Hugo Herrera, filósofo: “Piñera no ha estado compenetrado con la situación popular”
–¿Cómo surge el libro Octubre en Chile? El proceso de escritura que parece haber sido bastante intenso.
–Frente a los acontecimientos del 18 de octubre y los días que siguieron, me fue imposible seguir adelante con la rutina. No era el tiempo tampoco como para sentarse a leer una novela. Quise llevar lo que estaba sucediendo a una reflexión, más aún cuando la situación coincidía en parte con el diagnóstico y consideraciones que venía haciendo hace lustros. El proceso fluyó con una velocidad sorprendente. El cierre de la universidad y el encierro por los toques de queda contribuyeron a que el retiro fuese casi total. Recuerdo con claridad prístina las importantes y escasas conversaciones que tuve en esos días. Puede sonar un poco extraño. Muchos tuvieron experiencias comunitarias. Viví el pulso de la calle y la movilización, fui a un par de programas por ahí, respiré gas lacrimógeno. Pero, en parte importante, los días de la reflexión redactora fueron eminentemente, como diría el filósofo, de ocio tranquilo –aunque preocupado– y de retiro en soledad. El asunto es que al cabo de cuatro días el libro, o la parte fundamental de él, estaba escrito.
–Este estallido da cuenta de una crisis no solo de la institucionalidad sino también de la derecha chilena. ¿Cuál es tu crítica a la derecha ante el escenario actual?
–Hace un par de semanas me puse a hurgar en columnas viejas. Desde 2009 venía criticando a la derecha dominante. Ese año escribí ¿De qué hablamos cuando hablamos de Estado? El 2014 publiqué un ensayo, “La derecha ante el cambio de ciclo” (CEP), y un libro titulado La derecha en la Crisis del Bicentenario (Ediciones UDP). En los dos últimos textos intenté plantear que la derecha chilena se encontraba –se encuentra todavía– ante un problema hermenéutico. El pensamiento dominante en ese sector tendió a ser un tipo particular de pensamiento económico –el de Friedman– y una interpretación de los asuntos públicos, a partir de ese pensamiento, según la cual el sistema económico liberal capitalista es la base de un sistema político adecuado. Esa era, escribía Góngora, la visión del equipo económico de Pinochet, que está expresada casi textualmente en un texto programático de Friedman, titulado Capitalism and Freedom. Ese planteamiento se combinó, en su tiempo, con la idea de subsidiariedad, entendida en sentido eminentemente negativo, postulada por Jaime Guzmán. Guzmán cambiaba rápidamente de posiciones, según las circunstancias. Fue franquista y corporativista, luego demócrata-liberal, partidario de la participación de los trabajadores en el gobierno y las utilidades de las empresas, después mentor de la dictadura, en fin, senador entusiasta en la Transición, pragmático al punto de construir una mayoría en el senado para Gabriel Valdés. El punto es que la derecha de la Transición siguió repitiendo por treinta años la síntesis de subsidiariedad negativa y economicismo a la Friedman. Los congeló a ambos. O sea, por un lado, en ella hay inflexibilidad.
Pero, además, mirada históricamente, la tesis neoliberal es falsa. Los últimos acontecimientos y la historia larga de Chile son muestra de que es un sistema político republicano estable la base del orden social, político, cultural y también del orden económico. Al contrario, el postulado neoliberal ha generado procesos de descomposición política, vecinal, cultural y económica que están en la base de la actual crisis. La incapacidad hermenéutica del bando economicista se vuelve patente en el momento de la crisis, cuando el pueblo deviene rebelde y se subleva. Entonces, la derecha se percata, mal o bien, de que no basta con economía.
–Has dicho que no te identificas con la derecha de los partidos, ¿sigue eso vigente? ¿Con qué derecha te identificas entonces?
–En los textos anteriores, en este y, en particular, en un trabajo más extenso que estoy terminando, titulado provisoriamente Pensadores Peligrosos, he reparado en que, en la derecha, o mejor, porque sus reflexiones son más amplias, en la centro-derecha chilena existen tradiciones de pensamiento propiamente político más sofisticadas que la síntesis que rige aún al sector y de la que está presa el gobierno. La derecha que ha dominado en las últimas décadas desconoce la historia larga de ese sector político en el país, donde ha habido autores y políticos con posiciones mucho más diferenciadas y hermenéuticamente dotadas que las de la derecha “Chicago-gremialista”.
Hay una extendida tradición de liberalismo político, un pensamiento socialcristiano, una vertiente nacional-popular. Repárese en el ensayismo nacional, en Mario Góngora, Alberto Edwards, Tancredo Pinochet, Darío Salas, Luis Galdames o Francisco Antonio Encina y uno tiene a la tradición intelectual probablemente más robusta de nuestra historia entera. En ese libro, en cuyas etapas finales me encuentro, intento mostrar cómo en el pensamiento, en especial, de Góngora, Encina y Edwards, se encuentran fuentes de la mayor importancia para la comprensión política, de influencia en liberales como Jocelyn-Holt, conservadores como Fermandois y socialistas como Salazar.
Creo que el colapso del neoliberalismo de la dictadura y la Transición ha abierto una oportunidad a aquel pensamiento más sofisticado y hermenéuticamente más lúcido. Y tiendo a creer que políticos como Mario Desbordes, de quien me consta su familiaridad con esa tradición de pensamiento, o movimientos como Solidaridad, o centros de estudios como Idea País o el IES, obtienen parte relevante de su aplomo y pertinencia comprensivos, comparativamente superiores a los de la derecha de Guerra Fría, en la cercanía, lograda por las vías más diversas, con los grandes ensayistas nacionales. En términos más generales, creo que este momento de crisis, que coincide con la crisis del “gran relato” economicista, deja un vacío y un camino ancho para que se rearticulen vertientes liberales, nacional-populares y socialcristianas que podrían no solo contribuir decisivamente a la reconfiguración de la centro-derecha, sino a repensar la situación política nacional.
–¿Qué le ha faltado a Piñera para enfrentar esta crisis y salir bien parado?
–El presidente Piñera posee grandes capacidades mentales y amplios conocimientos económicos y administrativos. Pero carece de las herramientas comprensivas que le permitan entender propiamente la crisis. Cuando piensa, piensa en economía y gestión. –No logra captar el problema hermenéutico fundamental: el de llevar al pueblo concreto a articulaciones político-institucionales y discursivas simbólicamente eficaces, en las que el pueblo pueda sentirse reconocido. Esa tarea política importa la exigencia de captar, intuir al pueblo en su territorio, compenetrarse con su situación, llegar a conmoverse con ella. Y luego, recién luego, visualizar y proponer caminos de salida, mediante palabras, gestos, obras e instituciones dotadas de poder articulador. El político está puesto ante la tarea incierta de articular lo inefable, de dar expresión y cauce a lo que todos de alguna manera atisbaban, pero no eran capaces de poner en obra, en palabra, en acción. De ahí que la política no sea ciencia, sino, como ya vislumbraba el Estagirita, arte. Piñera no ha estado compenetrado con la situación popular, el hecho de la pizza se volvió relevante porque ilustra con especial elocuencia el punto. Piñera no es consciente del peso simbólico de sus palabras. Por eso un día habla de guerra, al otro de paz, al otro de guerra, al otro de paz, mientras el país se incendia y sus propios votantes, la pequeña burguesía, las incipientes clases medias, sufren. Ha hablado con tanta liviandad que hoy su palabra ha perdido poder, salvo el de provocar. Casi es mejor que calle. Ni siquiera la cuestión de la productividad, que se ha estancado desde 1998 en adelante, se soluciona con pura economía, sino que es menester llevar a cabo tareas prospectivas y conducir grandes acuerdos políticos. En esa cuestión Piñera guarda silencio. En el asunto constitucional, en la relevancia de contar con un símbolo compartido y al cual quepa exigir lealtad de todos los sectores, silencio. En lo importante calla y habla de lo irrelevante.