Devenir palestinos

Devenir palestinos

Por: Rodrigo Karmy Bolton | 01.02.2020
¿Por qué los palestinos deberían consentir el plan de Trump si éste no fue consentido con ellos y si las ventajas para Israel son evidentes? Dinero a cambio de soberanía, el “Acuerdo del Siglo” trata de convertir al pueblo palestino en una población. Pero ¿resultará? Tantos planes, intentos por resolver asuntos del “siglo” que frecuentemente terminaron en la profundización de la catástrofe que se debía resolver.

Nunca se “es” palestino sólo se deviene tal. Más allá del nacimiento, del linaje, de la familia de pertenencia “palestino” no es una condición, sino un devenir que irrumpe para testimoniar la catástrofe que hemos heredado del siglo XX. El problema colonial que pervive en plena época postcolonial, los cuerpos cuya potencia desea a pesar del borramiento al que la infamia histórica les ha querido conducir. Los palestinos –decía Gilles Deleuze- no se plantean como un pueblo excepcional, sino como cualquier otro pueblo. Porque devenir palestinos es devenir un cualquiera que se obstina a aceptar el actual estado de cosas.

A propósito del “Acuerdo del siglo” por el que la administración Trump intenta “solucionar” un conflicto tan mal como otrora los nazis “solucionaron” la cuestión judía, devenir palestinos no sólo significa pertenecer a ese pueblo plural que solía y aún suele vivir en esa pequeña Franja de tierra que, como dirá Nur Masalha, hace más de cuatro mil años diferentes culturas denominaron “Palestina”, sino también, visibilizar los cuerpos de un despojo, las cenizas de una catástrofe –la nakba- que se sublevan frente a la teología política sionista (a toda teología política, en rigor) al desafiar el borramiento de sus políticas, al impugnar con sus cuerpos la posibilidad de realizar la obra sionista de expulsar a los palestinos de su tierra. ¿Por qué los palestinos deberían consentir el plan de Trump si éste no fue consentido con ellos y si las ventajas para Israel son evidentes? Dinero a cambio de soberanía, el “Acuerdo del Siglo” trata de convertir al pueblo palestino en una población. Pero ¿resultará? Tantos planes, intentos por resolver asuntos del “siglo” que frecuentemente terminaron en la profundización de la catástrofe que se debía resolver.

Devenir palestinos significa exponer una voz a la que no les está permitido hablar, abrir una intensidad donde sólo hay domesticación, irrumpir un ritmo prohibido. La trumpización del planeta profundiza los años de silencio impuesto por el sionismo sobre los palestinos, pero aun así, en diferentes lugares, en distintos puntos del globo, se deviene palestino visibilizando el proceso colonial sobrevenido desde 1948 y el consecuente proceso –igualmente colonial- del capital neoliberal sobre el resto de los pueblos.

Todos los pueblos pueden devenir palestinos cuando se oponen a las políticas de apartheid de los nuevos regímenes urbanos montados por la gobernanza neoliberal; todos los pueblos devienen palestinos cuando toman sus calles en la irrupción de una intifada (levantamiento popular o revuelta).

Frente al avance sistemático de esta teología llamada por los optimistas “globalización” que, según pensadores como Henri Meschonnic, no es otra cosa más que el triunfo teológico del cristianismo se nos presenta un problema crucial a la hora de abordar la cuestión del sionismo: según León Rozitchner o el historiador Schlomo Sand, el sionismo podría ser concebido como un cristianismo. No será lugar aquí para analizar las conclusiones respecto de esta tesis, pero ello permite pensar no sólo la constitución del sionismo como ideología nacional hacia finales del siglo XIX, sino también de la mutación generalizada sufrida por las diversas “religiones” en el nuevo campo epocal de la “religión capitalista” (Benjamin).

El Dios de la hipercapitalización es un Dios sádico que expresa su axiomática –aquello que Deleuze y Guattari definieron como rasgo constitutivo del capitalismo- de diversos modos: como “wahabismo”, “evangelismo” o “sionismo”, como “occidente” o “democracia”, siempre se trata del Dios sádico del capital, pero donde “capital” no puede seguir siendo pensado de manera simplemente económica, sino como una relación semiótica en la que se ejerce una formación de poder muy precisa que activa una violencia sacrificial.

El Dios sádico del capital es, en este sentido, sacrificial pues multiplica las lógicas de muerte sobre las que se funda la conquista operando reticularmente para penetrar la totalidad de la existencia en la forma de la financiarización. A veces, eso lo hemos llamado “neoliberalismo”. Como alguna vez Moisés, Cristo o Muhammad intentaron abrir un campo ético capaz de destituir la lógica de la sacrificialidad (es la tesis de Frederich Nietzsche sobre Cristo hasta cierto punto) de la que sus sucesores fracasaron estrepitosamente al subsumirse finalmente al proceso teológico-político, requerimos de una política no sacrificial como la que puede ofrecer una intifada.

Devenir palestinos –o devenir comunistas si se quiere, para el caso es lo mismo- no significa abrazar una identidad partidista o defender un régimen sino exponer la potencia de una sublevación de lo común frente a la lógica de la sacrificialidad revitalizada en el actual estado de cosas. Devenir palestinos, por eso, significa destituir las formas teológico-políticas del capital e  impugnar claramente las políticas del “racismo de Estado” israelí que hoy parecen multiplicarse paradigmáticamente hacia diversas fronteras del planeta.  Devenir palestinos significa, hoy por hoy, hacer de la vida una intifada, imaginar formas de vida exentas del Dios capital y, por tanto, desactivar el dispositivo sacrificial aceitado en nuestro tiempo en la multiplicación de las diversas lógicas de muerte y sus formas de sacrificialidad.

El “Acuerdo del siglo” propuesto por EEUU e Israel no es un acuerdo, sino una imposición. Como indicará el historiador Rashid Khalidi, se trata de una verdadera declaración de guerra al pueblo palestino por parte de la administración Trump. Es el modo en que la “paz” sólo puede construirse sacrificando a un pueblo completo colonizando sus cuerpos, tierras, paisajes, sonidos, comidas. Si se quiere, es la profundización de la guerra colonial para el siglo XXI.

De manera más precisa: digamos que la gobernanza neoliberal que, entre 1992 y 1993 había aceitado los Acuerdos de Oslo se ha consumado al desplegar el proceso de fascistización que radicalizará el zarpazo colonial israelí y su respaldo geopolítico occidental en la implementación de las nuevas políticas de apartheid expuestas en la construcción del muro desde el año 2003. Desde el “Acuerdo” que no se acordó con Palestina, que ha sido sólo imposición de una parte por sobre otra se intenta neutralizar la política vía dinero por soberanía. Ni siquiera se ha apelado al derecho internacional –tal como recuerdan las declaraciones de Bernie Sanders. Sin embargo, el cliché axiomático del discurso mainstream repetirá lo que se ha dicho hasta el cansancio hace más de 70 años: que los palestinos “no quieren” la paz, que los palestinos no conocen el “diálogo”, que son “religiosos” y no “seculares” (a pesar que toda su reivindicación ha sido política y territorial –inclusive de los grupos “islamistas” como Hamas), que los palestinos son, en suma, los “bárbaros” de esta nueva y curiosa época de barbarie generalizada. Pero “bárbaros” que ya no habitan en el exterior de las fronteras imperiales, sino que desnudan su interioridad más ominosa.

La “fascistización” cristalizada en el “Acuerdo” indica tan sólo la intensificación de las políticas de muerte en la trama colonial desplegadas por más de 70 años de nakba. Donde “colonial” no sólo designa al Estado de Israel, sino a la articulación europea y estadounidense que le respaldan. Aunque el mentado “acuerdo” reduce a los palestinos al 15% del territorio histórico, reconoce los asentamientos israelíes en Territorios Ocupados, a Jerusalén como capital de Israel, se niega el derecho al retorno de los palestinos y ofrece 50 mil millones de dólares a los palestinos a cambio de renunciar a su soberanía. Ningún “Acuerdo” planteado por EEUU hecho sin participación de los palestinos y planteado enteramente a favor de Israel, podrá terminar con el conflicto, sino más bien, lo profundizará. El remedio resultará ser la enfermedad. Y, en realidad, en eso consiste todo: ni los EEUU ni Israel pretenden terminar con el conflicto, sino más bien, agudizarlo, y sostener una permanente guerra civil local. Lejos ha quedado el imperialismo de viejo cuño que, por medio de la violencia, instauraba instituciones y establecía hegemonía. El nuevo imperialismo, en la medida que cada vez tiene menos rostro y EEUU resulta ser sólo el heraldo de la expansión global del capital, no le preocupa instaurar instituciones, sino más bien, abrir zonas de excepcionalidad permanente sin hegemonía.

Pero, desde el punto de vista de los palestinos el estado de excepción ha sido la regla. Cada vez que se les ha ofrecido un plan colonial (como la bipartición de la ONU que la colonización israelí hizo inviable) la respuesta ha sido la sublevación. Así como el poder ha descentrado su eficacia, también lo ha hecho la sublevación que se reparte –como intifada- para detener el avance de la nakba y su teología política. El devenir nakba del mundo ya está consumado. Por eso la intifada se ha vuelto nuestra patria.