Los primeros seis meses del país de Bolsonaro
Si Brasil fuese una micro llena, según la última encuesta Data Folha, del 8 de julio, la distribución de los pasajeros sería más o menos así: un tercio estaría sentado a la izquierda (33%, los que desaprueban al gobierno), otro tercio sentado a la derecha (33%, los que lo encuentran muy bueno) y el tercio faltante, los que lo califican como regular estarían de pie en el pasillo, esperando algún asiento libre o listos para bajarse. Con una economía en recesión y el desempleo rondando los 14 millones, el bus sigue avanzando con rumbo firme. ¿Para dónde? Ya veremos.
El pasado jueves, 11 de julio, Bolsonaro comunicó su intención de nominar a uno de sus hijos como embajador en EUA, apenas un día después de éste cumplir la edad mínima para ocupar el cargo, como si fuese regalo de cumpleaños. El presidente brasileño fundamentó su intención diciendo que su hijo, el diputado Eduardo Bolsonaro, es una persona “de mundo”, que sabe hablar inglés y español, junto a lo que el indicado, preguntado al respecto, agregó al listado de referencias que hizo su padre, el ya haber “fritado hamburguesas” en el país del norte, cuando estuvo de intercambio. Esta nueva polémica surge a horas de ser aprobada por el congreso la controvertida reforma a la previdencia, junto al anuncio de una reforma tributaria y un plan de privatizaciones. Todo esto en medio de la crisis de legitimidad que sufre el ministro estrella del gobierno, el exjuez Sergio Moro.
Subámonos a la micro
Siguiendo con la metáfora del principio, al subirnos a la micro veríamos que el debate al interior se divide entre: cómo, cuándo y cómo los trabajadores se van a jubilar, si es o no nepotismo que el “cero tres” del clan Bolsonaro asuma la embajada en Washington o si las revelaciones de The Intercept, que dan cuenta de la parcialidad del juicio contra Lula y la farsa jurídica que es la operación Lava Jato, son suficientes para la liberación del expresidente. Desde el ala izquierda se escuchan acaloradas protestas y reclamos, junto a gritos de ¡Lula libre! Ya los del pasillo, curiosos o desconformes con la reforma de la previdencia y desilusionados con el ministro de justicia Sergio Moro, hacen algún ruido, pero tímido aún. Por otro lado, Los de la izquierda y los de la derecha gritan altísimo, tan alto que ni ellos mismos se entienden. Así, la micro acaba pareciendo un coral de borrachos.
Los pasajeros de la derecha, pese a representar apenas un tercio de los brasileños, tienen mayor resonancia al momento de expresar sus opiniones producto del estrato privilegiado al cual pertenecen y por concentrarse en los centros urbanos del país. Como una barra brava decidieron cerrar los ojos y defender lo que haya que defender del gobierno Bolsonaro. Un ejemplo de esto son los ataques y amenazas que ha sufrido Glenn Greenwald, ganador del Pulitzer por su trabajo en la filtración de los documentos conocidos como Wikileaks, el año 2014 y responsable por la serie de reportajes Vaza Jato.
Vaza Jato
Greenwald pasó de ser una persona casi desconocida en Brasil a ser el albo de ataques rabiosos por parte de los sectores afines al gobierno, luego de publicar conversaciones que deslegitiman la operación Lava Jato. “Es un espía ruso”, “es comunista y gay”, “le pagó a un hacker ruso para infiltrarse en el teléfono de Sergio Moro”, “atentó contra la seguridad nacional”, estos son algunos de los argumentos que circulan en las redes pro Bolsonaro en contra del periodista norteamericano radicado en Brasil.
La serie de reportajes Vaza Jato, del portal The Intercept junto a otros medios de comunicación, trajo a luz pública mensajes enviados, a través del aplicativo Telegram, entre los fiscales y el exjuez, ahora ministro de justicia, Sergio Moro. Diálogos que además de poner en evidencia la ilegal parcialidad con la cual se llevó a cabo el juicio contra el expresidente Lula, muestran que la operación Lava Jato nunca tuvo como único fin acabar con la corrupción. Más bien, que es en su esencia una operación política que visó eliminar las posibilidades de la izquierda en las elecciones pasadas, sacando de la carrera presidencial al Luiz Inacio Lula da Silva, favorito en las encuestas, y favoreciendo al actual presidente Jair Bolsonaro.
Ante estas revelaciones el sector bolsonarista no dudó en defender con uñas y dientes la operación Lava Jato y al ministro Moro, ya que ambos son el pilar fundamental del actual gobierno y la razón por la cual el expresidente Lula está preso y, en cierta medida, el fundamento del rechazo social hacia el Partido dos Trabalhadores.
El país de Bolsonaro
En cualquier país democrático sería impensable la nominación de un hijo del presidente como embajador en Washington o en cualquier otro lugar, además de, como mínimo, la destitución del ministro Sergio Moro sería inmediata, junto a la revisión del proceso judicial que encarceló a Lula, abriendo las puertas a una posible liberación del expresidente. Sin embargo, en el Brasil de hoy en día, por lo menos hasta ahora, parece impensado. En lugar de eso, encontramos –como un chiste de mal gusto- que quienes se “informan” a través de grupos de Whatsapp ponen en duda el trabajo periodístico del ganador del Pulitzer, el mayor reconocimiento que existe en el periodismo mundial.
Según la encuesta Data Folha, Bolsonaro perdió la mayoría en el país más rápido que ningún otro presidente en su primer mandato, desde la redemocratización el año 1990, obteniendo apenas un 33% de aprobación, sin embargo, poco parece estorbarle al momento de manejar al país “mais grande do mundo”. Mantener al país altamente polarizado, acompañado de una prensa monopólica funcional a los intereses de los grandes grupos económicos, que infla algunas polémicas y amuralla, privando de debate, asuntos como la reforma de la previdencia o las escandalosas revelaciones de la Vaza Jato. Parecen ser la fórmula perfecta para que Bolsonaro se mantenga en el poder sin mostrar el más mínimo interés por asuntos como el desempleo, salud, seguridad o educación.
Así es como Jair Messias Bolsonaro como un sordo, algo ciego, pero jamás mudo maneja al gigante sudamericano sin grandes contratiempos hacia un proyecto ultra neoliberal con tintes autoritarios, mientras la oposición no sabe cómo hacerse escuchar.