“Hercai”, orgullo turco: una joya de la antisororidad

“Hercai”, orgullo turco: una joya de la antisororidad

Por: Elisa Montesinos | 13.03.2020
Llaman la atención los altos niveles de violencia de género en la historia de Hercai, transmitida por TVN en horario prime. Rayyen, personaje principal, es golpeada por su abuelo en reiteradas ocasiones, es desflorada y luego devuelta humillada en venganza contra su padre, es secuestrada un par de veces, casi violada, es amenazada de muerte por su suegra, Azize Aslambey, una joya de la antisororidad. Surge la pregunta: ¿por qué tales vicisitudes nos entretienen a diario?

La segunda temporada de esta telenovela turca continúa el drama de las familias Sadoglu y Aslambey. La mezcla de amor, venganza, testosterona, patriarcado e intrigas, catapultó a sus protagonistas a las portadas de Vogue y Cosmopolitan

El efecto evocador es innegable. El escenario de esta historia se ubica en Mardin, “la ciudad de las lenguas”, cercana a la triple frontera turca con Siria e Irak en la Alta Mesopotamia. Desde la antigüedad albergó a turcos, árabes, kurdos, armenios, asirios y caldeos. Ubicada entre los ríos Tigris y Éufrates, fue parte de la ruta de la seda. Sus callejones estrechos de piedra llegan al centro donde resalta el minarete de la mezquita Ulu Camii, construida en el siglo XII. Un enclave de montaña, con un ambiente cargado de historia en donde conviven musulmanes, ortodoxos y cristianos. La locación principal, la mansión de la familia Sadoglu, perteneció a una antigua familia Siria y fue donada al Estado. Ha sido utilizada también en la teleserie Sila y hoy funciona como museo.

Una sociedad cerrada y clasista

La tensión dramática gira alrededor de Mirán (Akim Akinözü), un joven iracundo y apasionado que carga con el peso de materializar la venganza planeada por su abuela, Azize (Ayda Aksel), poderosa mujer acostumbrada a que todos le obedezcan y afanada en la destrucción de sus enemigos, la familia Sadoglu. Como buena villana no tiene consideraciones, el maltrato es parejo, no duda en dar la orden de ametrallar el auto de su propio nieto. Su contraparte es el abuelo Nasúh Sadoglu (Macit Sonkan), líder del clan contrario, un hombre duro y déspota que desata su ira sobre su nieta Reyyan (Ebru Sahin). El motivo: no existe vínculo sanguíneo entre ellos.

El guión está basado en las novelas de Sümeyye Koc, una joven turca de veintidós años, quien publicó sus novelas en 2012 en la plataforma digital Wattpad. La serie agrega elementos distintivos que marcan la idiosincrasia del país: el paisaje de montaña y las costumbres reflejan una sociedad cerrada y clasista como tantas; el honor se defiende con sangre; las mujeres obedecen a la familia; hay respeto absoluto por el patriarca y también por la matriarca. El reflejo de una cultura arcaica, anclada en el orgullo y la defensa implacable de la religión y las tradiciones. 

El drama transcurre alrededor de temas atemporales: el castigo de las generaciones más jóvenes por los pecados de sus padres y abuelos, la violencia, el control sobre la familia, las fracturas provocadas por el dinero, el machismo extremo, los golpes, las manipulaciones, las mentiras pobres que observadas desde lejos no se justifican. La mujer realizada en función de un esposo.

En tiempos de revuelta feminista, el contraste entre el escenario local –combativo y cargado de reivindicaciones- versus el modelo de mujer turca, entregada al matrimonio y al rol establecido, es enorme.

Romanticismo y violencia machista

Nos llegan ecos desde Medio Oriente por la pantalla chica con la frecuencia de un tratamiento médico: dos veces al día. Las redes sociales han respaldado esta producción turca y el atractivo de sus protagonistas es aplaudido en varios países. Como producto de exportación funciona, TVN ha logrado mejoras en su audiencia. Y es que la mezcla de romanticismo y violencia raras veces falla, es hipnótica. Le funcionó a Shakespeare y su vigencia perdura en pleno siglo XXI como un narcótico para nuestras mentes que disfrutan con ella.

Un columpio al borde del abismo, las azoteas habitadas a la hora del té, la música, las ceremonias de henna y los trajes ricamente elaborados a mano, son parte del atractivo de estas tierras lejanas que han cautivado a la audiencia chilena con su estilo formal donde conviven con la otra cara de la sociedad turca, la violenta, cargada de armas y gritos, que responde a siglos de tradición machista guerrera. 

Una buena excusa para hablar de Turquía, un país clave en el escenario geopolítico internacional dada su privilegiada ubicación geográfica, en manos de un líder carismático, Tayyip Erdogan, que nadie comprende debido a sus contradictorias decisiones. Por un lado, es parte de la OTAN y a la vez entra en conflicto con Estado Unidos; se enfrenta con Rusia en Siria, pero le compra armamentos; realiza intervenciones armadas en África (Libia) y Medio Oriente apoyando las revueltas en Egipto y Siria, países que comparten la religión musulmana.

Erdogan no ha dudado en respaldar la violencia y disparar misiles hacia Idlib (Siria) y debido a estos ataques la población siria se encuentra en calidad de refugiada en Turquía, generando problemas entre la población local que rechaza a los extranjeros, a pesar de compartir la religión. El fenómeno es aún más duro para las mujeres esclavizadas, para las viudas y sus hijas adolescentes, mujeres que quedan desprotegidas en los campos de concentración, sin un futuro a la vista. Los turcos esperan a las afueras de los campos de refugiadas para conseguir mujeres. Las eligen y ofrecen como segundas esposas para hombres mayores, y luego las devuelven, como a la protagonista, sin inconvenientes, pues solo realizan la ceremonia religiosa, es más barato que conseguir una esposa turca. 

Las mujeres sirias sufren la expulsión de su tierra debido a la violencia de la guerra, deben huir, cruzar la frontera hacia un país que no les ofrece ningún tipo de garantía de sus derechos, solo un espacio mínimo donde poner sus carpas. Son personas de segunda categoría.

Un violador en tu camino en Estambul

El intercambio cultural no es unilateral. Así como llegan las teleseries turcas a nuestras casas, el himno de LasTesis, Un violador en tu camino, cruzó el charco hasta el Parlamento turco y las calles de Estambul. En diciembre pasado, un grupo de trescientas mujeres realizaron la performance en las calles de la antigua Constantinopla y fueron duramente reprimidas por el contingente femenino policial (compartimos los mismos problemas). Siete de ellas fueron apresadas y corren el riesgo de ser sentenciadas de dos a seis años de prisión por el delito de degradación pública del país y sus instituciones. En un ambiente más controlado, las diputadas turcas, usando el pañuelo morado, se tomaron la sala y levantaron fotografías de víctimas de la violencia machista. Y es que las mujeres en Turquía luchan contra un férreo patriarcado que aún hoy legitima los matrimonios arreglados y el maltrato injustificable hacia la mujer.

Hercai, traducida al español como orgullo, nos deja en el tintero la pregunta, ¿qué nos entretiene hoy? ¿Algún día trascenderemos este estadio? ¿Podremos divertirnos sin violencia hacia las mujeres de por medio?