David Bustos, escritor: “La frase 'Chile despertó' implica volver a mirar lo que siempre estuvo, pero desde una perspectiva crítica”
Una funa a un extorturador instalado como funcionario del Consejo del Libro, un atropello de un guionista al director de la telenovela en que trabaja, un DJ que graba música de los programas de la radio apretando el rec de su grabadora, amigos del barrio en medio de los aciagos años de la dictadura, son algunas de las historias que pueblan Rec.
–Según describes en Rec un intelectual o escritor es como un bicho raro en el mundo de la TV. ¿Cómo comenzaste a escribir guiones y cómo alimentó tu narrativa este mundo de la TV, que ya abordaste en poesía en Arial 12?
–Yo era el chico que corregía faltas de ortografía y pegaba los capítulos el año 2001, y se dio en un momento la oportunidad de entrar como guionista. Son cosas que pasan si uno está donde las cuestiones tienen que pasar. Tengo dos libros que abordan el tema de la TV: Arial 12 y Rec, en ambos mi intención ha sido reflexionar críticamente sobre un medio, que partió en las universidades con afán experimental y educativo y luego, a partir de 1978, cuando se ve obligada a la autofinanciación, entra la empresa, las grandes corporaciones con los avisajes comerciales. Es importante entender a la TV porque si haces ese esfuerzo estás entendiendo la particularidad del neoliberalismo en Chile. Y otra cosa no menos importante, entiendes la construcción del sujeto de la sociedad de consumo, que fue absolutamente permeabilizado en su subjetividades por este medio.
En realidad nunca tuve una narrativa propiamente tal, tenía –y de eso estoy seguro–, una poética, pero en un momento a la luz de conversaciones con Jaime Pinos, que me insistía en que debía escribir sobre la TV, fui leyendo a escritores como Bisama y empecé a derribar ese muro que yo mismo me había construido. Cuando dejo que la TV entre en mi ejercicio privado de escritura surge mi narrativa y nace con todas mis lecturas de poesía anteriores y con todas las teleseries que he escrito. La narrativa me ocurre siendo poeta. Y cuando esto pasa siento una liberación que la poesía no me estaba entregando.
–¿Qué puedes decirnos sobre el proceso de transitar entre los géneros: poesía a guiones, guiones y poesía a narrativa?
–Uno pasa de un género a otro cuando entiende los géneros como categorías cerradas. Si derribas la puerta de acceso a los géneros hay un flujo creativo que circula ecológicamente. Yo estuve con las puertas cerradas mucho tiempo, para mí fue un proceso. Cuando uno divide su propia escritura atenta contra sí mismo.
Recuerdo que al decirle a Ramón Diaz Eterovic que me gustaría intentar con la narrativa, me señalaba que eso debería fluir relativamente fácil para mí. Estuve años debatiéndome sobre si escribir narrativa o no. Me gusta cuando Zambra dice que Ramón Diaz Eterovic es un maestro involuntario, porque creo que un maestro involuntario no quiere enseñarte nada, pero a la vez te enseña cosas que no supiste que te había enseñado. Además yo siempre fui lector de novelas, cuentos y ensayos, y parapetarme en la poesía o como poeta con el tiempo dejó de tener sentido. Cuando empecé a escribir Rec, siempre lo hice pensando que deseaba que mis amigos de Independencia, con los que me había criado, lo leyeran. Rec es un acto de reciprocidad hacia mi barrio. Cuando era niño y mis padres se separaron, me crié en la casa de mis amigos y en la calle. Escribir narrativa también es afirmar que soy un chico de la Plaza Chacabuco.
–¿Cómo se fueron incubando estos relatos, donde distintos aspectos del mundo televisivo y de las telenovelas se hacen presentes directa e indirectamente? También hay una cierta nostalgia de la época en que tu generación creció, los 80 –recordando por ejemplo la grabación en casetes que da nombre al libro, la vida de barrio– y una crítica a lo que vino después: la democracia pactada.
–Los temas de los cuentos de Rec, no los fui a buscar a un lugar donde se reparten los tópicos de interés del país. Se podría decir que estaban escritos en algunos casos en mi biografía y que al sacarlos los ficcioné. En el cuento Cámara cuento la historia de un camarógrafo, que se supone es del canal público y que vivió la dictadura y después los gobiernos de la democracia pactada; trabajo con el relato histórico del país y en paralelo con el mundo del área dramática, que es el área de ficción de un canal. Me interesaba no la chimuchina, sino más bien abrir un sistema y desmontarlo con todas sus contradicciones. Ese cuento se asomaba a varios debates, por ejemplo el caso de Karen Eytel, que ocurrió en TVN en dictadura. En ese cuento me doy el gusto de hacer que Enrique Lihn esté vivo y se haya salvado del cáncer al pulmón. Encuentro interesante esa reunión en el patio de Tito, el personaje principal, donde hay un actor reconocido, camarógrafos y Enrique Lihn, y hacer que la poesía trabaje en esos espacios también.
Siento nostalgia por mi barrio y mi infancia, pero no por los 80, que me pareció una época bastante terrible. Rec tiene ese tejido también; trabaja desde el barrio, donde los principios y condiciones de la dictadura no funcionan del todo. Mi hermano, por ejemplo, fue golpeado y estuvo a segundos de ser rematado por un carabinero, y claro, uno es niño, pero tampoco es hueón. Yo viví la dictadura a través de mi hermano; él llegaba con literatura inapropiada para esos tiempos a la casa, era ayudista y yo, sin saberlo, era su coartada, porque nadie iba sospechar de un joven con un niño.
–Pareces querer morder la mano que te da de comer. En el primer cuento La Funa, un ex torturador trabaja nada menos que para el Consejo del Libro y la Lectura, que justamente premió tu libro Rec como mejor libro editado de cuentos publicado el 2018. En el relato siguiente, el guionista que lo protagoniza no halla mejor cosa que atropellar al director de la telenovela en que trabaja. Se lee también una crítica velada al imperio televisivo de Sabatini. ¿Cómo te las arreglas para poder moverte en ambos espacios: trabajar de guionista y a la vez criticar ese mundo a través de la literatura?
–Yo puedo escribir teleseries y no tengo problemas en eso, pero mis libros no están capturados por esa lógica. Que el Consejo del Libro haya premiado un libro donde en uno de sus cuentos se cuenta que uno de sus funcionarios fue un torturador, me parece saludable, porque está permitiendo cuestionar una lógica en la que ellos mismos han sido protagonistas, no el Consejo propiamente tal obviamente, sino un sistema burocrático público que ha permitido ese tipo de situaciones. Por supuesto, la ficción siempre es una exageración de algunas realidades y por eso mismo tiene ese valor reflexivo.
Un libro es político cuando es capaz de plantear dos o tres preguntas ¿qué tipo de preguntas? Bueno, preguntas que sean capaces de interrumpir una lógica neoliberal ya instalada. Hay dos tipos de literatura en Chile: una que es funcionaria y deudora de la élite, y otra que objeta y desmonta las realidades simbólicas que crean el capitalismo. Me gustaría pensar que estoy en la segunda.
–Recuerdas noches de protestas y una disputa en que un hombre termina enterrándole un lápiz en el ojo a su torturador. ¿Qué significado tiene para ti hablar del ojo y cómo se actualiza esto en las circunstancias actuales?
–Rec tiene la extraña cualidad, de hacer aparecer tópicos que hoy son objeto de debate: la funa y la televisión, por ejemplo. En el cuento La funa aparece esa imagen que señalas, la del lápiz en el ojo. El lápiz como arma, una imagen simbólica que dice relación con el oficio de escribir en contra del fascismo. Se me viene la imagen del último poema de Víctor Jara en el Estadio Chile, que aparece en el cuento Cámara.
Ahora, si observamos lo que ha pasado desde el 18 de octubre hasta ahora, vemos esa horrorosa coincidencia. ¿Por qué los ojos y no otra parte del cuerpo? Si uno toma la frase “Chile despertó”, implica volver a mirar lo que siempre estuvo, pero desde una perspectiva crítica. Lo de la amputación de los ojos es terrible, y es sin duda el fascismo queriendo, cruel y desesperadamente, normalizar la mirada al orden anterior, al orden donde la gente era sumisa y sin voz. Son claramente los mecanismos que se usaban en la esclavitud. Y no lo digo yo, Heródoto en su relato apólogo que dedica a la revuelta de los esclavos escitas, cuenta que estos tenían la costumbre en la revuelta, de vaciar los ojos a los esclavos. Ahora hay una generación mucho más joven que la nuestra, que nació con los ojos abiertos y que no se dejará normalizar para que siga operando el modelo, que comprobadamente fracasó.