrar a los personajes en las diferentes épocas de sus vidas, Dark tiene una abanico de razones que explican por qué se convirtió en una serie de culto: las dosis de drama están perfectamente enlazadas con diversos géneros de la ciencia ficción, que van desde los coqueteos con la física cuántica hasta las sectas secretas que dominan el mundo, un par de taglines memorables (“El fin es el comienzo, el comienzo es el fin”, “así fue creado el mundo”), una sólida construcción narrativa que apuesta por un superficial confusión, aunque está exquisitamente bien armada, sin minimizar la lucha épica que los personajes principales llevan adelante, ahorrándose explicaciones excesivas a las que el cine y la TV nos tienen tan mal acostumbrados, recordándonos una norma que debiera ser sagrada: el público no es tonto y por lo general es más inteligente que los guionistas. De ahí que el juego en que involucra al espectador sea tan interesante y entretenido, pues, en la comodidad de nuestros sillones, nos hace participar de la aventura espacio-temporal que plantea. Y eso es un tremendo aunque escaso logro en estos tiempos de comida rápida ya masticada por los escritores de turno para que el espectador se trague una cucharada tras otra de productos sosos y desechables, lo que convierte a Dark en un plato capaz de deleitar hasta los paladares más refinados.

Las tres temporadas, disponible en Netflix.