En las veredas como imaginé: El regreso de Los Búnkers
CAPÍTULO I: LA CIUDAD EN QUE MARCHASTE
En septiembre de 1988, la dictadura militar levanta la prohibición a Inti-Illimani de ingresar al país. Eran semanas de cambio y revolución ("crisis", diría el gobierno y los observadores más conservadores) y el grupo volvía para musicalizar las jornadas de protesta en lugares emblemáticos como el Parque La Bandera, previas al histórico plebiscito del 5 de octubre. 31 años más tarde, y nuevamente en un contexto de transformación histórica y social motivada por la protesta popular, un escenario improvisado se situaba en la zona cero de la movilización, con Inti-Illimani abriendo el show de regreso del grupo que hiciera los últimos himnos masivos de la generación estudiantil que revolucionó los años 2006 y 2011, y que hoy salieron a la calle bordeando los 30 años de edad.
El regreso de Los Bunkers es oportuno y el fervor que provocó la noticia de su reunión en un escenario tan significativo como la actual Plaza de la Dignidad tampoco es sorpresivo. La banda ya había estado en el corazón de históricas movilizaciones, presentándose en asambleas y liceos en toma desde la década anterior. Por otro lado, fueron sus mismos fans quienes les pedían regresar pues alegaban que, en este momento de definiciones, su presencia hacía falta, hambre que era alimentada por imágenes que el grupo actualizaba en su Instagram con motivo del estallido social. Esto nos lleva al tercer punto: un movimiento que ha renegado de liderazgos políticos y en donde las orgánicas y representaciones tradicionales están en crisis, ha visto en el arte un movilizador y aglutinador de multitudes. No fue un partido político lo que provocó que el movimiento feminista volviera a apoderarse de las calles, fue la performance artística de Las Tesis. El Negro Matapaco, ‘El baile de los que sobran’ o ‘El derecho de vivir en paz’ han sido también emblemas que congregan y colectivizan a la población creando incluso sentidos de pertenencia. En ese ámbito, el regreso de Los Bunkers es un gesto político, y su presentación en el epicentro del proceso social hace todo sentido.
[caption id="attachment_330234" align="aligncenter" width="780"] Carlos Müller[/caption]
CAPÍTULO II: LOS ALTAVOCES VAN AMPLIFICANDO LAS VERDADES
El reloj marcaba las 19:35. Los Bunkers salieron a escena y desataron emoción en las más de 120 mil personas que llegaron a la Plaza de la Dignidad. Con una pañoleta roja al cuello de los cinco integrantes y un setlist que zigzagueó entre las canciones de temática sentimental con aquellas que giran en torno a los temas políticos y contingentes, el regreso de los penquistas arrancó con ‘Ven aquí’ y ‘Santiago de Chile’. Luego, ‘Llueve sobre la ciudad’, ‘Canción para mañana’, ‘Nada nuevo bajo el sol’ y ‘El necio’, para finalmente rematar con el doble íntimo compuesto por ‘No me hables de sufrir’ y ‘Bailando solo’, dejando para cerrar ‘Miño’, la temprana declamación de dignidad humana que abrió el siglo XXI de la música chilena.
Receso musical cerrado con un público que cantó a todo pulmón los 40 minutos de show, tanto los que estaban al frente de la tarima móvil, como los que se encontraban tras de este, que sirvieron de colchón acústico en un escenario con problemas de volumen, que no fue impedimento para apreciar lo bien que tocan como banda, aunque hayan pasado cinco años desde la última vez que se les vio juntos en acción.
Un show histórico como preámbulo del espectáculo de fuegos artificiales, juegos de láseres, cánticos contra el gobierno que acostumbran adornar la Plaza de la Dignidad cada viernes desde hace ya dos meses, con el mensaje que pasa de boca a boca: “Aún no hemos ganada nada. Esto recién comienza”.
CAPÍTULO III: YO ME MUERO COMO VIVÍ
Muy temprano, el Intendente de Santiago Felipe Guevara hizo hincapié en que el evento no estaba autorizado a realizarse y la derecha a través de sus redes sociales se cuadró con la premisa de la ilegalidad del evento. Sin embargo, el regreso de Los Bunkers convocó, movilizó, articuló discursos y generó pertenencia en el día 57 de protesta social. Esto es especialmente significativo, porque si bien algunas críticas apuntaron al bajo volumen o la mala calidad del sonido, es importante considerar que lo que presenciamos no fue precisamente un concierto de rock, sino más bien un acto político con música como agregado.
Un show lleno de símbolos potentes e inolvidables para los asistentes, como los gritos espontáneos de "Piñera culiao" y "El que no salta es paco", que coincidían con los riffs más gancheros del grupo, las consignas y las banderas levantándose más fuerte que nunca mientras sonaba ‘Santiago de Chile’, la pirotecnia y las bengalas en los momentos más estridentes de ‘El necio’, las manos alzadas a modo de acompañamiento de una sensible balada pop rock en el estribillo de ‘No me hables de sufrir’ –momento muy impactante por el contraste que significó esa performance popular, en un lugar donde ha habido violencia, represión y acción política de choque–, todo esto mientras miles de personas se ubicaban entre el escenario ubicado a la entrada de Providencia y las barricadas de la primera línea que hacían humo entrando a la Alameda, olor a lacrimógena incluido de vez en cuanto.
Podemos decir que el rock está en un momento de retirada y ha perdido su posición central en los públicos contemporáneos, pero en la protesta, pocos estilos musicales tienen más vigor que el rock. Se entienden y complementan como si fuese el destino inevitable de cada uno.