VOCES| Esa inconsciencia de entregar cincuenta mil pesos que todos saben no alcanzan para comer un mes
Ni la revuelta social dejó ver tan claro la pobreza instalada, esa que vive al día, desde el hombre y la mujer de clase media, endeudada por siempre, que no pueden acogerse a los nuevos créditos que ofrece el gobierno, porque están atrasados con los pagos anteriores. A los informales, a los que comen de su trabajo diario, con apenas un techo y un sistema de salud del cual desconfían pues llevan años esperando que les cumplan promesas que se las lleva el viento. Algunos ni siquiera tienen la certeza de ser tan pobres como para recibir la migaja estatal.
Es gente que quedó al margen de los marginados, que no calificó para el bono porque tiene una jubilación miserable o una pensión de invalidez por la cual sin importar lo ínfima que sea, ya se le considera cubierto; tiene “algo” para seguir en tiempos donde los cambios sociales quedaron suspendidos.
Esa inconsciencia de entregar cincuenta mil pesos que todos saben no alcanzan para comer un mes, haciéndolo aparecer como una solución; la manera en que el gobierno reacciona frente a la necesidad de sus ciudadanos desprotegidos, son medidas que sirven para exhibición mediática, otro “algo” para tranquilizar el momento, para vestir de lujo la dádiva paupérrima.
Es otro Chile con el que soñamos.
No es volver a esa normalidad anómala, por más que le cambien el nombre. Se trata de la misma burla, pero agregando el miedo de siempre, ese que antes habló de una guerra y ahora se presenta como un futuro del terror, palabras que el presidente se encarga de repetir para que no se nos olvide que debemos permanecer callados y obedientes. No solo no vinieron nunca los tiempos mejores, sino que vienen los peores y bajo este pronóstico aterrador, no se les ocurra alegar, juntar rabia, interrumpir el plan de retorno seguro.
Es incorrecto criticar porque el Estado puede lavarse las manos como nunca antes, la pandemia es la culpable y si las cifras de contagio aumentan, fueron los ciudadanos irresponsables que no hicieron caso a las medidas repetidas una y otra vez.
Si la gente se agrupa en filas de alto contagio para hacer trámites, son los funcionarios públicos que se resisten a responder al llamado épico de servir.
Si un barrio entero se contagia, son los inmigrantes tozudos que infectaron a todos.
Si el nivel de escolaridad cae y los niños colapsan las urgencias, son los profesorxs que se niegan a seguir una orden.
Una vez más el gobierno aparece hablándole a un país desconocido, mientras el resto aprieta los labios y obedece, porque no tiene otra salida.
Nos dicen que esta nueva forma de vida tiene reglas diferentes. Debemos exponer a niños y niñas enviándolos a clases, de lo contrario no serán vacunados y se enfermarán, como si la responsabilidad fuese de los padres y profesores que no tuvieron las vacunas a tiempo. No mencionan que esos niños volverán a sus casas y contagiarán a sus abuelos y abuelas ¿Se transformarán en asesinos como le dijo el ministro a Francisca Crovetto? O con tal de no decir la verdad, se cambia el discurso y ahora ya no sirve usar esa frase que en su momento fue tan dramática.
Se agrega a la urgencia por hacerlos volver, el hecho que se están atrasando, pueden repetir el año, no resultó la educación vía internet. No tenían todos computadores o líneas de conexión. ¿No había catastro ni información al respecto? Cada vez que nos mostraron, durante años, las escuelas con conexión digital, al parecer no pasó de ser una apariencia de modernidad que no era tal.
Comenzaron con una modalidad de enseñanza, que de haber funcionado habría dejado a todos los niñxs de Chile conectados. Pero la abandonaron justo cuando la comunidad escolar y las municipalidades estaban haciendo grandes esfuerzos por lograrlo, conscientes de que era un paso gigante en esta nueva forma de aprender.
Una crisis siempre es difícil, genera sufrimiento y dolor, más aún si se trata de salud y sobrevivencia. Pero también es una oportunidad de revisar lo viejo y abrirse a las transformaciones que tal vez, de otra manera, no se hubiesen presentado frente a nuestros ojos. Para eso es necesario un gran coraje. Para un gobierno es atreverse a reconocer errores, a ser transparentes, entregar la información completa, devolvernos una confianza deteriorada después de tanto abuso, no apostar a que la memoria es frágil.
Las personas hemos tenido tiempo de pensarnos, de mirarnos hacia adentro, de valorar nuestra comunidad. Estamos en una soledad forzada y nos extrañamos. No podemos tenernos como antes, se volvió una joya una tarde en familia, un abrazo, la conversación entre amigxs, el tocarnos sin la muerte rondando.
La paciencia está congelada, no olvidada. No digan después que no se dieron cuenta.