Más allá (o más acá) de Stonewall: Pensar críticamente el orgullo LGBTIQ+ desde el Chile actual
Por estos días de junio las redes sociales y las calles se llenan de colores y se visten de fiesta para celebrar un nuevo Día Internacional del Orgullo LGBTIQ+. Esta fecha se comenzó a conmemorar a principios de los años 70, para recordar la lucha dada en Estados Unidos por decenas de personas no heterosexuales latinas y negras contra el asedio policial un 28 de junio de 1969, en la llamada revuelta de Stonewall. Este suceso se reconoce como un hito fundacional del movimiento LGBTIQ+, y en los últimos años se han visto algunos esfuerzos por traer al presente dicha historia de lucha y organización.
Me ha llamado positivamente la atención ver que ha circulado bastante en las redes la imagen de Marsha P. Johnson, mujer trans afroamericana de clase baja que fue una de las caras visibles de la revuelta de Stonewall en 1969. La figura de Johnson es muy relevante ya que da cuenta del carácter interseccional de las protestas de la diversidad/disidencia sexual en sus inicios: la mayoría de lxs asistentes al bar Stonewall no sólo eran personas no heterosexuales, sino que también estaban cruzadxs por opresiones de clase, raza y género.
Hay en Stonewall un primer ejemplo importantísimo de acción reivindicativa del colectivo LGBTIQ+. Sin embargo, no es necesario viajar tantos miles de kilómetros al norte para constatar el carácter de protesta en los orígenes de los movimientos de la diversidad sexual. Basta con mirar la historia reciente de nuestro continente y de nuestro país, historia que en general desconocemos por estar cubierta bajo la sombra de la bandera multicolor gringa.
Sólo por poner un ejemplo, apenas dos años después de la revuelta de Stonewall, la fundación de los Frentes de Liberación Homosexual en Argentina y México en 1971 pone de manifiesto que existe una necesidad de evidenciar los cruces entre, por una parte, las opresiones por orientación sexual e identidad de género, y por otra parte, la opresión de clase. En ambos países, los Frentes de Liberación Homosexual se posicionan como organizaciones de carácter clasista y antiimperialista que interpelan a la izquierda para que se haga cargo de las demandas LGBTIQ+ (sabido es que durante mucho tiempo se consideró la diversidad sexual como una “desviación burguesa”), y que además se vinculan con los movimientos feministas de sus respectivos países.
De especial relevancia son las figuras de Néstor Perlongher en Argentina y Nancy Cárdenas en México, intelectuales ligadxs al mundo de las artes y la cultura que fueron pionerxs en la instalación de las demandas de las disidencias sexuales en sus respectivos países –resulta importante relevar, en el caso de Cárdenas, su adscripción política al feminismo y su visibilización pública como lesbiana en un programa de televisión en México a principios de los 70–.
En Chile, en tanto, la primera manifestación LGBTIQ+, en abril de 1973, fue llevada a cabo por un grupo de travestis en la Plaza de Armas de Santiago, quienes decidieron organizarse para protestar por los constantes abusos policiales de los que eran víctimas. La concentración fue repudiada por todos los sectores políticos, incluida la izquierda. “Colipatos piden chicha y chancho” y “Ostentación de sus desviaciones sexuales hicieron los maracos en la Plaza de Armas” titulaba el Clarín, uno de los diarios de izquierda de la época, lo que pone de manifiesto el rechazo que incluso este sector político tenía hasta hace no tanto tiempo atrás hacia nuestra comunidad (a este respecto, me parece importante señalar que fue la acción política militante de feministas y personas LGBTIQ+ de distintos sectores de la izquierda durante las décadas sucesivas lo que hizo que este sector tuviera que erradicar el odio hacia las diversidades sexuales y de género).
Durante la dictadura, en tanto, la posibilidad de organización del colectivo LGBTIQ+ se anuló prácticamente por completo. Recién hacia la década de los 80 surgen los primeros esfuerzos de organización sexodisidente con perspectiva radical. En 1984, a raíz de la constante invisibilización de las identidades lésbicas y del asesinato de Mónica Briones, se funda la Colectiva Lésbica Ayuquelén, considerada como la primera organización política LGBTIQ+ en nuestro país, la que tiene por objetivo visibilizar las problemáticas específicas de la comunidad de las lesbianas dentro del movimiento feminista y de la sociedad en general. La fundación de Ayuquelén marca un hito sumamente relevante dentro del movimiento LGBTIQ+ en nuestro país, y considero que no es casual ni menor que la primera organización política de personas no heterosexuales en Chile haya sido levantada por lesbianas.
No es casual que la existencia de Ayuquelén haya sido invisibilizada cuando pensamos en la historia de nuestras luchas como comunidad, debido a la situación de doble opresión de la que históricamente han sido víctimas.
Más tarde en los 80, no se puede dejar de mencionar la figura de Pedro Lemebel, escritor y artista visual que fue uno de los precursores en la interpelación a la izquierda por el machismo y la homofobia de los “hombres nuevos” (baste recordar el icónico “Manifiesto” de 1986, leído en un acto político de la izquierda), y en el posicionamiento de una perspectiva interseccional clasista, de género y racial dentro del colectivo LGBTIQ+ en Chile. La conformación del colectivo artístico Las Yeguas del Apocalipsis junto a Francisco Casas en 1988 apunta en esta misma dirección, a través de la performance y la intervención de espacios como herramienta política.
Y luego vinieron los 90, y el neoliberalismo arrasó con la posibilidad de articular un movimiento LGBTIQ+ radical. Desde entonces, y cada vez más (sobre todo durante los últimos diez o quince años), comenzó a legitimarse un discurso hegemónico sobre la diversidad sexual en el que, por un lado, se blanquearon las diferencias raciales y de clase al interior del colectivo, y por otro lado, se produjo la invisibilización de todas las identidades distintas a los hombres (cis) homosexuales. El movimiento LGBTIQ+ se fue encapsulando cada vez más en estándares gringos, donde el centro son hombres blancos, muy masculinos, casi heterosexuales, y el orgullo se fue convirtiendo en una celebración del mercado, el “Pride”, ese “Pride” que apenas somos capaces de pronunciar desde, parafraseando a Pedro Lemebel, nuestro analfabetismo sudaca.
Como lo planteara el mismo Lemebel en su magistral crónica “Loco afán” en 1991, “lo gay se suma al poder, no lo confronta, no lo transgrede. Propone la categoría homosexual como regresión al género. Lo gay acuña su emancipación a la sombra del «capitalismo victorioso». Apenas respira en la horca de su corbata pero asiente y acomoda su trasero lacio en los espacios coquetos que le acomoda el sistema. Un circuito hipócrita que se desclasa para configurar otra órbita más en torno al poder”.
En el contexto del Chile neoliberal actual, con un gobierno de derecha y donde los grupos que hoy poseen la representación pública de la comunidad LGBTIQ+ en realidad sólo representan al sector masculino y burgués, considero que es de suma importancia echar una mirada al pasado reciente de las luchas por la diversidad sexual en el continente para sacar lecciones con miras a la construcción de un movimiento con perspectiva de transformación social radical. Y me parece que la lección fundamental es clara: la disputa por la eliminación de la violencia hacia las personas no heterosexuales debe entroncarse necesariamente con la lucha contra el patriarcado, el capitalismo y el racismo.
Es imposible pensar la violencia que experimentamos las personas LGBTIQ+ sólo desde la orientación sexual y/o la identidad de género porque no todas las personas LGBTIQ+ somos igualmente oprimidas. Porque mientras una parte de la comunidad puede caminar tranquila por las calles de sus barrios, la otra vive con el miedo de que los neonazis le saquen la chucha cuando anda sola de noche. Porque mientras unxs son bien tratadxs por su billetera, su color de piel y su nivel educacional, otrxs son tratadxs de pobres, cochinxs y rotxs. Y resulta paradójico y triste, ya que para que lxs primerxs pudieran caminar tranquilxs, fueron lxs segundxs lxs que tuvieron que decir basta: personas trans y cis lesbianas, colas y bisexuales pobres, negrxs y latinxs de las distintas periferias de América Latina y el mundo.
El panorama de nuestro país, en este sentido, no parece ser muy alentador. Los esfuerzos de organización disidente a la hegemonía homosexual no han sido fructíferos, y nos encontramos perdidos en medio de la historia, dando aletazos al aire y sin saber muy bien hacia dónde avanzar. Entonces, ¿qué hacemos? ¿Cómo dotar al orgullo LGBTIQ+ en Chile (y a nuestro movimiento en general) de un carácter transformador? ¿Basta con recordar nostálgicamente que fue así en sus inicios? No tengo muchas respuestas a esta pregunta, pero pienso que como colectivo LGBTIQ+ podemos encontrar algunas luces en el momento histórico que vive hoy el movimiento feminista.
La movilización nacional por el aborto legal en Argentina, que logró su aprobación en la Cámara de Diputados, y la paralización feminista en todo Chile de escuelas y universidades por el fin del acoso sexual y por una educación no sexista, son sólo dos ejemplos de la transversalidad del feminismo, que nos deja varias lecciones que debemos interiorizar. Primero, que la consecución de demandas históricas no se da de un día para otro ni negociando con el poder, sino que se gesta a largo plazo desde la organización de base. Segundo, y relacionado con lo anterior, que los movimientos políticos de liberación deben tener conciencia de su historia: las victorias de las luchas actuales no serían posibles sin las luchas que otras personas y colectividades dieron con anterioridad en condiciones mucho más adversas. Y tercero, que para que un movimiento político de liberación se constituya como tal, tiene que haber conciencia de pertenencia a la colectividad, y como correlato de lo anterior, debe también existir solidaridad entre lxs miembrxs de esa colectividad.
Las feministas han comprendido esto muy bien y han cristalizado este sentir en el concepto de sororidad: solidaridad y compañerismo frente a la opresión patriarcal. Pienso que los triunfos históricos del movimiento feminista han sido posibles, en gran parte, gracias a esa conciencia de sí, y todos los movimientos sociales debiésemos seguir ese ejemplo. Resulta evidente que una gran parte del colectivo LGBTIQ+ en Chile no tiene conciencia de su situación de opresión ni de su historia, y que tampoco existe solidaridad entre sus miembrxs.
Sin embargo, las relaciones entre lxs integrantes del colectivo de la diversidad sexual están condicionadas por factores históricos, sociales y culturales, y por lo tanto no son estáticas. La tarea que tenemos por delante, creo, consiste precisamente en transformar esas relaciones. Ese es el primer paso primordial que tenemos que dar como comunidad LGBTIQ+ si es que queremos generar un cambio social más allá de la tramitación de un par de leyes que no nos garantizan el derecho a una vida más digna.
Casi cincuenta años han pasado desde la revuelta de Stonewall. Casi cincuenta años desde esa vez en que las travestis, las lesbianas y los colas repelieron a la policía a piedras y a palos. Hoy, casi cincuenta años después, nos encontramos pidiéndole permiso al patriarcado para existir según sus reglas: podemos ser lesbianas, bisexuales, colas, trans si no hacemos ruido, si no se nos nota, si pasamos piola.
Incluso a veces alardeamos de ello. ¿De qué orgullo hablamos si lo vivimos desde la discreción o el silencio? ¿Qué sentido tiene conmemorar un orgullo LGBTIQ+ que, en el fondo, está teñido de vergüenza? La historia de los distintos movimientos sociales nos ha enseñado que al poder no se le pide permiso, se le confronta. Los cambios sociales no se negocian, se conquistan con lucha y organización. Así lo demuestra Stonewall, el puntapié inicial de las luchas del movimiento LGBTIQ+ y el motivo por el que conmemoramos el día del orgullo. Sin embargo, más allá (o más acá) de Stonewall, debemos también nutrirnos de las enseñanzas dejadas por nuestras propias experiencias de organización sexodisidente en Latinoamérica, así como también por las de otros movimientos que desde hace más de un siglo vienen haciendo historia y poniendo en jaque los cimientos más violentos de nuestra sociedad, como es el caso del feminismo.
Pienso que sólo así tendrá sentido conmemorar el orgullo desde el sur del mundo: dando la pelea no sólo por el derecho a existir plenamente siendo personas no heterosexuales, sino que también por la construcción de una sociedad en la que no exista ninguna forma de dominación ni de explotación.