"Mi vida corrió riesgo y a nadie le importó": Relato de un aborto negado tras un embarazo inviable
Mi nombre es Catalina Pizarro, tengo 32 años, soy profesora de música. A los 19 años tuve a primer hijo -ahora de 12 años-, y el año 2018 llegó Clara, mi segunda hija, que murió en mi vientre a las 20 semanas.
Clara llegó a revolucionar y transformar mi vida. Mi embarazo iba normal, hasta que en la ecografía de las 12 semanas, mientras me la realizaban en la Clínica Tabancura, el doctor sale de la sala para buscar a otro ecografista. Al no entender qué era lo que estaba pasando, pregunté y me entregaron un demoledor diagnóstico: mi hija venía con higroma quístico bilateral más hidrops, lo que significaba que el embarazo no iba a llegar a término. Siempre dije que no abortaría bajo ninguna circunstancia, hasta que me tocó estar en el límite, de encontrarme en una de las 3 causales.
Mi ginecóloga de cabeza solicitó la interrupción bajo la segunda causal (previa solicitud mía), pero la decisión iba ser tomada por el Consejo de Ética de la Clínica (algo que es completamente ilegal).
Bajo la desesperación de que mi hija estaba muriendo de a poco dentro mío, comencé a visitar a distintos médicos privados y de otras clínicas. El diagnóstico fue siempre el mismo: el embarazo no era viable. Al mismo tiempo, el Consejo de “Ética” de la Clínica Tabancura me pedía exámenes para descartar cromosopatía, examen que era enviado a EE.UU y que no tenía código Fonasa, por lo que debía ser pagado de manera particular al igual que las ecografías que se me realizaron.
Su estado de salud empeoraba cada día y junto con ella, también mi dolor. Dolor de una madre al sentir a su hija dentro suyo, verla en una eco casi todos los días, ver su corazón al límite de reventarse; ver como el higroma (tumor) era tan grande que la cubría por completa, como el hidrops (edema) ya había llenado todos sus órganos. Mi hija se moría dentro mío y no podía hacer nada. No había dinero, doctor ni nada que pudiera salvarla. Sólo tenía que esperar a que su corazón colapsara.
Paralelamente debía seguir trabajando. No me atrevía decir qué era lo que estaba pasando. Como no sabía si se realizaría la interrupción o cuándo moriría, no era capaz de decir el infierno que estaba viviendo. Trataba de ponerle el pecho a las balas e intentaba seguir mi vida lo más normal posible, pero llegué a un punto donde comencé a desmayarme de la nada. Al final, me dieron licencia.
Lamentablemente, la licencia que existe para estos casos es de riesgo de aborto (no se puede salir de la casa); sin embargo, era lo que nosotros estábamos esperando.
Me encontraba sola en mi departamento con mi hijo de 12 años, quien debía ir al colegio (mis amigas me ayudaban con el traslado) y que debía alimentar (mi familia me traía comida). Así crecía aún más mi calvario. No pensaba otra cosa que en mi hija, que se estaba muriendo. Me angustiaba, no paraba de llorar, me golpeaba de desesperación, me mutilé y hasta tuve ideas para acabar con mi vida. Era una dualidad: la tocaba, le hacía cariño, pero luego pensaba: “¡no! No te encariñes”. Después pensaba: “Cata, no puedes ser así, es tu hija!”.
Comencé a volverme loca. Hasta que llegó diciembre y su corazón ya no resistió más.
Mi hija Clara había fallecido.
Me hicieron una cesárea. Pedí que me la entregaran para poder despedirme de ella, pero no pude verla: fue porque al nacer, mi hija se reventó. Eso me hizo pensar que podría haber muerto si es que se hubiera reventado dentro mío. Pensé que quizás también estaba dentro de la primera causal, y que pude haber dejado solo a mi otro hijo.
Luego del funeral y de un par de semanas, el estrés, la pena, la depresión y el nivel de tensión que pasé, provocó que se dañaran mis neurotransmisores y mis funciones motoras comenzaron a fallar. Tuve que ser dopada y dormía las 24 horas del día. Quién me cuidó fue mi hijo. En ese entonces él tenía 11.
Quiero decir que pedí acompañamiento desde el primer momento. Esa ayuda nunca llegó. Me di cuenta que en estos casos, que son más comunes de los que uno cree, la mujer no está protegida en lo legal ni en lo laboral. Tampoco en su salud física y psicosocial frente a un embarazo no viable o pérdida intrauterina.
Siento el deber de generar consciencia y visibilizar el problema de las mujeres en esta situación: promover la fiscalización del Estado en la labor médica con mujeres en estos casos, que exista una información pública y fidedigna sobre los protocolos médicos y del apoyo que debe dar el Estado a las mujeres; protección laboral y psicosocial a las mujeres y familias. Por eso hoy continúo mi lucha con la representación del estudio jurídico AML Defensa de Mujeres.
Estamos en un problema donde la legalidad es optativa y se presta para interpretaciones, lo que desampara a la mujer. No es legal que la decisión pase por un equipo de ética. Ellos no pueden decidir por tu vida. Cada familia tiene su realidad. ¡Mi familia se destruyó! Mi vida corrió riesgo y a nadie le importó lo que pasaba en mi interior.
Hoy, a casi 8 meses de la partida de mi hija, sigo con secuelas físicas y emocionales, gastando alrededor de $300 mil pesos mensuales, tratando de salir adelante junto a mi hijo.
Mi caso ya pasó. Sólo pido y ruego que no le pase a ninguna otra mujer ni familia. Que ninguna otra sufra como sufrimos nosotros.