Alejandra Carmona, directora del documental Zurita, verás no ver: “En toda su poesía asume el dolor de todo Chile, y escribe sus versos para llorar ese dolor”
La primera vez que vi a Zurita fue en Campus Oriente, a los 17 años. Él hizo un recital ahí. Era joven, lo vi allí, con su barba negra. Pero lo que más me impactó fueron sus ojos: fue casi como caerme adentro de esa mirada. Qué profundidad. Y bueno, su poesía era increíble. La forma que tiene de recitar Zurita es única. Después vi que al poco tiempo aparecieron los poemas en el cielo, esta publicación de Anteparaiso. Esos poemas azules en el cielo eran maravillosos. Era como una luz en la oscuridad, en plena dictadura. Me voló los sesos esa posibilidad de poder explorar así con la escritura, el cielo, los elementos naturales.
La idea del documental surge a partir de otra idea: se llamaba El ojo que mira el magma. Me hacía una pregunta e iba con mi pregunta a encontrarme con otras personas. La pregunta era si había una vida más allá de la muerte. Entonces quería saber qué pensaba la gente. Plantee esa investigación y me gané un fondo audiovisual con esa pregunta. En el proceso surgieron distintos personajes, muy interesantes todos: el padre Aldunate, el cura obrero; Caroline Meyer, con su cuento social en Recoleta; estaba también Esteban Maturana, un científico; y entre ellos, Raúl Zurita. En un comienzo plantee hacer un documental que tuviera la representación de cada corriente: había un budista, tenía que haber un cristiano por lo menos, también un ateo, y ese ateo era Zurita, el poeta ateo. Eran varias voces. Traté de armar un cuento con esto y finalmente no resultó.
Después, mientras trabajaba en una asesoría de guiones, uno colega me preguntó: “¿por qué quieres hacer esta película, por qué quieres responder la pregunta sobre la muerte?”. Eso me llevó a pensar que sí tiene que ver algo conmigo, porque siempre me he relacionado y me interesan los temas de memoria, de defensa de derechos humanos, justamente por la muerte y por lo que me tocó vivir de chica. Y pensando un poco más, dije: “Bueno, en realidad el personaje que reúne esas cosas que a mi me interesan es Raúl Zurita”. Porque él es la vertiente de la defensa de los derechos humanos. Es un personaje que se plantea sin temor frente a las preguntas de la muerte, que le tocó vivir muy de cerca por todo lo que fue el golpe, y cómo él traduce todo eso en una poética.
Desde el primer momento tuvimos una empatía, como una cierta hermandad tal vez. Nos cachamos. Le dije: “Con todos estos personajes no me resultó y me di cuenta que en realidad con el único personaje con el que quiero hablar el tema de la muerte es contigo”. Así se lo plantee. Entonces me dijo: “¡Ah, me encanta la idea!, porque en este país ninguno de los hueones se atreve a hablar de este tema”. Es muy efusivo: cuando algo le gusta, es al cien por ciento, muy intenso, como buen poeta. No hay términos medios. O no le gusta, o le encanta. Le dije que lo iba a llevar a zonas súper incómodas. Me dijo que le encantaba. No costó mucho.
La idea más disparatada fue haberlo puesto al borde de un abismo y él con párkinson, además, con un vértigo tremendo. Él iba así, como que se está cayendo, hacia el principio del abismo, lo hice caminar y él al borde, muy cerca, y yo detrás, extendiendo los brazos a un par de metros. Ahí sentí lo descompensado que había estado y el gran esfuerzo que había hecho, pero que no lo comunicó de manera tan clara al inicio. Es muy callado con sus cosas y no nos dijo nada hasta después de haber hecho la escena.
Creo que los conceptos “Zurita” y “Muerte” están íntimamente ligados desde el momento en que él ataca su propio cuerpo y tiene todos estos síntomas de autoflagelación en la dictadura. Hay una relación hacia la muerte, hacia lo destructivo. Creo que ahí, más el golpe militar y la tortura y sus amigos muertos y todo lo que le tocó vivir, comienza un caldo bien denso a cocinarse en él, que luego se va a verter en toda su poesía, donde contínuamente va a estar tratando como nadie la muerte y el genocidio de este país. Él clamó como nadie, y más que la muerte, es un clamor al dolor.
Porque Raúl se relaciona con el dolor cuando se quema la mejilla (con una vara de metal al rojo), cuando se tira ácido en los ojos. También en toda su poesía, porque reflexiona, tira para afuera el dolor, asume también el dolor de todo un pueblo, de todo Chile, y escribe sus versos para llorar ese dolor a través de ellos. Él lo dice en la película: la poesía lo ayudó a sobrellevar eso de alguna manera. Es una semimuerte en la que él estaba, porque estuvo completamente deprimido durante una década. En una parte él dice: “Le temo más a la depresión que al cáncer”. Para tirarte amoniaco en los ojos tienes que estar muy deprimido, para quemarte una mejilla tienes que estar en unos bordes que no nos imaginamos. Eso me pareció interesante retratar, o tratar de buscar. Por eso me centro en sus ojos, busco siempre en su mirada. Porque en el fondo esa es la gran pregunta: cómo este hombre logra conectarse con el dolor, con la muerte, y cómo logra de esa profunda oscuridad sacar toda esta luz, que es toda su poesía.
La primera vez que vio la película fue en Kiné Imágenes, donde hicimos la posproducción. Ahí hay una pequeña salita de cine. Fue el año pasado. Llegó solo. Me acuerdo que la película terminó y se quedó callado mucho rato, como tragando, y me dijo: “Qué gran obra que hiciste, qué gran obra de arte, porque esto va más allá de mi: esto eres tu”. Le encantó. Se emocionó mucho. Vi sus ojos completamente tomados. Nunca nadie me había dicho que yo era una artista. Eso que dijo lo guardo con mucha humildad y agradecimiento en mi corazón.
Me fui enamorando cada vez más de él. Al comienzo tenía la imagen de este baluarte nacional, un tipo súper potente, y fui con mucho respeto y hasta un poco de temor, como cuando uno está frente a una gran personalidad. Pero poco a poco me fui dando cuenta cómo era él: una persona tan sencilla, tan humilde a la vez, tan entregado. No me ha tocado nadie así, y menos de su tamaño intelectual. También fue entregado respecto a mi obra, fue mostrando respeto hacia mi. Pensé que si él me creía, me la tengo que creer yo también. Fui descubriendo lo generoso de su persona, la gran persona que es, porque poca gente hace eso. Es una persona que da mucho, y eso aprendí de él: su humildad, su generosidad y la enorme capacidad que tiene de dar amor.
Hubo un cambio profundo en mi, y ese cambio es una frase que está al final de la película, cuando él dice: “Si en el último momento, porque esa persona es asesinada y está muriendo de la forma más atroz, torturada, dejada, si en ese último momento no ve la luz o no se encuentra con sus seres queridos, entonces toda esta cuestión vale una porquería”. Me quedo ahí, en ese punto: es decir, hay una breve esperanza de luz. Breve, mínima, y me agarro a esa esperanza.