Un ojo en la historia manchada
La Justicia se representa como una mujer de ojos vendados, con una espada en una mano y una balanza en la otra. No quiere ver, para ser imparcial, dicen. La espada imparte la justicia, la balanza se inclina para dar el veredicto.
46 años atrás, la balanza se cargó a plomo durante 17 primaveras, haciendo que la espada cayera indefectiblemente sobre quienes tendieron a llamar el enemigo interno. Rasgó la espada un tejido social que había demorado 50 años en tejerse. Se cerraron los ojos de un país. O fue vendado más bien, y lo pusieron de rodillas y amarraron rieles a sus pies. Luego vino el vuelo y la caída al mar. Y lo hundieron, sin más.
29 años atrás, la balanza se cargó a monedas, haciendo que la espada cayera indefectiblemente sobre quienes tendieron a llamar lumpen, o flojos, o resentidos. No había tejido social que rasgar, tuvieron campo abierto para instalarse y una constitución manchada de sangre. Pesaban mucho los uniformes como para juzgarlos. Ni hablar de que la espada cayera sobre un cómplice civil. El plomo fue la única moneda de cambio en las comunidades mapuche (amulepe taiñ weinchan). Seguía sin ver el país, esta vez encandilado por el plástico. Y comenzó el vaciado, como si hubiesen sacado el tapón, la vida se fue yendo al desagüe (sus bolsillos). Evadieron y evadieron y evadieron responsabilidades, impuestos, normas, principios, tratados. Y agachado aguantó el país cuanto golpe le dieron. Con miedo a la espada encorvó su espalda y aceptó la humillación, día tras día, así 29 años. Una extensión de la tortura; sin agua, hambriento, esclavizado. Cuánto puede durar el miedo.
Un mes atrás, y contando, la Justicia tuvo que sacarse la venda, para repartirla entre más de 300 mutilados. El país abrió los ojos y ahora lo ciegan a plomo. La balanza se está cargando con cuerpos y globos oculares, está pesando demasiado la sangre. La indolencia está instalada en los rostros de la policía, pero también se quedó a dormir en las casas de miles que hablan de paz, que lloran un cese al caos. No saben que la empatía armó una carpa en Plaza de la Dignidad, no saben. El miedo se mandó guardar, aunque visita en forma de gases. Eligieron disparar una vez más, como acto reflejo, antes que escuchar. Y se repitió el libreto exacto, el enemigo interno una vez más. Trajeron de vuelta montajes que no tenían temporada hacía décadas, pero esta vez el país tenía una cámara pagada a crédito. Quemaron evidencia como antes libros de cubismo. Salió el buitre hablando de violencia, con las garras aún encharcadas, dándole el apoyo irrestricto a los jotes. Y el país siguió viendo con un solo ojo, mientras el otro era picoteado por carroñeros. La vista de quien registra es perseguida, volvieron los cenetas. No ver demasiado puede ser la diferencia. La tortura se escucha en estaciones de metro, comisarías, cucas, villas y tomas. Violan personas, derechos, tratados. Niegan la dignidad, la vida, informes. No hay palabra posible al horror. Por la razón o la fuerza recuerda el buitre, suplicando mordaza en la boca del país hambriento. Esta primavera es la misma que viene saltando hace años en México, Francia, Praga y Palestina.
Que los quiltros hagan de lazarillo a la Justicia. Tráiganla y guíen su espada por una vez al lado de los culpables. Calibren su balanza. Llévenla a la casa de los abuelos que prefirieron morir a envejecer en la miseria. Busquen con sus hocicos a cada desaparecida, a cada desaparecido.
Muéstrenle las heridas de este país, laman sus heridas, que son las nuestras.