En el cine, los hombres dominaban el espacio sideral hasta “Prometo volver”
En El primer hombre en la Luna, Neil Armstrong (Ryan Gosling) se va a nuestro único satélite natural a plantar la bandera estadounidense, arriesgando su vida y dejando a su familia atrás. Ahora bien, él podía descansar en el hecho de que su esposa se haría cargo de los niños si es que pasaba cualquier cosa (entendiendo por cualquier cosa una tragedia mortal). El punto es que en estas historias, biográficas o no, la mujer suele ser secundaria y la sola responsable de la vida doméstica, o simplemente está ausente.
Pero en medio de una tendencia fílmica tan masculina, Prometo volver (2019), dirigida por Alice Winocour, es una suerte de contraargumento: aquí la madre es la astronauta, y no es estadounidense, sino francesa. Su nombre es Sarah Loreau (Eva Green), quien debe dejar a su hija de siete años, Stella (Zélie Boulant-Lemesle), en la Tierra, para irse por doce meses a la Estación Espacial Internacional; la misión se llama Proxima, y su fin es investigar Marte como un destino explorable.
Percibimos la ternura de este vínculo desde el principio: un fotograma negro llena la pantalla, y en off las escuchamos hablar sobre los astros. El cuadro negro acentúa tanto la intimidad de este pequeño momento maternal, como sugiere la noche interminable que es la galaxia. Sarah tendrá que irse pronto de Francia a entrenar a Rusia y luego a Kazajistán, mas no ha hablado apropiadamente con su hija respecto a su inminente partida.
Las despedidas son dolorosas y transformadoras, o sea, producen buen drama. Por lo tanto, es lógico que el conflicto de la película sea decir adiós. Considerando que Sarah vive sola con su hija, no debería tener problemas para comunicarse con ella e informarle de los peligros que implica Proxima. Entonces ¿por qué se resiste a una conversación profunda? El filme, en pos de un tono delicado y sobrio, elude este tipo de respuestas para eludir, asimismo, la trampa del cliché sentimental; pero, al no confrontar sus temas, al no “aterrizarlos”, termina sacrificando el detalle psicológico de éstos, y el drama se queda más o menos flotando en la estratósfera.
Me hubiese gustado que la muerte hubiera sido tratada de una manera más categórica. En su lugar, el concepto está siempre latente, insinuado. Si la misión funciona como una metáfora de la muerte, es insuficiente, puesto que aquí es un riesgo real; sobrevivir es el primer paso hacia Marte. La psicóloga que las orienta en este proceso, Wendy (Sandra Hüller), intenta prepararlas para un eventual duelo, y Hüller es convincente como una especie de conciencia externa de la astronauta.
Green se luce en este papel de exigencias emocionales y atléticas. Sus ojos grandes y diáfanos deben modular, en cada escena, el anhelo de la aventura, la extenuación física y la culpa de una madre (fundamentada en una cultura sexista). Y nunca dudamos de la sinceridad de esta mujer; ir al espacio es el sueño de su infancia. Quizá Stella le recuerde aquello y la impulse aún más a alcanzar su objetivo, quizá todo es tan abrumador que no sabe cómo reaccionar. Esta misión, que puede interpretarse como el ensimismamiento más extremo, significa para Sarah una reconciliación con la niña que ella fue. Es una necesidad vital, aunque abstracta.
La directora pretende que algunos pasajes con Stella evoquen lo universal, lo cotidiano, aunque a veces tienden a lo insulso. Y es que para ser la hija de una astronauta, Stella es una creación muy mundana, y, pese a que le provea un contrapunto terrenal a la hazaña de mamá, también le resta personalidad al filme entero. Desde luego, es razonable que no sea singular, debido a su edad. No obstante, estos temas tan complejos y específicos requieren personajes principales específicos.
Sarah acude a su exmarido y padre de Stella, Thomas (Lars Eidinger), para pedirle que se quede con la niña hasta que vuelva. Él accede, por supuesto, y a medida que Thomas se muestra solícito y vulnerable, Sarah comienza a dudar de su indispensabilidad, lo cual ahonda su dilema. La perspectiva es, genuinamente, feminista; el guión escrito por Winocour y Jean-Stéphane Bron trata a estos padres con compasión, y, así, hay un sentido de igualdad entre los dos.
Mas la cancha no es tan llana como parece. En una recepción, Sarah es presentada a la prensa como la nueva integrante del equipo de Proxima, compuesto por el ruso Anton Ocheivsky (Aleksey Fateev) y el estadounidense Mike Shannon (Matt Dillon), quien no repara en aludir de refilón a la nacionalidad de su nueva compañera, cuando afirma que pensaba que los franceses eran buenos para la cocina. OK.
Y esto no se detiene ahí. Mike, el más experimentado de los tres, incluso le pide que rebaje la carga de su entrenamiento.
¿Por qué? Ella sabe por qué. Lo interesante de Mike es que su esposa cuidará a los niños para que haga el viaje sin preocupaciones. En ese caso, ¿debió haber sido el protagonista de Prometo volver? Tal vez. Sin embargo, Winocour lo convierte en la antítesis de Sarah, estableciendo que, si para Mike la cosa es más fácil, no hay conflicto en él. ¿Hay conflicto en las otras películas protagonizadas por hombres? Pienso que sí, pero Winocour prefiere polemizar, y es entretenido seguirle la corriente.
Una de las virtudes de Sarah para combatir el sexismo a su alrededor, es su agencia. Cuando le impiden realizar sus ejercicios ante un leve retraso, realiza otros por cuenta propia, sin depender de un evaluador. Se esfuerza el doble para aclimatar su cuerpo a la falta de gravedad, y su espíritu tenaz le gana el respeto de sus pares.
Hay un par de escenas cerca del clímax que serían inverosímiles si no fuera por el arrojo de Green. Es poco probable que en la vida real Sarah hiciera lo que hace, mas lo que hace en la pantalla responde a su conflicto; y aun cuando las zonas oscuras no están desarrolladas en todo su potencial, reconozco que Prometo volver, que no es una gran película, es lo bastante honesta y ágil como para no conmovernos. Consigue mantener una cierta belleza durante sus casi dos horas de metraje. Admiré detalles femeninos como breves charlas sobre el maquillaje y la menstruación, o Stella viendo a su mamá ponerse el traje espacial en el baño, el tipo de escena doméstica que sería inconcebible bajo un punto de vista masculino. Además, su premisa marciana es de una originalidad y frescura imposibles de ignorar.