El sionismo cristiano y el fin de los tiempos

El sionismo cristiano y el fin de los tiempos

Por: Mauricio Amar Díaz | 08.10.2018
A pesar de sus evidentes diferencias, sin embargo, ambos sionismos religiosos –el judío y el cristiano– se han vuelto fuertes en el mismo momento alimentados por el sionismo tradicional, que ve con buenos ojos la expansión del lobby israelí, por una parte, y la violencia paraestatal que le hace avanzar terreno en la colonización de Palestina.

La conmemoración de la Nakba [Catástrofe] palestina en 2018 estuvo marcada por el traslado de la embajada de Estados Unidos a Jerusalén, ciudad que el derecho internacional reconoce como ocupada, pero que Israel, desde su conquista militar en 1967 reconoce como su capital, negando las aspiraciones políticas de los palestinos, nativos de la ciudad y del país. Ese día comenzó también la Gran Marcha del Retorno, que puso de protagonistas a los habitantes de Gaza, la ciudad que Israel ha convertido en un campo de concentración para más de un millón y medio de personas. Mientras los gazatíes eran asesinados brutalmente por las armas de ejército israelí, en Jerusalén Netanyahu recibía al yerno y a la hija del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ambos funcionarios de su gobierno y, en el caso del primero, además financista de los asentamientos ilegales en los Territorios Ocupados [1].

En la pomposa ceremonia no pudo pasar desapercibido el pastor estadounidense Robert Jeffress, que hizo una plegaria y un reconocimiento a Trump, a quien definió como estando “a la derecha de Dios” [2]. El evangélico, que cumplió un rol protagónico en la campaña presidencial de Trump es el líder de una corriente que mediáticamente se ha tendido a llamar «sionismo religioso», dado que apoya de manera decidida las políticas de Israel, especialmente las de la extrema derecha, ya por varios años en el poder.

El sionismo religioso tiene una particularidad, que determina su apoyo a Israel de una manera paradójica. Apoyar al Estado judío es también acelerar el proceso del fin de los tiempos, es decir, hacer venir lo que la biblia llama el apocalipsis. De acuerdo a Elizabeth Oldmixon, los evangélicos en Estados Unidos que adhieren a esta novedosa forma de sionismo –cuyas raíces se unden en el protestantismo restauracionista surgido en el siglo XIX–  conformarían un tercio de la población evangélica del país, con cerca de quince millones de fieles. Oldmixon indica que “Esta es la gente que cree que habrá un milenio en el futuro, una edad de oro, donde Cristo reinará en la Tierra, y creen que antes de que Cristo regrese, habrá una tribulación donde éste vencerá al mal. Habrá desastres naturales y guerras, y tal vez un Anticristo, como lo señala el libro de Apocalipsis. Entonces, al final de ese período, el pueblo del pacto mosaico, incluyendo a los judíos, se convertirá. Luego, después de su conversión, comienza el gran milenio” [3].

Para estos evangélicos, los eventos del siglo XX que condujeron a la creación del Estado de Israel fueron un evidente signo divino, que indicaba que el cumplimiento de las profecías bíblicas, de modo que procuraron participar activamente en el lobby israelí, como aliados de un Estado judío, que es instrumento de una realidad superior en la que el mismo Estado es destruido y sus habitantes convertidos. Por ello, esta teología política se diferencia absolutamente de lo que hemos conocido en los últimos años como sionismo religioso, conformado por judíos fundamentalistas que incorporaron el proyecto sionista –originalmente laico y opuesto al judaísmo religioso– y lo dotaron de una espiritualidad que los ha colocado como punta de lanza del proyecto de colonización en los territorios ocupados. No, los cristianos sionistas no están interesados en la tierra de Israel per se, sino que su conquista es sólo un signo de aquello que está por venir de la mano de un Dios cristiano.

La importancia del sionismo cristiano en el traslado de la embajada de Tel Aviv a Jerusalén es de gran relevancia, dado que el gobierno de Trump está estrechamente vinculado con esta tradición apocalíptica. De hecho, desde 2006, la corriente cuenta con una organización de más de tres millones de socios llamada Cristianos Unidos por Israel (CUFI), creada por el pastor John Hagee, que en la última campaña presidencial trabajó doblemente por el apoyo a Trump y al lobby israelí. El vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, es de hecho un sionista cristiano y ha sido fundamental en el proceso de confluencia entre tales ideas y las de la extrema derecha de tintes antisemitas. De hecho, plantean Quinn y Drimmer, Pence hace un uso instrumental de los judíos, que sin dejar de considerarlos inferiores, son la pieza fundamental para la consumación de los tiempos [4] y el propio Hitler es visto por la CUFI como “un ‘cazador’ enviado por Dios para llevar a los judíos ‘de regreso’ a Palestina para que el plan divino de ‘regresar’ a los judíos a la Tierra de Israel pudiera llevarse a cabo” [5]. Junto a Pence está Sara Huckabee Sanders, secretaria de prensa de la Casa Blanca, y Sara Palin, quienes ejercen gran influencia en la administración de Trump y son ardientes sionistas cristianas [6].

A pesar de sus evidentes diferencias, sin embargo, ambos sionismos religiosos –el judío y el cristiano– se han vuelto fuertes en el mismo momento alimentados por el sionismo tradicional, que ve con buenos ojos la expansión del lobby israelí, por una parte, y la violencia paraestatal que le hace avanzar terreno en la colonización de Palestina. Pero de un modo más profundo, ambos proyectos son parecidos porque utilizan la religión para la consumación de un proyecto político que jerarquiza la vida de los humanos dejando, en este caso, a los palestinos en el lado de lo que es desechable.

La confluencia de movimientos racistas de distinto cuño y con propósitos en algunos puntos antagónicos, resulta preocupante, sobre todo por el enorme poder que han ido adquiriendo entre sectores más vulnerables de la sociedad, cuya despolitización funciona también como un medio para la llegada de ideologías mesiánicas que sólo adquieren sentido argumental estableciendo oposiciones básicas entre creyentes e infieles, civilizados y bárbaros o plenamente humanos y poblaciones posibles de ser exterminadas impunemente. En Chile ya hemos visto a los seguidores del pastor Soto con banderas israelíes, así como actos enormes en los que evangélicos enarbolan dichos símbolos financiados por personalidades de la comunidad judía [7], que ven como una oportunidad lo que es, en realidad, el más grande peligro del mundo contemporáneo.

La única alternativa capaz de romper con dicha tendencia que alimenta nuevos fascismos por el mundo, es la de evidenciar que no es en la propiedad de las identidades donde se juega la política, sino en la participación de lo común, lo que es inapropiable y por tanto imposible de ser destinado a un pueblo elegido, ni consumado para un apocalipsis del que solo sobrevivirán unos pocos.

NOTAS

[1] Haaretz, 28 de febrero de 2018. URL: https://www.haaretz.com/us-news/.premium-jared-kushner-s-business-interests-in-israel-revealed-in-full-1.5865165

[2] Vox, 14 de mayo de 2018. URL: https://www.vox.com/2018/5/14/17352676/robert-jeffress-jerusalem-embassy-israel-prayer

[3] Ibídem.

[4] The Washington Post, 1 de febrero de 2018. URL: https://www.washingtonpost.com/news/made-by-history/wp/2018/02/01/the-apocalyptic-vision-behind-mike-pences-holocaust-comments/

[5] Electronic Intifada, 6 de junio de 2018. URL: https://electronicintifada.net/blogs/asa-winstanley/religious-extremism-heart-us-support-israel

[6] Middle East Eye, 8 de enero de 2018. URL: https://www.middleeasteye.net/essays/battle-armageddon-776157873

[7] Cooperativa.cl, 3 de noviembre de 2016. URL: https://www.cooperativa.cl/noticias/pais/manifestaciones/farkas-regalo-dos-mil-banderas-para-la-marcha-de-los-evangelicos/2016-11-03/154957.html