Pedir perdón. Necesario, pero no suficiente para los pueblos indígenas

Pedir perdón. Necesario, pero no suficiente para los pueblos indígenas

Por: Verónica Figueroa Huencho | 02.04.2019
El perdón no significa un borrón y cuenta nueva. Tampoco supone el fin a una relación de conflicto. El perdón debe ser un reconocimiento para un cambio. Un cambio sustantivo. Los pueblos indígenas aún piden ser reconocidos como sujetos de derecho.

Controversia ha causado la solicitud hecha por el Presidente de México a España y al Vaticano para que sus representantes pidan perdón a los pueblos indígenas por una conquista que se hizo “con la espada y con la cruz”. Para muchos, esta solicitud de perdón es extemporánea, para otros es simbólica, para otros insuficiente. Sin embargo, es un gesto necesario. Ampliamente documentada ha sido la violencia extrema, y en algunos casos el genocidio, hacia los pueblos indígenas por parte de los denominados “conquistadores”, quienes, en su afán por civilizar al salvaje, utilizaron todos los mecanismos disponibles para ello, claro está, nunca el diálogo.

Por una parte, la cruz significó el desconocimiento de las creencias de los pueblos indígenas, de su relación con la naturaleza, de sus autoridades ancestrales, desconociendo e impidiendo que ejercieran su rol como guardianes del bienestar y equilibrio material e inmaterial de su pueblo y de sus territorios. La imposición religiosa como parte de un sistema civilizatorio fue, posteriormente, incorporada en la educación formal, donde el acceso al conocimiento debía ser permeado por las creencias de quienes tuvieron la capacidad física de imponerse sobre este “otro”. La Iglesia y el Estado mantuvieron una relación estrecha por muchos años más, lo que significó un importante rol de poder. En el caso de Chile, no olvidemos que el Estado se separó oficialmente de la Iglesia en 1925.

De esa forma, la conquista con la cruz ha tenido un largo proceso de maduración y consolidación, y sus efectos son persistentes hasta nuestros días. La cruz significó la exposición de indígenas como animales, como seres sin alma ni razón, en zoológicos humanos, donde muchos morían en las largas travesías producto de enfermedades desconocidas. Esto pasó hace no más de cien años.

Por otra parte, la espada significó el despojo territorial, la esclavitud como sistema de servidumbre, la violación de las mujeres y niñas no sólo como medio para el mestizaje, sino también para infundir terror, como se relata en textos históricos. La espada para torturar. Si bien los pueblos indígenas que habitaban este territorio mantenían relaciones armónicas, pero también de conflicto y enfrentamiento, la conquista supuso nuevas reglas del juego, donde el pensamiento cartesiano occidental y eurocéntrico se extendió con fuerza posicionando al indígena como razas inferiores.

El racionalismo denostó el conocimiento ancestral, y se expresó en la creación de una institucionalidad que no dio cabida a los derechos indígenas. Mas bien, se pretendió invisibilizarlos, mimetizarlos o incluso exterminarlos. Los terribles y tristes relatos que recoge la Comunidad de Historia Mapuche en sus libros demuestran que esta institucionalidad ha permeado el pensamiento de las sociedades, discriminando y castigando a nuestros bisabuelos, abuelos, sólo por ser indígenas.

El perdón no significa un borrón y cuenta nueva. Tampoco supone el fin a una relación de conflicto. El perdón debe ser un reconocimiento para un cambio. Un cambio sustantivo. Los pueblos indígenas aún piden ser reconocidos como sujetos de derecho. Buscan reconocimiento político. Quieren que sus instituciones ancestrales sean respetadas. Quieren restitución territorial. Un perdón no acaba con estas peticiones, pero se convierte en una señal de, al menos en, la forma, aceptar que existe otra manera de construir sociedades interculturales.