Teresa Marinovic, la simplona

Teresa Marinovic, la simplona

Por: Francisco Mendez | 18.04.2020
La filósofa que jamás ha filosofado, impone sus estudios como si eso le diera algo de legitimación intelectual. No importa que sus argumentos sean propios de las señoras pinochetistas que lloraban afuera del Hospital Militar cuando murió el dictador, porque sus cartones parecen darle otro estatus, otra condición que varios de quienes comparten sus ideas sacan en cara como si eso hiciera que sus desquiciados arranques de verborrea fueran algo para considerar.

Teresa Marinovic es de esos personajes de redes sociales que logra llamar la atención de una u otra persona porque habla fuerte, dice “las cosas como son” y nunca se retracta. Para sus seguidores eso es ser “consecuente”, como si la consecuencia fuera un valor en sí mismo, e insistir todo el tiempo en el mismo error fuera algo así como una virtud.

Marinovic es cercana mentalmente a Alberto Plaza y José Antonio Kast, a ese raciocinio donde el argumento es un constante empate y donde todo es lo mismo. Cuando habla, por lo general, se refiere a los temas sin entender mucho de conceptos y de qué se tratan. Comprende poco el funcionamiento del Estado porque para saber al respecto hay que tratar de comprender su labor esencial, esa que consiste en velar por los derechos de todo ciudadano. Y a quienes creen en el “sálvate si puedes”, lo cierto es que no le hace sentido que exista algo superior, la representación de lo común. Salvo, claro está, cuando se necesita para hacer negocios. Ahí el aparato estatal pasa a ser necesario.

Digo todo esto porque llama la atención que el tono sea más importante de lo que se dice. Quienes siguen a Marinovic, Plaza y Kast, y, bueno, a Sergio Melnick también, son tipos que quieren que un “sentido común” sea parte del lenguaje país. Quieren que la conversación de sobremesa de una familia despolitizada por años sea un discurso oficial, por eso que se identifican con sus frases simplonas, con sus lógicas carentes de sentido histórico y con la deslegitimación del ejercicio político.

La filósofa que jamás ha filosofado, impone sus estudios como si eso le diera algo de legitimación intelectual. No importa que sus argumentos sean propios de las señoras pinochetistas que lloraban afuera del Hospital Militar cuando murió el dictador, porque sus cartones parecen darle otro estatus, otra condición que varios de quienes comparten sus ideas sacan en cara como si eso hiciera que sus desquiciados arranques de verborrea fueran algo para considerar.

Mi problema no es que Marinovic sea de derecha. En la derecha chilena existen mentes inteligentes, historiadores que vale la pena leer con sentido crítico. Mi problema es que la falencia intelectual se está convirtiendo en una posición, precisamente, intelectual; y que el clásico jueguito muy propio de Kast del “tú no estabas, tú no dijiste nada cuando..” –que también cierta izquierda utiliza para discutir- es una manera de discutir ideas. Eso es preocupante, porque rebaja la discusión y logra que finalmente no se discuta con el otro, sino con lo que yo creo que está pensando el otro cuando no es necesariamente así.

Marinovic es la reina de la caricaturización. Para ella todo sujeto de izquierda es un malvado burgués que vive del Estado. Y es que solo ella y cierto mundo pueden tener dinero. La política es tan sucia que dedicarse a esta es no hacer nada. Pero esto no solo lo piensa ella, también lo repite cada vez que puede el exministro del tirano, el señor Melnick, ese caballero que el otro día le decía a Gabriel Boric que no había logrado nada, debido a que no se recibió, a que no tenía un título profesional, como si para hacer política y lograr grandes cosas se necesitara primero tener un cartón. Como si para entender el camino de la historia se requiera solo haberse titulado.

Pero a estos tipos no les interesa la historia, porque siempre esta les juega en contra. Para ellos todo lo que interesa profundizar en lo que suena de una forma. Y es una manera de captar a los tarados, a los que no quieren saber nada más allá, a los que viven de ese ideológico juego del empate.

¿A qué me refiero con esto? A que puede hablar de los presos de Punta Peuco (tema en el que, según creo, hay que analizar los casos por algo lógico: una democracia no le puede hacer a criminales lo mismo que estos criminales le hicieron a la democracia) como si la ley se hubiera vengado de ellos, cuando están en la cárcel luego de un proceso largo, con todas las garantías que puede otorgar un Estado de Derecho. Pero eso no importa. Nada importa en su simple cabeza.