TV| Antisororidad y medios de comunicación: El espectáculo de la asistencia pública que no logra cubrir a toda la población

TV| Antisororidad y medios de comunicación: El espectáculo de la asistencia pública que no logra cubrir a toda la población

Por: Elisa Montesinos | 20.05.2020
Teleseries extranjeras, teleseries repetidas, programas de cocina, los Simpson, ¡por favor! Nada del área cultural. Observo con estupor una nota de canal 13 sobre el Banco Central: diez minutos de secuencia repetida mostrando fajos de billetes, dólares y pesos; literalmente contando plata delante de los pobres. ¡Qué falta de empatía! Cómo no entienden que fuera de las sólidas paredes de sus canales hay todo un mundo cultural en crisis: músicos, escritores, ilustradores, audiovisualistas, compañías de teatro, diseñadoras, artesanas, sin espacios de trabajo aquí en Santiago y en regiones, con nada en la despensa.

La situación económica y psicológica desde el estallido social hasta la actual pandemia de quienes entran en la categoría de no esenciales para el poder se deteriora progresivamente. Al igual que los maestros chinos que cambian de máscara en un parpadeo, los medios de comunicación cambiaron sus logos y lemas para posicionar al coronavirus como tema único de debate 

Antes de esta pandemia mundial, políticos y periodistas enfrentaron duras críticas por años de indiferencia ante la acumulación de abusos. El movimiento social chileno experimentó el mayor auge visto en décadas. El foco estuvo en las movilizaciones y asambleas por un cambio radical en el sistema que se concretaría con la redacción de una nueva Constitución. Se criticó la institucionalidad de Carabineros y la violencia de Estado con imágenes grabadas en las calles. Todo esto con grandes sacrificios humanos: jóvenes mutilados, gente muerta, estudiantes encarcelados que aún esperan sentencia. A esto se suman ahora los inmensos costos económicos para comerciantes y trabajadoras privadas de sus fuentes de ingresos.

En marzo, los viajeros trajeron la epidemia como souvenir a casa, la imprudencia la dispersó. Hoy, con el gran Santiago en cuarentena total, los medios se vuelcan sobre el espectáculo de la asistencia pública que no logra cubrir a toda la población. Mientras tanto, la incertidumbre y el desespero aumentan en la medida que se acumulan los meses sin ingresos con todos los gastos de siempre al alza. Mala época para la ley anticapucha.

Cuando lo urgente aplasta lo importante 

La verticalidad del sistema político y de medios de comunicación pasa por alto las voces de un grupo social del que ningún asalariado quiere hablar, ni mucho menos ayudar, aquellos no esenciales que no tienen ahorros, autos o segundas casas en la playa donde escapar, tampoco un patio o un horno para seguir las recetas de la tele. 

Esa tendencia avasalladora de políticos, publicistas, periodistas, editores y medios de comunicación por cerrar filas en torno al virus, por un lado inocula miedo y ansiedad, y por otro, respalda decisiones que la ciudadanía no entiende: arriendo millonario del espacio Riesco en vez de ordenarle al sistema privado de salud aliviar la carga de hospitales públicos; apertura de centros comerciales antes de alcanzar el punto máximo de la pandemia; militares en las calles controlando ferias libres con fusiles, en lugar de ponerse unos guantes de látex y dar apoyo a las labores sanitarias. Durante las mañanas se habla de enfermedad y muerte en los canales abiertos para dar paso a los concursos: el acceso al dinero con show. No se habla de Palestina ni del presidio de Assange, mucho menos de la limpieza étnica en tierras mapuches o de quién redactará la nueva Constitución. La agenda noticiosa sin cubrir es extensa.

Teleseries extranjeras, teleseries repetidas, programas de cocina, los Simpson, ¡por favor! Nada del área cultural. Observo con estupor una nota de canal 13 sobre el Banco Central: diez minutos de secuencia repetida mostrando fajos de billetes, dólares y pesos; literalmente contando plata delante de los pobres. ¡Qué falta de empatía! Cómo no entienden que fuera de las sólidas paredes de sus canales hay todo un mundo cultural en crisis: músicos, escritores, ilustradores, audiovisualistas, compañías de teatro, diseñadoras, artesanas, sin espacios de trabajo aquí en Santiago y en regiones, con nada en la despensa. 

Segregación mediática

La nueva onda es el Zoom, el teletrabajo, la nueva normalidad, el mensaje seudosolidario de que todos estamos juntos en esto en igualdad de condiciones. Pues no, no es así: la segregación es real, no hay voces regionales en pantalla, además de un par de alcaldes. Urge incorporar audiovisual hecho en regiones. La educación virtual es para quien pueda pagar internet, el computador o el celular. No hay equidad y la pandemia no es el único tema en la agenda del país.

Mientras, los editores se adaptan y aplican la fórmula: la nota de prensa sobre el emprendimiento de mascarillas, la cámara en el cité de los migrantes, la tribuna semanal para Lavín e Iván Moreira, con la imagen de Jaime Guzmán al fondo. Por su parte, el gobierno se toma la pantalla de la televisión abierta para ordenar el distanciamiento social, dar cifras del avance del terror, ofreciendo deuda en formato de créditos blandos en vez de otorgar la renta mínima como recurso directo para aguantar este encierro obligado.

Otro fin de mundo es posible

Como dice el grafiti en la pared del barrio, otro fin de mundo es factible si se cambia la perspectiva. Pensar las políticas públicas y de medios de comunicación desde un cambio de paradigma invita a trabajar desde la colaboración y entendiendo que la solidaridad no basta, pues implica mantener el status quo en las relaciones. Se requiere de un actuar autocrítico y transformador de cada vínculo con la sociedad para modificarlo en favor de un ordenamiento circular que dé la misma importancia a un político que al recolector de basura. ¿A quién le importan un par de joyeras veteranas que no consiguen oro para trabajar? ¿Las pescadoras? ¡Las hortaliceras mapuches! Son invisibles y bajo el contexto actual: no esenciales

Tras este sector considerado no esencial para el país, está el más desfavorecido e informal, ese que está fuera de todo margen. Lo que muchos empleados llaman el lumpen, ese que se encuentra cochino porque no tiene baño para ducha, ese que lava autos y aspira bencina para matar el hambre, ese que con rabia pasa por el barrio rompiendo vidrios de los autos sin robar nada, porque solo es rabia y desespero. Ese que no puede entrar en su casa porque está expuesto a las balas de la pobla, esa que no tiene guagua ni ficha social ni menos para pagar Fonasa, ese al que no le quedan dientes, ese que les afea el paisaje.

En un país patriarcal, dogmático y dividido por las diferencias políticas como este, se magnifica la criminalización mediática de acciones comunitarias populares como las ollas comunes, relacionadas hace poco con el narcotráfico. Ese es el ojo antisororo. Es hora de abrirle paso a esa sabiduría ancestral femenina que reordene y distribuya con otro criterio los espacios en los medios, el dinero y la ayuda tan necesarios en estos tiempos en que da miedo hasta respirar.