Quién nada hace, sí debe temer (en países que no respetan los Derechos Humanos)
Fernanda, mi hermana chilena brasileña, decidió viajar a Israel durante sus vacaciones. Desde Brasil, acompañada por un amigo, partieron a conocer algunas ciudades de Europa antes de desembarcar en el Aeropuerto Internacional Ben Gurión. Estaba muy contenta por conocer sitios históricos. Nos escribía y mandaba fotos por WhatsApp hasta que decidió cruzar a territorio palestino.
Nuestra bisabuela y nuestro bisabuelo eran de Belén. Bichara se vino a Chile con un tío después de perder a sus padres en Palestina. Emilia tenia 14 años y Bichara 17 cuando se casaron en Chile. Fernanda, como cualquier ser humano interesado por la historia de sus antepasados, quería conocer su país y ciudad de origen, pero esta alegría duró poco. El check point entre el territorio palestino e Israel fue tenso, como estar entrando en una prisión, sensación que lamentablemente se transformaría en realidad dentro de pocos días.
Al mismo tiempo, en otro continente, el gobierno de Sebastián Piñera ingresa un proyecto de ley de control preventivo de identidad que ampliaría las facultades de la policía para detener y revisar a niños, niñas y adolescentes, incluso en espacios educacionales. En su último informe para Chile, Amnistía Internacional acusa al actual gobierno de haber liderado iniciativas como “Control de Identidad de Menores”, “Aula segura” y “Calle Segura”; todas medidas que van en dirección contraria a la libertad y los derechos. Estas decisiones, dice el informe, “tienen efectos concretos en las personas, pues ponen en cuestión la base misma de nuestra dignidad, la igualdad, nuestras condiciones de vida y la justicia.”
Llegando a Palestina, Fernanda dejó de estar alegre. Ahora lo que describe es la tristeza de ver un país ocupado, las armas y el miedo que percibe en la gente.
En paralelo, el gobierno de Brasil también retrocede en materias de Derechos Humanos a través de un discurso amenazador, hostilizando a las organizaciones que velan por ellos; libera el uso de armas y admite la posibilidad de asesinar a cualquiera que parezca sospechoso sin previa detención o interrogatorio. Esas son algunas de las medidas de Jair Bolsonaro, demostrando que la retórica hostil se transformó en medidas concretas en un país donde el aumento de la violencia hacia grupos excluidos y el aumento de homicidios de jóvenes afrodescendientes es una realidad.
El día que Fernanda y su amigo regresaban a Brasil, en el aeropuerto de Tel Aviv, empezó lo que considero una pesadilla. En la fila para entregar las maletas, antes de embarcar, una inspectora les pregunta si son “pareja”. Al responder que no, le piden a Fernanda que se aleje porque le harán una entrevista separada de su amigo. Fernanda intenta escuchar las preguntas que le hacían: nombres de sus familiares y motivos del viaje. Le piden el nombre completo de su madre, el de su padre y nombres completos de sus abuelos. Le preguntan por su procedencia y el significado de sus apellidos. Fernanda explica que su padre es chileno y su madre brasileña. Les interesa saber los motivos que llevaron a nuestro padre a casarse en segundas nupcias. Fernanda les explica que hubo una migración del oriente hacia Chile en el inicio del Siglo XX y ese es el motivo de sus apellidos. Le piden los nombres y apellidos de todo su árbol genealógico. Fernanda siente miedo. Al término del interrogatorio, ella y su amigo reciben las maletas y ríen… No notan que en el primer interrogatorio les pegaron un código de barras en sus pasaportes.
Interrogatorios y revisiones provocan miedo y humillación a quienes los sufren porque saben que están frente a quienes tienen el poder de usar la fuerza. Estados que liberan este tipo de medidas, no generan respeto.
A Fernanda la detienen e interrogan en el aeropuerto de Tel Aviv en tres ocasiones. Le quitan su mochila, sus zapatillas, su teléfono y pasaporte porque consideran que es una cuestión de “seguridad nacional”. Le preguntan una y otra vez por los motivos de su viaje, su familia, su trabajo. Quieren saber quien se lo costeó. La interrogan, exhaustivamente, por el libro que lleva en su mochila: “La caja negra”, de Amos Oz.
Tal como las cajas negras de los aviones, estados que vulneran derechos esconden secretos que, lamentablemente, solo descubriremos después del desastre. Secretos que habrían ayudado a descubrir los errores y así prevenir un trágico desenlace, pero son guardados a siete llaves por estados que no quieren escuchar argumentos contrarios a las suyos.
Humillada, con miedo y la terrible sensación de haber sido culpada “de un crimen” que no cometió, Fernanda es liberada para embarcar de regreso a Brasil.
Detener, revisar e interrogar a una persona que no hizo algo por lo que deba temer, es someter a esa persona al terror de confesar ese algo que no hizo y así agradar a sus interrogadores para, quién sabe, ser liberada de un castigo peor.
Quien nada hace, nada teme dicen en Chile, cuando se cuestionaron las medidas preventivas del gobierno y sabemos que no es verdad. Quien nada hace teme ser sometido a una detención arbitraria donde sus derechos mínimos son vulnerados, muchas veces, de forma violenta. Quien nada hace fue asesinado en Chile por estar manejando un tractor. Quien nada hace fue asesinado en Brasil por andar con un paraguas que confundieron con una metralleta. Quien nada hace cuando es pobre, negro, migrante o LGTBI debe temer, siempre.