Apuntes de teatro: Mistral, no me sacarán de ningún clóset

Apuntes de teatro: Mistral, no me sacarán de ningún clóset

Por: Elisa Montesinos | 24.05.2019
No nos engañemos, el hecho de que a Gabriela Mistral se la haya presentado siempre como hasta el día de hoy la conocemos, básicamente como una maternal profesora rural, es sin duda alguna un gesto político. Se ocluyó su compleja dimensión humana, su ideario y pensamiento, y se la redujo a esa imagen. Mistral, una marca de pisco del Valle del Elqui, una marca de cuadernos, un billete, una universidad privada.

La querella del feminismo contra la irreductible Gabriela Mistral

La Gabriela Mistral que nos proponen Andrés Kalawski y Aliocha De la Sotta se hace cargo de un debate incómodo y complejo, actual y punzante, en torno al rol del intelectual y al trabajo del artista ante las demandas de cambios sociales, culturales y políticos. Nuestra primera Premio Nobel de Literatura se posiciona así como una pionera entre las mujeres del continente que se negó radicalmente, y se niega aún hoy desde sus papeles, a ser bandera de cualquier ideología o aún de cualquier ismo.

Hay un mérito innegable en este montaje, mérito que va del texto a la interpretación, y es que logra hacer aparecer a Gabriela Mistral por fin como un ser humano de carne y hueso, verosímil y completamente creíble. Porque si a Neruda se lo devoró su propio mito, si el niño Neftalí desapareció rápidamente bajo el peso de su voz nasal de coleccionista de mascarones de proa, a la niña Lucila fue la ordinariez del poder en un país encasillador lo que la redujo a un arquetipo de maestra campechana y autora de rondas infantiles. No nos engañemos, el hecho de que a Gabriela Mistral se la haya presentado siempre como hasta el día de hoy la conocemos, básicamente como una maternal profesora rural, es sin duda alguna un gesto político. Se ocluyó su compleja dimensión humana, su ideario y pensamiento, y se la redujo a esa imagen. Mistral, una marca de pisco del Valle del Elqui, una marca de cuadernos, un billete, una universidad privada.

Tuvo que pasar una cincuentena de años, tuvo que cambiar el mundo y acabar el siglo XX para que, fallecida la última albacea de sus papeles íntimos, nos enterásemos de que había una Gabriela mucho más compleja detrás de esa construcción comercial. Quienes habíamos leído su obra podíamos acaso sospecharlo. Deberíamos haberlo hecho. Lo cierto es que por fin supimos algo más de la verdadera Gabriela, y la academia quedó al descubierto en su machismo, en su conservadurismo ramplón y su mezquindad intelectual. Sin embargo, oh paradoja, este mismo acto en apariencia liberador, la volvió a convertir en algo que no era. El márketing político no perdona. Con sus cartas y manuscritos a la vista, Gabriela pasó a ser un rostro estampado en las camisetas de las mujeres, de las lesbianas, y de todo el amplio abanico de los feminismos vigentes. Sinónimo de fémina empoderada, Gabriela –como Simone de Beauvoir o Frida Kahlo– se convirtió ahora en una bandera de las luchas de su género, que a pesar de ser muchas y aún distintas entre sí, se hermanan en ese acto para nada iconoclasta.

Con una sólida base de investigación en todas las fuentes disponibles, este montaje pone el dedo en la llaga porque muestra la contradictoria verdad humana de Gabriela Mistral, alguien que antes que definirse como mujer, prefirió definirse como intelectual. Y que como tal fue hasta donde pudo en la época que le tocó vivir, como latinoamericana en el álgido contexto de la Segunda Guerra Mundial y el inicio de la Guerra Fría. Alguien que se negó rotunda y sistemáticamente a ser encasillada, ni como campesina, ni como diplomática, ni como poeta, ni como profesora, ni de izquierda ni de derecha, ni de centro ni nada. Ser humana de su tiempo y punto, y con eso sobra y con eso basta. 

Y es que en escena la premio Nobel (Solange Lackington) y su secuestradora feminista (Valeria Leyton), se enfrentan despiadadamente, sin tregua. Se sacan los trapos al sol, hay chantaje, extorsión, amenazas y franca violencia. La mujer joven, la feminista, quiere obligar a la poeta a salir de su zona de confort, le exige que use la tribuna que tiene para pronunciarse en contra del machismo, en contra del patriarcado. Le exige que salga del clóset, que hable por todas las que como ella iban a ser reinas. Que cambie la historia. Pero no hay caso. El género le da lo mismo. Así como su patria es el mundo, su género es el género humano. Ella misma es la demostración viva de eso. En uno de los momentos más memorables del texto, Gabriela trata de mujer incompleta a la joven lesbiana que se reivindica como ser humano sin necesidad de ser madre. No necesito ser mamá de nadie para ser. No sabes lo que dices, eres una niña. A la vez conservadora y radical, a la vez amiga de democratacristianos y de revolucionarios, la poeta se ancla en su derecho a la contradicción. La poesía no se deja atrapar nunca.

"La vida es una sombra tan solo, que transcurre; un pobre actor que, orgulloso, consume su turno sobre el escenario para jamás volver a ser oído. Es una historia contada por un necio, llena de ruido y furia". Esa frase, que dio origen al título de una novela canónica de William Faulkner (El ruido y la furia), pertenece a Shakespeare en Macbeth, y es Gabriela Mistral quien la dice acá en la escena, parafraseándola para explicarle a su joven secuestradora cómo es que opera la creación artística, cómo es que funciona la poesía, para explicar en qué consiste su trabajo y cómo se relaciona con la vida. La distancia entre lo que somos en realidad por dentro, y lo que alcanzamos a decir, a mostrar, a ser por fuera. La insalvable distancia entre lo que proyectamos y lo que sentimos.

No hay acuerdo entre las partes, y esa falta de encuentro nos duele como espectadores, como país que se acostumbró a la medida de lo posible, a la ley del “es lo que hay”, país que se debate aún entre la sangre y la esperanza como hace más de dos siglos. Y la poeta canta justamente como la voz de esa patria que es a la vez cóndor carroñero y huemul al borde del exterminio. De su boca salen por eso chistes de humor negro, vaticinios malvados, sentencias devastadoras, tiernas caricias en forma de versos. Dame la mano, no pasa nada. Dame la mano, no pasa nada. Dame la mano no pasa nada, insiste conjurando el miedo. Canto de fe a fin de cuentas, que hace que se nos llenen los ojos de lágrimas evocando a cuanto ser humano ha creído con la porfía de la víctima en el cadalso, con la porfía poética del que cree en la bondad, en un futuro más justo, en un mundo mejor.

Esta Gabriela Mistral se ríe de nuestra preocupación por sus sábanas, nos acaricia compadecida de nuestra prosaica existencia de peatones atolondrados. Ya la hemos manoseado tanto que le da lo mismo. Siempre supo que sería así, conectó con eso que podríamos llamar el alma de esta patria desde muy temprano. Su mezquindad de miserable maltratado, su desconfianza de madre soltera, su resentimiento de huacho abandonado. Pero así y todo, cree en el amor. Como una Ana Frank, confía en la bondad del ser humano. Usted sabrá juzgar si vamos avanzando o no, si hemos avanzado, si queda por delante mucho, poco o cuánto. Lo que podemos garantizar, es al cerrar el telón, un aplauso emocionado.

Dramaturgia: Andrés Kalawski

Directora: Aliocha de la Sotta

Elenco: Solange Lackington y Valeria Leyton

GAM

Hasta el 22 Jun, 2019

Mi a Sá – 21 h

Edificio B, piso 2, Sala N1

Mayores de 12 años

$ 6.000 Gral.

$ 3.000 Est. y 3ed.

 

*Nota de la redacción: El Desconcierto decidió editar la nota y sacar la parte que decía: "Patada en los ovarios a las feministas que desearían haber tenido en ella a un referente más jugado. Doble patada en los ovarios si el texto de la obra fue escrito por un varón", pues varias lectoras y lectores advirtieron que el lenguaje era ofensivo y el mismo autor se retractó y pidió disculpas. 

Revisa acá las cartas al respecto:

Lectora critica uso de lenguaje que promueve la violencia

Crítico pide disculpas por uso inadecuado del lenguaje para referirse a las feministas