Frente Amplio y la confusión del rector Peña

Frente Amplio y la confusión del rector Peña

Por: José Sanfuentes Palma | 30.11.2017
En los próximos cuatro años, cualquiera sea el gobierno, habrá un alto porcentaje de la población –votantes y pueblo movilizado– que pedirá respuesta, en las calles y en el parlamento, a sus postergadas demandas, por lo demás, claras como el agua. La disyuntiva del país es tan sólo entre una modernidad viciada, indecente, o un futuro que la supere.

La complejidad del panorama político chileno no es tal, más bien son los medios –y los intereses políticos que allí se entretejen- los que abusan enredándolo. La disyuntiva del país no es entre el extremismo de izquierda, y su supuesto “proyecto escatológico” o el de derecha, que encarnaría una supuesta “modernidad capitalista exitosa”, como articula Carlos Peña.

Así, Peña recomienda a Piñera una “cierta acogida del malestar que la modernización lleva consigo”, que se haga cargo de “ese residuo de desasosiego que la mejora material de las masas deja a su paso”, que salga “de sí mismo” y cultive la empatía, que habría sido la clave del éxito de Beatriz Sánchez. La confusión ha desplazado a la proverbial consistencia de Peña. Su mirada estrecha, casi dogmática, de la modernidad, lo atrapa y le impide alzar la vista y mirar lo nuevo que aparece en el horizonte, hace ya algunos años.

El vaho de una modernidad viciada, indecente, envuelve a los dos candidatos de la segunda vuelta. Piñera, uno de sus íconos, no está en condiciones de soltar sus amarras ni superarla. Del mismo modo que la gente de Guiller da la impresión que estar atrapada en ella, quizás contra su voluntad, por el miedo a que desenredarse sea no más que un salto al vacío… populista o revolucionario.

En los próximos cuatro años, cualquiera sea el gobierno, habrá un alto porcentaje de la población –votantes y pueblo movilizado– que pedirá respuesta, en las calles y en el parlamento, a sus postergadas demandas, por lo demás, claras como el agua. La disyuntiva del país es tan sólo entre una modernidad viciada, indecente, o un futuro que la supere.

La modernización indecente tiene a Chile empantanado. No es sólo sus raíces en la dictadura, es, sobre todo, la naturalización -por ya casi medio siglo- del abuso, del engaño y la corrupción; el más indignante de los cuales es la apropiación indebida de los ahorros previsionales por parte del gran capital usurero. Piñera no puede ni quiere ver la realidad, la Concertación/Nueva Mayoría detrás de Guiller hacen vista gorda, apelando a la malentendida moderación y a un acomodaticio realismo político.

Pero el cambio es inevitable: las nuevas generaciones, que no pidieron permiso y que simplemente se tomaron la política, habrán de sacar al país del atolladero y encaminarlo a una sociedad civilizada, decente, normal a una sociedad de bienestar, culturalmente libre y abierta, con una economía modernizada.

Cuando se habla de nueva Constitución, de una sociedad de derechos, de libertad para pensar y vivir, de cambiar el modelo neoliberal rentista, de no más AFP, de negociación por rama productiva; al menos yo, no estoy escuchando “patria o muerte, venceremos”, tan sólo atisbo el reclamo profundo de quienes buscan una vida sencilla, razonablemente acomodada y con un futuro amable para sus hijos, un país pujante, “como existe en otras partes”, como dirían los del Frente Amplio.

“Cambiar Chile no es fácil” dijo Beatriz Sánchez. La modernidad indecente tiene olor a cadáver. Sin embargo, alrededor de un 40% -cuyo autarquismo provinciano le impide ver al mundo moderno real- aún la evoca y la vota; y un 20% vacila ante el cambio. No es fácil y puede tomar tiempo, lo importante es la dirección, el sentido profundo de los cambios, insistiría Beatriz. Pero no hay atajos, para superarla hay que quebrar huevos. Hoy más que nunca cobra vigencia lo dicho por Einstein, “Los problemas no tienen solución, en el mismo nivel de pensamiento en que fueron creados”.

Tal vez eso hoy signifique abrirse a pensar que el sorprendente resultado electoral reciente no es sino una manifestación de que algo está muriendo, aunque se resista, y que algo está por nacer, aunque le cueste. Tal vez sea preciso levantar la vista y observar que nada muy traumático hizo posible, allende los mares, sociedades más civilizadas. Advertir, que unir voluntades y esfuerzos requiere botar anteojeras, prejuicios y miedos, ¡que tan bien alimenta el conservadurismo político y mediático! Hay una mayoría, más resuelta o más temerosa, que está disponible y presta a la acción, para tomar las riendas del país y realizar los cambios imprescindibles, mayoría que, si es escuchada, podría desplegarse con convicción y alegría y, quizás, dar una nueva sorpresa este próximo 17 de diciembre.