Nona Fernández, escritora: “Ya construimos una supuesta democracia sobre una herida abierta; no podemos repetirlo”
En esta original propuesta, que combina ensayo, divulgación científica, autoficción y atisbos de prosa poética, vemos a la protagonista acompañando a su madre a un test neurológico, debido a los desmayos que ha sufrido y que le han hecho perder recuerdos. Con esta escena inicial la voz narrativa se embarca en un literal viaje astral para intentar comprender lo que somos como materia orgánica y como sujetos provistos de una precaria memoria. Nuevamente, como en otras obras de la autora —todas—, se plantea la necesidad crítica del rol de la memoria en nuestras vidas, como sujetos históricos. El punto de partida es esta angustia de no poder recordar. El punto de término: no olvidar.
Pasado y presente son los polos con los que juega la narración: “Luces del pasado instaladas en nuestro presente, aclarando como un faro la temible oscuridad”, leemos. Vemos esta urgencia también en los tres deseos pedidos en secreto por la octogenaria testigo, frente a las velas de festejo: “No olvidar este momento. No olvidar este momento. No olvidar este momento”. Antes ha dicho de esta madre, saliendo del neurólogo, tras consultar por sus ataques de epilepsia: “Ahora sé que sobre sus hombros carga con el cosmos completo”.
En Voyager estamos controlados por una fuerza cósmica y nuestros ajetreos terrestres resultan, finalmente, fútiles. El entendimiento es una irradiación modesta que nos hace comprender que “somos el resultado del nacimiento de una estrella”. Pero tal como la narración nos lleva al inmensurable cosmos, también nos arrastra con su gravedad hasta los momentos más dulces, más terrenales de nuestro chapoteo cotidiano: La caja de zapatos Calpany con fotos, los canapés de huevo duro con mayonesa, las tazas floreadas para el té, aporte de la abuela. Nos aterriza, esta gravedad, a ese matriarcado, con abuela, madre, hija, una cofradía nítida en sus rituales politizados, como el ataque con trapos de cocina a la televisión con la imagen del dictador o de sus adeptos.… Fernández tiene ese talento para transportarnos a ese pasado chileno de clase media; al detalle doméstico como depósito de memorias y nostalgia. Aquí hay una noción de viaje, de trayecto que une la evolución genética de nuestra especie con la mirada hacia el cosmos que sencillamente nos agacha el moño para hacernos ver nuestra propia pusilanimidad y lo que podemos hacer concretamente como seres sensibles.
En este compuesto también se entromete el proyecto “constelación de los caídos”, con la referencia a los asesinados por la Caravana de la Muerte. Aquí es posible ver la aleación en la que se mezclan los ingredientes para conseguir la unión entre astro y cuerpo (desaparecido): Mario Argüelles Toro es el ahijado elegido por la autora para transformarlo en una estrella, en Atacama, en cuyo desierto se encuentra “el portal más importante del planeta para viajar en el tiempo”. Ahí, “el pasado vive en este paisaje”. Esta es una de las secciones más emotivas del texto (que me trae imágenes del bello filme de Patricio Guzmán, Nostalgia de la luz) y que le permite a la voz narrativa conseguir su creación gracias a un idiosincrásico ritual.
–Una escena que me impactó fue la del “cementerio de perritos”, que contiene una ironía muy dura. Háblanos de ese momento y de cómo decidiste incorporarlo (aunque no explotarlo) en el texto.
–Toda la crónica de mi viaje al norte se fue construyendo mientras la vivía. La escena de la que hablas, cuando íbamos en la van al lugar del ceremonial de los ejecutados políticos de la Caravana de la Muerte en Calama, y el conductor, en su lugar, nos llevó al cementerio de perritos, se me reveló una triste metáfora del lugar de nuestra memoria. Fue penoso y risible al mismo tiempo. No sabíamos si reír o llorar. Ese hombre, nacido en Calama, conocedor de cada rincón de la zona, así nos lo dijo, no tenía idea del memorial y solo conocía vagamente la historia de esos 26 muertos y desaparecidos en el desierto. Eso es un resumen de Chile y el espacio que le dimos durante tanto tiempo a nuestro pasado reciente. Ese es el lugar de abandono en el que dejamos también a las víctimas y a su necesidad de verdad y justicia.
–Hay mucho de divulgación científica en Voyager: Giordano Bruno, Carl Sagan y su iluminadora propuesta en el programa Cosmos (un viaje personal). Gracias a él, la niña encuentra inusitadas posibilidades de conexión. Este programa le hace pensar en su lugar en el mundo, en su destrozado país. Cosmos es el llamado a “no conformarse con las versiones oficiales”. ¿Cómo acotaste tu investigación?
–Sagan era un faro en esa niñez extraña que vivimos en dictadura. Mientras los helicópteros sobrevolaban los techos, mientras encendíamos velas para iluminarnos en cada apagón, existía la certeza de que por cincuenta minutos o más, una vez cada tanto, a través de la pantalla, podíamos emprender un viaje de conocimiento. Una puerta de escape a otra realidad posible, lejos de las balaceras y los toques de queda. En esas aventuras televisivas comprendí que el tiempo presente era insignificante en el plano cósmico, que los puntos de vista sobre un tema eran infinitos, y que cualquier saber era el fruto de un profundo e imparable cuestionamiento. Y aunque Sagan hablaba de ciencia, yo sentía que sus palabras eran un mensaje secreto para mí, una niña sudaca que intentaba entender el quebrado país donde le había tocado vivir. Su invitación era a poner en duda todo. Sospechar de las verdades e interrogar constantemente nuestro entorno. No conformarse con las versiones oficiales, tampoco con el completo desconocimiento, la tontera o la mentira. Mirar más allá de nuestro pequeño territorio. Salir del propio cuerpo, sobrevolar nuestra casa, nuestro barrio, nuestro país, nuestro mundo. Sacudir las fronteras que cargamos y observar desde la altura, con mirada panorámica, cazando todos los puntos de vista. Ser una sonda exploratoria que vaga interpretando los códigos del universo.
–Comentas en Voyager el plebiscito, la Constitución. ¿Qué pasa hoy?
–Cuando escribí sobre la ilegítima y tramposa Constitución del 80 en el libro, no imaginé que en menos de un año, gracias a las manifestaciones y la presión de la calle, estaríamos conversando sobre su cambio. La posibilidad que tenemos de plantear un nuevo tablero en el juego es histórica y no la podemos dejar pasar, ni conformarnos con la configuración de un proceso a medias, sin vinculación con la ciudadanía. Ya en el pasado tuvimos una democracia pactada a cuatro paredes que fue el marco para avalar la permanencia de este sistema que hoy nos asfixia y nos aplasta. Hoy no podemos repetir el error. La nueva Constitución no puede ser pactada entre cuatro paredes por la clase política para ser supuesto marco democrático que avale la permanencia de este sistema en el futuro. La Constitución que escribamos debe ser el resultado de una conversación profunda en la que participemos todas, todos y todes, y no los mismos de siempre. Necesitamos una Asamblea paritaria, plurinacional y constituyente, donde haya espacio para las minorías y donde la ciudadanía esté realmente representada y no los intereses de unos pocos. Y por supuesto, cualquier proceso constituyente que exista no puede desarrollarse sobre la impunidad. Ya construimos una supuesta democracia sobre una herida abierta; no podemos repetirlo.
–Un aspecto que destacas es el acto de censura, que vemos cuando te refieres a tu hijo. Él protagoniza una polémica escena al leer un discurso histórico para su colegio el año 2018.
–La experiencia de censura que vivió mi hijo en su colegio es una manera muy clara de graficar cómo desde los relatos oficiales siempre se está dejando de lado a las versiones disidentes. Se busca un guión que no problematice, que nos deje tranquilos, que no proponga nuevas lecturas. Al punto que personas que se dicen demócratas, ejercen la autocensura o la censura para no molestar a nadie. Es una herencia directa de la lógica concertacionista de los acuerdos, donde se debió respetar y dar un lugar a la opinión de los militares, de los antidemocráticos, de los que no respetan. En ese ejercicio, que está en el ADN de nuestra sociedad, hemos llegado hasta el extremo en el que nos encontramos hoy. Hemos cedido demasiado. Hemos dejado mucho espacio a los que no respetan las diferencias ni las versiones disidentes en esta lógica de la prudencia. Racistas, misóginos, clasistas, fascistas, han tenido su espacio impúdicamente. Y por eso hoy toda la revuelta social nos explota en la cara y luego nos dicen que no se veía venir. Las ideas disconformes han estado presentes desde la llegada a la democracia, pero nunca las han querido escuchar para mantener la fiesta en paz con los intolerantes. Y mira como estamos hoy. Mi hijo, en su micromundo, sufrió las consecuencias de ese statu quo heredado de la Concertación, que no supo defender la democracia y que le dio espacio a los que atentan contra ella.