La elección de Sebastián Piñera: Entender para derrotar
Los resultados de la segunda vuelta dejan muchas más preguntas que respuestas. La sólida diferencia de votos que da por ganador a Piñera sobre Guillier no permite hablar sólo de problemas de trasvasije. Más allá de los ataques y defensas entre dirigencias de la Nueva Mayoría y el Frente Amplio, esta discusión no se resuelve buscando culpables.
El hecho primero a destacar es que Sebastián Piñera se convierte en el presidente con mayor cantidad de votación desde Eduardo Frei Ruiz-Tagle, en una segunda vuelta en que el total de votación aumenta en más 310.000 votos y en que Piñera crece en más de 850.000 votos respecto de la suma de su votación y la de José Antonio Kast en primera vuelta. En otras palabras, poco menos de un millón de votos corresponde a electorado que no había sido movilizado por la derecha en la primera vuelta y que se debe, por una parte, a transferencias de votos de los candidatos perdedores de la primera vuelta, pero también por un número no despreciable de votantes nuevos, que no habían participado con anterioridad. Esto les permitió romper el techo histórico de la votación de la derecha en la historia política reciente.
Como forma de despejar algunos juicios que se han hecho para explicar este incremento histórico, cabe indicar, al menos dos elementos que nos parecen relevantes. En primer término, el análisis inicial de la votación muestra que gran parte del electorado de las otras candidaturas de la centro izquierda, en segunda vuelta votaron de forma mayoritaria por el candidato Guillier. Esto parece ser más claro en el caso de la votación de Beatriz Sánchez, que en el caso de Carolina Goic o Marco Enriquez-Ominami. Aún así, como expresión cúlmine de su propia impotencia histórica, lo cierto es que el comando presidencial y la coalición política que le da sustento, no fueron capaces de generar un discurso político coherente que concitara la adhesión electoral de la totalidad de quienes habían votado por aquellas otras opciones en la primera vuelta.
Sin embargo, como dijimos, no sólo eso explica el triunfo de Piñera. A la debilitada candidatura de Guillier, ni siquiera todos los votos de Carolina Goic, Marco Enríquez-Ominami, Beatriz Sánchez y Alejandro Navarro le alcanzaban para superar a Piñera. La derrota de Guillier se labró cuando fue incapaz de construir sentido en segmentos sociales que la candidatura ganadora si logró movilizar. Más allá del análisis detallado de los espacios sociales y geográficos donde se concentra ese crecimiento, cabe hacerse la pregunta: ¿cómo es que crece y sobre qué anhelos se construye este apoyo a Sebastián Piñera?
Íñigo Errejón, dirigente del Podemos español, dice que en política no hay discursos falsos. Más allá de las persistentes mentiras de Piñera acerca de los logros de su anterior gobierno (sobre creación de empleos, reducción de la delincuencia o de las listas de espera en salud, por nombrar sólo algunos ejemplos) y más allá de la intencionada ambigüedad sobre la cual Guillier trató de asentar un discurso de compromiso con las transformaciones que ha impulsado la sociedad, lo cierto es que sus discursos son reales en la medida que una proporción importante de las y los chilenos los creen. Por esta misma capacidad performática, que es propia de toda política pero que adquiere una dimensión superior en los tiempos de la política mediatizada, los actores políticos deben combatirlos como si se tratasen de una construcción real.
Dicho de otra manera, no basta con una política que busca aclarar mentiras o denunciar gatopardismos, mientras se le deja al enemigo la posibilidad de hacerse cargo de ciertos anhelos de la sociedad (aunque sea de forma distorsionada) para construir un relato que ilusiona y moviliza. La política se construye en la disputa por el sentido y la explicación de lo que nos pasa. Pues, como decía Gramsci, existe un núcleo de buen sentido en toda ideología, y es deber de quienes buscan la transformación política conectar con dicho espacio del sentido común que habita en todo colectivo social. Por lo mismo, siempre hay una parte de razón en nuestros adversarios que estamos obligados a entender. No para celebrarla, sino que para derrotarla políticamente. Trasladado a nuestro presente, podemos decir que hay deseos, anhelos y esperanzas que son reales y que hoy Sebastián Piñera ha sido capaz de interpretar.
Es difícil construir una continuidad entre las lecturas que se hicieron para explicar los resultados de la primera vuelta con las que se pueden hacer luego de la segunda. El 19 de noviembre se señaló que emergía una nueva fuerza política, que le asestaba un duro golpe al discurso de la transición, que reivindicaba las “manos limpias” contra una política marcada transversalmente por la corrupción y que legitimaba electoralmente, con una votación considerable, las demandas que habían movilizado a la sociedad. Esto se expresaba, por cierto, en una campaña muy programática, marcada por una defensa de la democracia y la solidaridad social. Se señaló, entonces, que la pauta y el marco del debate había cambiado. Hasta el día de hoy, todo el campo político se movía en la hipótesis de que la derecha estaba en retirada y con una dificultad sustantiva de construir un sentido político denso que movilizara grandes mayorías electorales. A la luz de los resultados, y de los cientos de miles de votantes nuevos convocados por la candidatura de Piñera, esa lectura debe hoy matizarse.
¿Qué anhelos están decidiendo el rumbo de Chile? ¿Es el miedo a los cambios? ¿Es la estabilidad, el orden y la seguridad? ¿Es aún la vigencia del sueño del consumo, del crecimiento individual, que expresa el candidato que más ha explotado la figura del emprendedor? “Chile se salvó”, gritaban enérgicamente los adherentes de Piñera en medio de su discurso de triunfo en la Alameda. Se hace urgente analizar detenidamente qué están buscando significar con ese grito.
En una reciente conferencia en Argentina, Errejón polemiza haciendo notar la importante diferencia que existe entre cómo vivimos la política quienes le entregamos la vida a la militancia y cómo la viven nuestros pueblos. Las minorías activas somos necesarias (para interpretar, animar, organizar y conducir), pero debemos comprender también que, precisamente, somos minorías y los ritmos de la sociedad no los ponemos nosotros. Más aún si hemos perdido.
Por lo mismo, este escenario debe arrojar luces de alerta sobre el optimismo que muchas veces cunde en el Frente Amplio. No se trata de hacerse parte de la autoflagelación improductiva que pone el foco en lo mal que hemos hecho las cosas. De hecho, en general, en el Frente Amplio las cosas se han hecho razonablemente bien y nuestros resultados lo demuestran. Por cierto, falta bastante madurez política y día a día aparecen cosas por mejorar. Queda mucho por construir y habrá que hacer evaluaciones acerca de lo que se hizo o no se hizo en esta segunda vuelta. Pero ese ahora no es el punto. El optimismo que hay que revisar es ese que signa en Chile un viento favorable al cambio político y que la disputa central está entre quiénes van a liderar ese rumbo. El punto es el juicio sobre el momento histórico: ¿qué tan cuestionados se ven nuestros diagnósticos sobre las tendencias sociales y culturales que hoy mueven a Chile con lo que podemos leer que expresa la elección de Piñera?
Que la derecha crezca nunca es motivo de celebración. Que lo haga de la mano de una apuesta por hacer retroceder la voluntad por los cambios políticos, mucho menos. Pero parte importante de la capacidad que tengamos de liderar la oposición a su gobierno (en un contexto en que reflotarán los términos del debate transicional y en que debemos superar la oposición binominal que intentará instalar la Nueva Mayoría), se va a jugar en que sepamos entender cuáles son los deseos, anhelos y esperanzas que Sebastián Piñera ha sido capaz de interpretar. Entenderlos, justamente, para, en el mediano plazo, nosotros ser quienes derrotemos a la derecha.