Pensar el futuro, sobrevivir el presente: sobre datos, privacidad y la pandemia

Pensar el futuro, sobrevivir el presente: sobre datos, privacidad y la pandemia

Por: Germán Acevedo | 28.04.2020
Podemos y debemos imaginar usos de la tecnología que no nos lleven al futuro que Harari imagina. La tecnología no es una cosa ajena a la intervención humana. No es como las rocas o los árboles. Podemos moldearla para proteger los intereses que creamos relevantes y realizar los objetivos que nos parezcan necesarios.

Parte de lo que distingue el caso del coronavirus de otras pandemias es la dimensión global de la enfermedad favorecida por las posibilidades de contacto y contagio que -valga la redundancia- la globalización ofrece. El primer caso (oficial) detectado en la ciudad de Wuhan, China, data de diciembre de 2019 y ya a fines de abril, según la OMS, nos acercamos a los 3 millones de casos. Sin embargo, la característica de esta pandemia que marca la línea divisoria entre otros casos similares ocurridos en el pasado, más o menos graves, es la capacidad con la que hoy cuenta la humanidad para recolectar, almacenar y analizar datos.

Hoy tenemos la posibilidad de echar mano a procesadores que permiten agregar datos de manera altamente eficiente, lo que, a su vez, en ciertos casos y bajo ciertas condiciones, permite una respuesta en tiempo (casi) real a situaciones complejas desde un punto de vista epidemiológico. En Corea del Sur, por ejemplo, se implementó una aplicación para celulares llamada “corona-100m” que permite a sus usuarios saber si están a menos de 100 metros de un lugar en el que una persona contagiada ha estado. Esta información es tremendamente útil para evitar lugares que sean potencialmente peligrosos, y buscar “rutas seguras” de movimiento. Con todo, para que una tecnología como la descrita exista, es necesario que tengamos no solo las condiciones materiales para su desarrollo, sino que también los datos de quiénes se encuentran infectados y dónde han estado. Esto, por supuesto, es información altamente sensible.

¿Cuál es la ponderación que se debe hacer, de hacerse alguna, entre salud y privacidad? Chile no ha estado ajeno a esta discusión. Hace unas semanas se conoció el caso de una persona que, luego de que el test realizado en una clínica arrojara resultado positivo, comentó a quienes le realizaron el examen que iría a un supermercado determinado. Estas últimas dieron aviso a la tienda para que tomaran las medidas de prevención de contagio necesarias, las que fueron adoptadas por el mall en el que el supermercado se encontraba. ¿Estaban habilitadas para transmitir una información que, aún siendo tremendamente útil para la protección de la salud de la población es, a todas luces, información personal conforme a la ley de protección de datos? Este dilema podría multiplicarse hasta alcanzar niveles masivos si agregáramos los datos de todas las personas contagiadas por coronavirus y los usáramos para controlar sus movimientos y si están cumpliendo (o no, como el caso recién descrito) con la cuarentena obligatoria.

La cuestión que emerge es urgente. Una cuarentena generalizada, como se implementó en distintos países latinoamericanos, es la muestra de un enfrentamiento que, en buena medida, no dista de las políticas públicas implementadas en otros casos antiguos de pandemia cuando no se tiene información relevante para tomar medidas más eficaces que, por ejemplo, no involucren una paralización (casi) total de la economía. Por otro lado, la reacción en el caso del supermercado muestra lo poderosa que puede ser la información para evitar contagios. Sin embargo, estamos enfrentando este desafío como si el desarrollo tecnológico y el uso de información que este habilita no estuviera ahí.

Por supuesto que esta urgencia no implica ingenuidad. Otros casos de altos flujos de información agregada de manera centralizada han habilitado acciones nefastas por parte de regímenes totalitarios. No es casual que Noval Yuah Harari imagine un Estado que, en 2030, obligue a cada una de sus ciudadanas y ciudadanos a tener un sensor biométrico que de cuenta de la temperatura y ritmo cardiaco de cada individuo (un novedoso control “bajo la piel”). Si bien esto permitiría enfrentar pandemias como la del coronavirus, también permitiría conocer las reacciones -de, por ejemplo, enojo- ciudadanas en un discurso oficial del dictador. Hay buenas razones, con Harari, para pensar que porque las cosas han sido de una manera hasta ahora puede que lo sean de ese modo en el futuro. Contra Harari, sin embargo, esas razones no alcanzan a determinar necesariamente cómo serán las cosas.

Podemos y debemos imaginar usos de la tecnología que no nos lleven al futuro que Harari imagina. La tecnología no es una cosa ajena a la intervención humana. No es como las rocas o los árboles. Podemos moldearla para proteger los intereses que creamos relevantes y realizar los objetivos que nos parezcan necesarios. Podemos pensar, por ejemplo, en información encriptada de ciertos modos, que se almacene en “lugares” a los que el Gobierno -u otros Gobiernos o privados- no tengan acceso, o que esta se almacene solo durante un tiempo determinado. Si esto no es realizable, pues las y los programadores tendrán que decirnos por qué no lo es y pasaremos a la siguiente idea.

Para lograr reacciones en tiempo (casi) real como el caso del Jumbo de Las Condes, no necesitamos centralizar la información de todos los datos personales en algo así como un DICOM del coronavirus que mantenga un registro público de quienes estén contagiados (como parecen imaginar algunas autoridades de Gobierno al responder a las solicitudes de diversos alcaldes). Podría funcionar -concediendo una dosis importante de privacidad- en otras latitudes, con otra idiosincrasia, pero sería una mala idea a implementar aquí. Los distintos casos de discriminación que portadores del virus han sufrido en las últimas semanas en Chile son muestra de esto. Pero insisto, esta conclusión no es necesaria.

El desafío, entonces, es dejar atrás las típicas preguntas sometidas a una falsa dicotomía entre un futuro sin tecnología o uno totalitario. Es dejar de imaginar que la única manera de sobrevivir el presente es concediendo privacidad, entregando públicamente la información de quiénes están contagiados y dónde están o han estado. Existen maneras no centralizadas de agregar y almacenar información de manera encriptada, en las que no es necesario saber quiénes son y dónde están los casos de coronavirus, como la app Trace-Together de Singapur o la iniciativa PEPP-PT de Europa han mostrado. La idea es almacenar descentralizadamente (en los celulares de cada usuario) y de manera encriptada el dato de si he estado en contacto con alguien contagiado (con un número de identificación que cambia constantemente, por lo que hace opaca la identidad de la persona). En otras palabras, no necesito saber quién y dónde, sino que solo si ha ocurrido.

Si este método tiene falencias en la protección de la identidad de las personas, o no es eficaz para prevenir los contagios, identificaremos los problemas y le pediremos a las y los programadores una solución. Si esta no existe o no tenemos los medios materiales o tecnológicos para lograrla hoy, pasemos a la siguiente idea y así.