Te Deum y 11 de septiembre: No puedo con la hipocresía de la religión
Hay una parte de Chile que no sabemos cómo definir. Cuesta. Es un sector que se esconde bajo muchos nombres y apellidos, partidos políticos, congregaciones religiosas, pero que mantiene un modus operandi similar. Se opone a todo, reclama, apela a sus derechos y omite el de los demás. Algo así ocurrió este domingo en la ceremonia evangélica del Te Deum, en el cual la presidenta Michelle Bachelet recibió severos emplazamientos a su gestión, debido a la aprobación del aborto bajo tres causales y la posibilidad de legislar en torno al matrimonio igualitario. Hipócritas ataques. Sí, hipócritas. Con el descaro de tildar a la mandataria de “asesina” en el día previo a la conmemoración de un nuevo 11 de septiembre, fecha infame, donde la cobardía y las ansias de poder llevaron a los militares a tomarse el país y asesinar a los suyos.
No podemos sino hablar de hipocresía, más aún cuando vemos a esos mismos rostros repitiéndose el plato en marchas pro vida, mientras piden pena de muerte al joven que les robó un celular. Ellos mismos son quienes se mofan del dolor de una niña violada y le dicen que con el aborto busca “proteger” a su agresor. Son ellos quienes avalaron en un silencio sepulcral las miles de muertes que enfrentó nuestro país entre 1973 y 1989. ¿Fueron capaces de gritarle asesino al dictador Augusto Pinochet alguna vez? ¿Fueron capaces de pedir por las mujeres embarazadas que mantuvieron prisioneras y luego hicieron desaparecer? Al parecer la línea entre los intereses políticos y la humanidad está en un límite difuso.
¿Recordarán ellos los nombres de Cecilia Bojanic, María Labrín, Nalvia Mena, Reinalda Pereira, Elizabeth Rekas, Michelle Peña, Diana Arón, Gloria Lagos? Todas mujeres y adolescentes desaparecidas en dictadura mientras estaban embarazadas. ¿Pedirán por la justicia de sus casos y que la verdad salga a flote? Al parecer el amor fraternal e incondicional solo cuenta en el límite de sus privilegios, los que no permean a toda la sociedad.
¿Puede haber reconciliación, entonces, si el dictador falleció de vejez y sus secuaces están siendo tratados en cárceles de lujo? ¿Podría en otro país mencionarse tan livianamente el nombre de quienes arrebataron la democracia y la humanidad a Chile, esperando indultos y beneficios carcelarios que se suman ya a la poca justicia que para ellos se ha decretado?
No puede haber reconciliación mientras una parte del país siga dormida ante los derechos fundamentales que tenemos como seres humanos. Mientras algunos avalen las atrocidades cometidas por sus abuelos y tíos, y sean capaces, además, de alzar la voz de manera violenta en recintos donde precisamente ellos juraron recibir al prójimo con los brazos abiertos. No puedo con la hipocresía de la religión. Mucho menos con el cinismo de quienes se enriquecen a costa de la esperanza ajena, para edificar templos sin alma, donde se apunta con el dedo a lesbianas, homosexuales y trans. Donde no hay piedad por niños y niñas abusados bajo sus propias congregaciones, ni mucho menos algún grado de amor por esas mujeres que debieron interrumpir sus embarazos por infinitas causales.
Si hay un homenaje que hacer, es para quienes en dictadura supieron velar por el cuidado a los derechos humanos y cobijaron en parroquias y hogares a víctimas de la represión. Para todas aquellas que lavaron grandes heridas y supieron darle abrigo a quienes lo necesitaban. Todas esas personas que hicieron a un lado sus creencias y velaron por un bien mayor: demostrar que en un país azotado por el odio y el miedo, aún existían destellos de comprensión y amor. Esas personas son las indispensables, y para ellas va un abrazo al cielo. Quisiéramos que fuesen la escuela y los maestros de estas generaciones que solo ven la codicia y el afán político por encima de su amor a un dios.