CARTA| “Clínica Santa María: En 1986 el profesor Leopoldo Muñoz y 34 años después el estudiante Gustavo Gatica”

CARTA| “Clínica Santa María: En 1986 el profesor Leopoldo Muñoz y 34 años después el estudiante Gustavo Gatica”

Por: Paulina Morales Aguilera | 10.11.2019
Los sucesos acaecidos desde el estallido social del pasado 18 de octubre no solo han sacado de debajo de la alfombra las desigualdades e injusticias groseras de este país agobiado de neoliberalismo, sino que nos han hecho revivir los dolores del pasado dictatorial que aún no terminábamos de superar. Ayer fue un profesor, hoy un estudiante de pedagogía. Ahora Gustavo saldrá vivo pero ciego, o sea, doblemente castigado en su integridad física y mental. Pese a ello, nada ni nadie podrá borrarle el recuerdo de lo último que sus ojos pudieron ver, para poder dar testimonio de la brutalidad policial al igual lo hiciera el profesor Muñoz hace más de treinta años atrás.

Sra. Directora:

En marzo de 1986, en la Clínica Santa María, era internado el profesor Leopoldo Muñoz, sobreviviente de un ataque a quemarropa por parte de agentes de la DICOMCAR (Dirección de Comunicaciones de Carabineros). Muñoz había intentado impedir el secuestro de José Manuel Parada y Manuel Guerrero desde la entrada del Colegio Latinoamericano de Integración. Haber sobrevivido lo transformó en testigo clave del secuestro de estos profesionales, cuyos cuerpos aparecieron posteriormente degollados junto al de Santiago Nattino.

Muñoz formaba parte de la Asociación Gremial de Educadores de Chile (AGECH), que agrupaba a los profesores opositores a la dictadura disidentes del intervenido Colegio de Profesores de aquel entonces. Como testigo clave, se temía que la CNI pudiera secuestrarlo desde la misma clínica para impedir que, una vez recuperado, contara lo que había visto. Profesores de la AGECH se organizaron e hicieron guardia en turnos de día y de noche en la puerta de la habitación en que se encontraba hospitalizado. Conozco de cerca esta historia porque mi padre, también profesor e integrante de la AGECH, fue uno de los que hizo guardia allí en esos días. Recuerdo el miedo que sentíamos cuando salía a cumplir con su turno, porque imaginábamos un intento de secuestro violento que seguro se saldaría con más víctimas. Favorablemente, eso no sucedió y Leopoldo -el tío Leo, como se le conoce- se recuperó lentamente, pudo testificar y aportar así al esclarecimiento del caso, que terminó con sendas condenas para los responsables.

Treinta y cuatro años después, Gustavo Gatica, estudiante de pedagogía en historia de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano, se encuentra internado en esa misma clínica, también por efecto de disparos de Carabineros, en este caso de balines dirigidos directamente a su cara que le han impactado en ambos ojos. Según ha confirmado el Colegio Médico, ha perdido la visión total. Se trata, sin lugar a dudas, de una tragedia en toda regla. Gustavo posiblemente saldrá vivo de ese lugar, al igual que el profesor Muñoz, pero despojado de su capacidad visual por parte de agentes del Estado. Ya no hay agentes de la CNI amenazando con un secuestro. Pero afuera está Carabineros reprimiendo violentamente a la comunidad universitaria que se ha reunido para apoyar a Gustavo y a su familia. ¿Habrá también aquí condenas ejemplares para los responsables de esta brutalidad policial?

Los sucesos acaecidos desde el estallido social del pasado 18 de octubre no solo han sacado de debajo de la alfombra las desigualdades e injusticias groseras de este país agobiado de neoliberalismo, sino que nos han hecho revivir los dolores del pasado dictatorial que aún no terminábamos de superar. Ayer fue un profesor, hoy un estudiante de pedagogía. Ahora Gustavo saldrá vivo pero ciego, o sea, doblemente castigado en su integridad física y mental. Pese a ello, nada ni nadie podrá borrarle el recuerdo de lo último que sus ojos pudieron ver, para poder dar testimonio de la brutalidad policial al igual lo hiciera el profesor Muñoz hace más de treinta años atrás.

Hoy no solo nos quieren tuertos, sino mejor, ciegos. O muertos, o tuertos, o ciegos. Quieren impedir que veamos y que hablemos. El problema es que ya despertamos y lo vimos todo con total claridad. Y lo que vimos no lo vamos a callar.