Las definiciones de Ivone Gebara, la monja y teóloga feminista que fue castigada por el Vaticano por hablar del aborto
Tenía 22 años cuando entró a la vida religiosa y desde entonces se ha dedicado en cuerpo y alma a ella. Ivone Gebara es una monja brasileña, doctora en Filosofía y Ciencias de la Religión por la Universidad Católica de Lovaina, en Bélgica. A su regreso a Brasil, en 1973, topó de frente con la Teología de la Liberación, que estaba en plena efervescencia en aquel entonces. Le llamó tanto la atención que la convirtió en su nueva opción religiosa. Desde ahí, reconoce que no sabe muy bien cómo se convirtió en una teóloga feminista. El cambio se dio de forma progresiva, sobretodo cuando tomó consciencia de que muchos temas que afectan a las mujeres han sido históricamente invisibilizados por la Iglesia.
Hija de una familia de inmigrantes siriolibaneses, en 1994 se enfrentó al Vaticano de la época de Juan Pablo II por defender el aborto en una entrevista. Un momento que, reconoce, fue "muy duro", pero que consiguió superar sin tener que abandonar su comunidad, las Hermanas de Nuestro Señor-Canónigas, tal y como le pedía la institución religiosa. Entre sus principales referentes menciona a las feministas estadounidenses, francesas, brasileñas y nombra a mujeres tan diversas como Rosemary Radford, Mary Hunter o incluso textos de la teoría queer de Judith Butler.
- ¿Cómo pasó de identificarse con la teología de la liberación a unirse a la teología feminista?
- La primera vez que escuché hablar de la Teología de la Liberación fue en Lovaina (Bélgica) y me sentí totalmente revolucionada porque de repente me di cuenta que era una teología que tenía que ver con mis opciones: hablaba del pueblo y para el pueblo. Yo salía de una teología más bien tradicional y entré en la Teología de la Liberación, siempre con una clave de cuestionamiento a los conceptos teológicos. Con la teología de la liberación nunca me había abierto al feminismo, hasta que un día me llamaron por teléfono algunas feministas de Sao Paulo y Río de Janeiro y me invitaron a un almuerzo. Me preguntaron qué significaba hacer teología y les expliqué lo que yo hacía. Me preguntaron qué tienen que ver esos temas con los problemas de las mujeres y fue una pregunta crucial. Me preguntaron si yo estudiaba la sexualidad de las mujeres, qué dice la teología a las mujeres que abortan, o a las que usan anticonceptivos. Yo no sabía nada de eso. Muy respetuosamente me dijeron que no servía para nada. Hice un click teórico.
- ¿A partir de ese momento todo cambió?
- Después tuve otro click, desde la práctica. Esta historia la he contado miles de veces, pero es sugestiva. Era un momento en el que daba clases de teología una vez al mes a un grupo de obreros e iba a la casa de uno de ellos. Las mujer del obrero donde hacíamos los estudios siempre nos preparaba un tecito y se quedaba con sus hijas. Yo la llamaba muchas veces, pero siempre me decía que tenía que cuidar de las niñas. Un domingo fui a visitarla y me dijo: “¿Quieres saber de verdad por qué no vengo a las clases? Porque no me interesa. Tu hablas a los hombres, tienes un lenguaje de varón y explicas cosas que sólo interesan a varones”. Me preguntó: “¿Sabes qué significa ser mujer de un obrero? ¿Sabes cuál es el peor día para la mujer de los obreros?” Me contó que es el viernes, porque reciben su pago semanal el sábado. Me quedé muerta. No me creía así y fue una catástrofe. Mi autoestima bajó porque me despeñó completamente. Ahí me dije: “Es verdad, soy una ignorante”. Otro cambió llegó cuando empecé a leer a las feministas norteamericanas y alemanas. Ahí fue el momento en el que empecé a hacer teología feminista y a sufrir haciéndola.
- ¿Por qué sufrió?
- La teología hecha y recibida desde la Iglesia está anclada en figuras masculinas, Dios padre, hijo y espíritu. Todo me pareció un sufrimiento. En este punto hay diferencias entre teólogas, no todas han sentido lo mismo. Para mí, era casi una necesidad de encontrar otros sentires y empecé a escuchar a la gente, sus dudas e intentar ver si se puede explicar la tradición cristiana desde otras claves.
- ¿Cómo fue el episodio que vivió en el 1994, en el que la censuraron? Todo empezó por una declaración que dio en off a un periodista.
- Un grupo de feministas de Río de Janeiro me propuso dar una entrevista sobre la formación de los sacerdotes a la revista Bello, muy conocida en las peluquerías. Contesté lo que me preguntaron y cuando terminó y bajé en el ascensor con el periodista. Ahí me preguntó en off si conocía gente de mi barrio que hubiera abortado. Yo le digo que sí y me preguntó cómo había vivido eso. Le expliqué que mi vecina tenía cuatro niños y se embarazó una noche con un tipo que la dejó embarazada y se fue. Me preguntó si la condenaba y yo le dije que no podría condenarla porque la situación en la que estaba. “Entonces, en este caso, el aborto no es pecado”, me dijo. Yo le respondí: “Sí, no es pecado”. Luego él escribió que yo había hablado en contra de la hipocresía de la Iglesia y que decía que el aborto no es pecado, pero yo no había dicho eso. A los pocos días había una visita del Papa a Brasil e imagínate una monja católica diciendo eso. El tema llegó a mi obispo, que me pidió que hiciera una retractación pública. Le dije que no podía hacer eso porque lo que dije yo lo creo, no la forma como se escribió. Aún tengo las cartas que me mandaron.
- ¿Cómo la penalizaron?
- Querían echarme de mi congregación. Entonces, intervinieron algunos amigos, sobretodo el presidente de la Conferencia Episcopal de Brasil de la época, don Luciano. Después, cambiaron el castigo de expulsión, pero querían que hiciera de nuevo mis estudios de Teología. Me obligaron a hablar con un teólogo muy importante, pasé un día con él y me hizo muchas preguntas teológicas. Tuve la sensación que no aceptaba mis posiciones, pero era buena gente. Él escribió una carta a Ratzinger, entonces responsable de la Doctrina de la Fe, diciendo que era una buena persona, una religiosa muy comprometida con los pobres y que mi error fue por ingenuidad. Por eso recomendaba que en vez de echarme, me mandaran a estudiar Teología de nuevo. Cuando leí esa carta me sentí tan tan ofendida. Más que con la publicación de la revista porque yo no hacía eso por ingenuidad, sino por convicción. Le llamé por teléfono y le dije que para mí era muy triste lo que había hecho conmigo y me contestó que fue la única manera que encontró para que no me echaran de mi comunidad. Me fui a hacer un doctorado en Lovaina.
- ¿Quién financió esos estudios?
- Desgraciadamente, mi congregación. Yo pedí a mi superiora general que el Vaticano pagara mis estudios de un año, pero ella no aceptó y los acabó pagando el Consejo General.
"La teología tiene género"
- ¿Cómo definiría sus principales postulados de la teología feminista?
- Hablar de teología es hablar de género porque la teología tiene género: la dominación del género masculino, del poder masculino. Es suficiente ver que la imagen de Dios y que la relación que la gente tiene con Dios es la de un hombre invisible habitando tu terreno personal, tu interior. Dios se visibiliza a través de figuras masculinas: el clero, el obispo, los sacristanes. La mente y el cuerpo están controlados por un Dios que tiene representantes masculinos. Además, hay una idea extremadamente molesta de que es un Dios que siempre da órdenes que terminan siendo explicitadas por varones que dicen que es la voluntad de Dios, que toman la Biblia y la leen a su manera. Una teología feminista recusa estos límites que se pone al misterio de la vida, al nacimiento del plantea. Hay que admitir que poco sabemos de todo. Una teología feminista no quiere decir que Dios es una diosa. Hay muchas teólogas que lo defienden, pero, para mí, no se trata de feminizar los conceptos, sino de hablar desde otra perspectiva. Cuando ayudamos a las mujeres a pensar desde otra perspectiva, cada una desde su vida y experiencia, se produce una liberación en ellas.
- ¿Por ejemplo?
- Una mujer de un barrio popular de Sao Paulo perdió su hijo, que había sido un adicto al alcohol y luego se rehabilitó y consiguió entrar en la universidad. Justo la semana que termina su carrera se muere por problema cardíaco. La madre decía que tenía que descubrir cuál había sido su pecado para que Dios la castigara de esa manera. La lógica patriarcal, para las mujeres, vincula la muerte y la enfermedad a un castigo. Estoy harta de esta teología que dice que Dios sabe [por qué pasó esta muerte o enfermedad]. No, Dios no sabe, no sabemos. Pero sí podemos darnos las manos, estar juntos y recordar a esa persona. Ahora esta mujer recibe una indemnización por la muerte de su hijo y ese dinero le permite vivir. Hubo un cambio y desde entonces siempre da las gracias por eso. Las mujeres pueden empoderarse desde su vida cotidiana. Es otro discurso, menos sacrificial y culpabilizador.
- ¿Se trataría, entonces, de sacar el peso que la religión ha puesto históricamente en las espaldas de la mujer para que pueda resurgir al mismo nivel que vive un hombre?
- No quiero decir “resurgir al mismo nivel que un hombre” porque la religión patriarcal también los aplasta. Creo que hay que cambiar esa teología patriarcal, sacrificial y castigadora,que da determinadas órdenes que no existen. Lo que podemos hacer está en el Evangelio. Por ejemplo, una persona tiene sed y le comparto el agua. Tengo mucha tierra, hagamos una reforma agraria. Lo divino es el soplo de vida compartido. No puedo tomar todo el agua o todo el aire para mí porque sólo existimos como colectividad. Sí somos individuos, pero individuos colectivos. No queremos hablar de las mismas cosas que fueron consagradas en el Siglo III por Constantino, no queremos una teología desde el poder imperial. No queremos más obispos príncipes de la Iglesia. Yo sé que esto va a significar una pérdida de lugar de la Iglesia en la historia, pero el precio de esta pérdida de lugar va a ser una transformación ética del cristianismo, para estar más cerca del pueblo.
- En esta mirada que propone, ¿cómo hay que entender a las personas que son trans o homosexuales y que han sido víctimas por muchos años de la propia Iglesia? Me habló de Judith Butler, quien ahondó mucho en la construcción social del sexo y el género.
- La ética cristiana no tiene que imponer modelos de sexualidad, sino aceptar que la sexualidad humana es plural, diversa, multiforme. La dimensión ética no es la dimensión del control de las formas de vida sexual. Un trans, un gay o una lesbiana tienen tanta obligación como las personas hetero de compartir el agua, el pan, la solidaridad.
- Hay algunas corrientes del feminismo que defienden que no puede haber feminismo vinculado a la religión. ¿Qué opina de este argumento?
- Es una postura muy teórica y elitista considerando que el feminismo quiere ayudar a la gente, a las mujeres de los barrios populares. Por ejemplo, en Recife, el mundo de las mujeres pobres es muy religioso. Las mujeres católicas o protestantes son terriblemente esclavas de los preceptos religiosos. ¿Cómo voy a abandonar estas mayorías? No puedo dejar de escucharlas aunque no sean mis convicciones. No puedo no acercarme al sufrimiento de estas mujeres que encuentran en la religión un consuelo. Respeto que digan que feminismo y religión no se pueden juntar, pero puedo decir que más que juntarse hay una solidaridad entre mujeres que es más grande que la institucionalidad del feminismo o la institucionalidad de las religiones. Hay que juntarse a escuchar porque hay mujeres que dicen ‘yo no aborto porque la Virgen no me lo permite’. No podemos ser una élite o un baloncito feminista en el mundo y vivir en él como si el resto no me interesara.
- ¿Cómo observa el manejo del Vaticano y de Charles Scicluna del tema de los abusos sexuales (y sus encubrimientos) a menores y monjas?
- Este es un tiempo estupendo porque estas cosas están saliendo a la luz. Todo este sufrimiento no es reciente. El abuso de curas con niños y monjas es viejo, pero lo que me preocupa es el tratamiento de estos casos, que es siempre punitivo. Más que criminalizar, habría que tomar otras providencias y para mí una de ellas, además de un proceso educativo para los jóvenes que buscan sacerdocio, pasa por un necesario cambio de la concepción de la sexualidad en las iglesias cristianas y especialmente en la Iglesia Católica. El esquema sacrifical del que hemos hablado se reproduce en la sexualidad y se criminalizan en las relaciones prematrimoniales, el embarazo antes del matrimonio, las personas divorciadas, los que se casan por segunda vez, la sexualidad en sí misma. Lo criminalizan, pero ellos mismos lo hacen: criminalizan el aborto pero cuántos curas lo han pedido para las mujeres a las que han embarazado. El tratamiento antropológico de la sexualidad es muy limitado en la Iglesia y esta idea de que Dios controla la sexualidad a partir de un modelo establecido con el padre, la madre y la familia, tiene que revisarse.
- ¿Cree que esto puede abrir una puerta a un cambio real para que las mujeres puedan ejercer como curas?
- No. A pesar de que el Papa hizo una comisión para estudiar el diaconato, creo que es pura diplomacia. Lo hizo porque vio que el feminismo y los movimientos de mujeres crecen en el mundo. Es una concesión que no llevará a nada. La comisión empezó hace dos años y no se habló nunca más de eso. No ha invitado a ninguna mujer de las organizaciones que luchan por el sacerdocio de las mujeres. Ni una.
- ¿Cómo observa la llegada de la ultraderecha en Brasil y en el mundo y los valores que defiende en lo que se refiere a temas que afectan directamente a las mujeres?
- Vamos a vivir un periodo de triste oscuridad y por eso tenemos que organizarnos como resistencia, pero no podemos ser una resistencia que polarice sus posiciones. Las feministas y teólogas tienen que estudiar el fenómeno religioso con más seriedad y reflexión. Hacer grupos de estudio y de vida, de experiencias diferentes en arte, música. Tenemos que fortalecernos y ser un contrapunto a esta ola de ignorancia global.