Otra vez, crisis en educación: ¿Qué hacer con la Ministra Cubillos?
Otra vez es evidente: la educación está en crisis.
Los liceos públicos tradicionales están en parálisis. Las y los profesores están en paro, y no pidiendo aumentos de sueldos, sino tranquilidad, condiciones básicas para su trabajo y reconocimiento de su labor. En medio de la propaganda del gobierno de “los niños primero”, las y los trabajadores de la educación parvularia se van a paro contra la idea de instalar un nuevo “voucher” para que crezca la matrícula privada. A eso agreguemos que miles de estudiantes en el país se movilizan por el agobio y la salud mental; que hace poco más de 5.000 personas marcharon por la inclusión educativa –familias con niños y niñas que poseen necesidades educativas permanentes-, irónicamente después de que una Ley de Inclusión que nos les considera; y por si fuera poco, que la tasa de suicidio adolescente se dispara, alcanzando incluso a jóvenes de colegios pagados del barrio alto.
Sí, tenemos un problema grave. Ya es hora que lo miremos de frente.
La Ministra Cubillos ha sido sumamente irresponsable con estos asuntos. Prácticamente no les presta atención. Sin agenda educativa real, usa estos problemas para proyectar su agenda personal basada en un discurso demagógico a la “clase media”. Con más apoyo de los grandes medios que un verdadero respaldo popular, ese discurso ha bastado para desviar la atención mediática de los graves problemas educativos que mencionamos.
En apariencia, podría parecer que todos estos problemas son responsabilidad directa de Cubillos. Aunque ella no contribuye en nada a resolverlos, y más bien termina agitando sus efectos, los problemas exceden su responsabilidad. Son cuestiones que se arrastran por varias décadas, y que obedecen a un modelo general que ya no da para más ni aguanta más parches, vouchers o regulaciones específicas.
La crisis educativa, cuando empeora, escala a una crisis cultural y de sentido. La educación resulta un imperativo para sobrevivir, pero cada vez nos produce menos sentido. En vez de darnos el espacio para cultivarnos y hacernos mejores personas, más bien nos lo dificulta. Como la necesitamos, como imperiosamente necesitamos escuelas seguras y decentes para nuestros hijos/as, títulos mínimamente aceptables para encontrar trabajos, y luego posgrados para mantenerlos, tenemos que correr –queramos o no- en una danza de elección de mercado, pagos, postulación a ayudas –incluida la gratuidad- y endeudamiento crónico con el CAE y otros créditos. Una danza llena de ofertas educativas de baja calidad, que, irónicamente, hacen de la sociedad chilena una sobre-escolarizada y sub-educada. Una sociedad llena de agobio, de obligaciones externas y con cada vez menos tiempo libre para –paradójicamente- aprender y desarrollarnos como personas.
La posibilidad de la reforma del gobierno anterior fue construida en las calles. No obstante, el neoliberalismo ha mostrado una capacidad increíble para tomar las demandas de la sociedad y transformarlas en más mercado. Incluso sobrepasando la voluntad de varios reformadores. Por cierto, valió la pena terminar con la selección y avanzar en gratuidad. Los estudiantes que hoy tienen la gratuidad han alcanzado más tranquilidad –aunque no total, por cierto-. Pero hay que ir al fondo: el mercado educativo sigue ahí, el lucro sigue ahí, y la educación pública sigue siendo un actor marginal y abandonado de nuestra educación. No nos engañemos con eso.
Ante este panorama, reducir el horizonte de las fuerzas sociales y políticas democráticas a la defensa del legado de la reforma anterior, resulta miope. Pensada como mayor regulación prohibitiva y más apoyo financiero, aquel intento no se planteó enfrentar las expresiones culturales y subjetivas en que hoy la crisis educativa se manifiesta. De ahí su vacío conceptual en educación pública y en las dimensiones culturales y pedagógicas de la enseñanza, o del problema del sexismo en las aulas. Su vacío, en definitiva, en la educación como espacio cultural y público de construcción de una sociedad y sus individuos.
Dicho esto, la estrategia tampoco puede ser la contraria: apuntar a Bachelet como responsable de todo es igualmente falaz. El problema es mucho más complejo. Debemos defender los avances que se hayan conquistado y cuestionar lo que se hizo mal, pero sobre todo, debemos encarar los desafíos pendientes.
Tenemos un tremendo desafío: pasar de luchar en varias batallas distintas a construir un cuestionamiento común a la educación chilena. Tras la crisis cultural de nuestra educación, los problemas como la falta de sentido que ella tiene y su efecto luego en el agobio de docentes y endeudados, tienen una raíz común. Si nos es difícil verlo es porque culpamos –así lo hace el modelo- a un déficit de los individuos, sea bajo rendimiento en pruebas y portafolios, vulnerabilidad socioeconómica o salud mental. En realidad, hay una forma de sociedad y educación que, entregada al mercado por ya casi 40 años, nos trata como un insumo fungible y no como seres humanos. De ahí que tengamos un problema estructural que se presenta, también, en la dimensión individual y subjetiva, y produzca un malestar general cada vez más agudo.
Las fuerzas sociales hoy pueden presionar a las fuerzas políticas democráticas, nuevas y viejas, para que se unan en enfrentar esos asuntos de fondo. Más que nunca, hoy es urgente juntar fuerza social y política en una agenda común. Sin limitarnos a defender el legado del gobierno anterior, y defendiendo lo que haya que defender, lo urgente es construir una agenda de futuro. En esto no sobra nadie.
Tenemos la oportunidad de plantear cuestiones de fondo, que hasta hoy, no han podido ser centrales: superar las limitaciones de constitución de 1980 que establecen el mercado educativo, y asumir como objetivo central la reconstrucción de la educación pública. El horizonte largo de las fuerzas democráticas -sociales y políticas- debe ser que la educación pública, gratuita y de calidad alcance rango constitucional, desplazando al mercado como eje educativo del país. Es una batalla grande, de largo plazo y de enorme densidad pedagógica e histórica, que va a requerir de toda nuestra creatividad dado que no se pueden repetir viejas recetas. Tal tarea, por su alcance, puede unir a fuerzas sociales, a nuevas fuerzas políticas, y a quienes empujaron avances en el gobierno anterior y fueron críticos de sus límites.
Hay que saber combinar ese horizonte largo con avances concretos en mejores condiciones para profesores, estudiantes y familias; y, en el camino, construir una oposición tan legítima ante la sociedad, como efectiva en su despliegue. En este sentido,el objetivo central no es que caiga uno u otro ministro o ministra, sino la articulación y avance de un programa que recupere la educación pública como horizonte político. Si por su tozudez, por su falta de diálogo, un Ministro debe ser removido, entonces estaremos obligados a hacerlo, pero sabiendo que no nos define tal hecho, sino aquello por lo que luchamos, los cambios en positivo que queremos hacer. Sin una agenda en positivo, sacar un ministro no nos garantiza avance ni estratégico ni táctico. Ya alguien cayó por hablar de bingos, ¿nos acordamos? Y nada pasó.
Es hora de dialogar política y socialmente para dar estos pasos. De nuevo, desde las calles, se abre una oportunidad. No la desperdiciemos.