“Poder desigual” y abuso en las instituciones religiosas
Una explicación de los abusos en la Iglesia Católica se puede encontrar en la relación desigual de poder que se establece entre el laico y el sacerdote, basada en el monopolio de los bienes de salvación ejercido por éste último. Pero, ¿de dónde surge esta relación inequitativa de poder entre ambos y cuál es su función? La respuesta a ello conduce a preguntarse previamente por los factores o motivos que producen una creencia religiosa, cualquiera esta sea.
El pensamiento religioso es elaborado por un ser humano situado social, cultural e históricamente, con intereses que aspira a realizar y para lo cual cuenta con variadas cuotas de poder, según el estatus social de que dispone. En la historia de la humanidad, han existido intereses fundamentales y transversales a las civilizaciones, orientados a la defensa de lo que para el ser humano han representado tres amenazas principales: la primera y que se manifiesta por medio del deterioro del cuerpo que constatamos diariamente es la muerte. La segunda es el temor a la naturaleza que se expresa en los diversos desastres que provoca también en forma cotidiana y ante la cual las civilizaciones han intentado responder de variadas formas, sin lograr su control hasta nuestros días. La tercera amenaza que instala miedos en nosotros mismos es la necesaria convivencia diaria con quienes nos rodean.
Las distintas religiones que hemos conocido en la historia de la humanidad, cada una con particularidades que las identifican, se articulan en torno a explicaciones, justificaciones y métodos variados para enfrentar estas amenazas que siembran miedos en ocasiones incontrolables entre los seres humanos, los cuales por cierto han evolucionado en la historia desde las comunidades más primitivas hasta las sociedades complejas de nuestros días. Es así como el discurso religioso se constituye en productor de lo que podríamos denominar “bienes de salvación”, orientados a ofrecer garantías de vida y muerte saludable para los seres humanos.
El discurso religioso requiere agentes de difusión que se presentan con capacidades monopólicas de control de los bienes de salvación, lo que instala con el laico una relación desigual de poder en tanto el primero se autodefine capacitado para manipular situaciones supuestamente pertenecientes a un dominio diferente, lo sobrenatural, espacio donde se controlarían la fuentes de las amenazas mencionadas, de aquel donde se mueven los seres humanos comunes y corrientes.
El no “iniciado” en el conocimiento de la esfera “sobrenatural”, queda instalado en un estatus diferente y, asediado por dichos temores, busca encontrar en el discurso del agente religioso un alivio o capacidades para enfrentarlos, es más, necesita entonces para su propia estabilidad emocional del concurso regular del agente religioso que le ayuda a sobrellevar una existencia plagada de temores y amenazas. El control monopólico de los bienes de salvación por parte de un grupo singular mantiene así y de aquí su función, la estabilidad de una relación de poder desigual considerada normal, como sostén estabilizador de las producciones religiosas y de los agentes que las difunden. Esta relación desigual de poder, legitimada en cualquier producción religiosa, que genera una dependencia del laico frente al “monopolio” de estos bienes por parte del religioso, se constituye en potencial fuente de explotación y abusos como los viene conociendo la opinión pública a nivel mundial en estos tiempos. Por ello no basta con crear protocolos o comisiones para sancionar y condenar los abusos conocidos una vez cometidos sino que una contención eficiente de estos últimos supone repensar la relación entre sacerdote y creyente laico para establecer relaciones de mayor igualdad y eliminar los factores que generan la dependencia del segundo respecto del primero. Esto requiere por ejemplo, desarrollar una mayor cultura y pensamiento crítico entre los creyentes, cuestiones contrapuestas con la fe que descansa solo en el “creer” gratuitamente sin cuestionar, por ejemplo los denominados “dogmas de fe”, para con ello disminuir los miedos antes mencionados aunque a decir verdad, tal vez esto último de ocurrir, estaría promoviendo el fin del pensamiento religioso que como dijimos, se articula sobre la base de culpa, miedos y amenazas distribuidos entre laicos temerosos de la convivencia, la naturaleza y su propia muerte y un personal religioso autodefinido como capacitado para controlarlos.