Esta es la última vez que nombraré a José Antonio Kast
Digámoslo juntos: esta es la última vez que nombraré a José Antonio Kast, porque poniendo en marcha una efectiva ley del hielo, le estaremos asestando el mejor golpe político a quien, astutamente, ante nuestra ingenuidad y torpeza, se ha valido de nuestras propias reacciones -odiosas, dolidas e indignadas ante su afán de figurar en la prensa- para hacerse conocido y, sin ninguna obra contundente, sin oferta programática sólida, sin discurso político de estadista, de revolucionario, de lo que sea que sea sobresaliente, posicionarse como un candidato presidencial que no ha hecho otra cosa que usarnos, jugar con nuestros likes, compartidos y peleas colegiales en comentarios de Facebook, para adquirir fama y mostrarse como la novedad diferente. Pero llegó la hora de decir basta. No lo vamos a hacer más.
Digámoslo juntos, y hagamos que sea tendencia entre nuestros grupos de amigos y cercanos que tengan el mínimo afán de defender el esquema democrático de la violencia, el odio, la irracionalidad y la discriminación: esta será la última vez que nombraré a José Antonio Kast. Desde hoy, no volveré a gastar mi tiempo en desarrollar un argumento que desmonte un comentario con información falsa sobre el daño que hacen los migrantes al país o lo terroristas que son los mapuche, o lo delincuentes y corruptos que son todos los zurdos que pisan la faz de la tierra. Desde hoy, no volveré a responder un insulto, un garabato, un troleo, a quienes buscan que pisemos el palito con el único objetivo de posicionar su comentario en lo más alto posible de una noticia, para así hacer notar que existe, para así lograr, amparándose en los algoritmos de Facebook, que la noticia con el rostro de José Antonio Kast, con la declaración figurona y provocativa del eterno candidato, aparezca una y otra vez en nuestro inicio de Facebook, y en el de nuestros cercanos, y en el de nuestros tíos y abuelos. Desde hoy digamos, no volveré a pisar ese palito, porque en esa acción, aparentemente inofensiva, radica el principal batallón de estos liderazgos autoritarios, outsiders, coquetos, disidentes, que buscan representarnos a todos los desilusionados del fracaso de lo políticamente correcto. Desde hoy digamos juntos: no lo dejemos triunfar más en el gratuito avance de su figuración.
La estrategia política de Kast es ser un florerito de mesa, es ser permanente show, es dar y recibir. Es mirar las noticias de la mañana y elegir: esta será la polémica del día en que nos meteremos. Lo que viene es hacer arder en ira a los adversarios, lograr estar en las portadas de todos los portales digitales, y conseguir que en la noche su nombre esté como tendencia en Twitter, y como meme a favor o en contra liderando las novedades de Instagram. Es lo que hizo Bolsonaro, es lo que hizo Trump: decir barbaridades –como llegar a decir que la próxima interpelación a un ministro la hará en alemán, para burlarse de la diputada socialista Nuyado-, hacer pelear a perros con gatos y ser invitado a un programa de televisión en horario prime para decir que en realidad no ha insultado a nadie, que en realidad lo que hace es exigir respeto para todos. Y la ganada es completa: refuerza el apoyo de quienes ya manifiestan una tendencia al rechazo del movimiento mapuche, entra como virus en las conciencias de los descreídos que buscan el desarrollo de una opinión, y potencia la animadversión de sus rivales políticos que siguen hablando de él, aumentando su conocimiento público por defecto.
Kast no es más que eso. No es un político brillante. Sí un gran orador y polemista. Logra picarnos y avanzar gracias a la humareda que dejan las reyertas entre sus fanáticos y adversarios. Es un tipo preparado, estudioso de sus contrincantes y de las polémicas en que se mete. Asesta golpes bajos y genera preguntas que pueden llegar a ser interesantes. Es inquietante. Pero, políticamente, no es más. Estuvo dieciséis años en el Congreso, haciéndose más rico, siendo financiado según él mismo reconoció por los corruptos dueños de Penta, destacando principalmente por oponerse a iniciativas como la pastilla del día después o la agenda de los derechos de la diversidad sexual. Será recordado por la historia como el único, entre más de cien, que votó en contra de la Ley Cholito, que protege del maltrato animal. En materia internacional, se mostró como aliado del dictador y genocida Fujimori al celebrar el indulto que lo sacó de la cárcel hace unos meses. En cuanto a “hacer la pega”, en su último año como legislador, fue uno de los dos más flojos, con una asistencia de apenas 52%, no pudiendo justificar 56 de sus 58 faltas. Ese es Kast, no el mesías o salvador que nos presentan las redes sociales gracias al vuelo que nosotros mismos le damos mencionándolo y respondiéndole. Por eso hay que hacerle la ley del hielo cuando tuitea sus fotos con algún Bolsonaro. Es la única forma de que no siga avanzando en base a puro humo, a puro repetir palabras y fórmulas de líderes que tienden a dictadores, de referentes que han terminado haciendo más daño que beneficio a sus pueblos.
Hoy digámoslo juntos: no daremos más peleas que no llegan a ningún puerto, a ningún puerto más que darle visibilidad y hacer caer, en el éxito de esa fórmula, a quienes aún no lo conocen y se encantan de sus palabras anunciando soluciones vacías, paraísos de exclusión anunciados con sonrisas socarronas que te atrapan por la forma más allá del dato o el argumento real. Así funciona Kast, es como un virus que inyecta miedos y resguardos, un virus que viaja gracias al alimento que le da nuestra sangre peleadora. Pero esta es la última vez que diré su nombre. Desde ahora hay que hacer como que no existe, él ni su Ejército de redes sociales. Ya no hay burlas ni disputas.Ya no hay sangre para levantar a otro bravucón irresponsable que se haga del poder gracias a las matemáticas de Internet.