La victoria del Frente Amplio y la batalla de lo real

La victoria del Frente Amplio y la batalla de lo real

Por: Jorge Pavez | 15.05.2017
En esta contienda electoral, la ciudadanía podrá apreciar que la “moderación” y el “realismo” que defendió la ex Nueva Mayoría solo ha servido a los intereses de la derecha y el empresariado, que es con quién siempre ha negociado el partido transversal del orden, y que por ese camino las reformas nunca se concretan en profundidad. Es decir, con nuevos gobiernos centristas, no habrán cambios sustanciales en el modelo económico, político y social.

No se trata aquí de cantar victoria antes de tiempo, sino de proponer un ejercicio prospectivo que enfrente sin ingenuidad ni complacencias un escenario de victoria electoral presidencial del Frente Amplio, ejercicio necesario para pensar en serio cómo llevar al país hacia la emancipación de la herencia neoliberal y autoritaria de la dictadura. Por eso proponemos algunas claves de lo que sería ese escenario de victoria presidencial, y de las condiciones de implementación efectiva del programa de transformaciones estructurales que está impulsando el Frente Amplio.

Hay consenso político en que el Frente Amplio tiene que establecer claramente las líneas de su programa y los métodos democráticos para alcanzarlo, recordando y demostrando que la democracia no es solo votar cada cuatro años por representantes, sino que la ciudadanía participe en cada decisión política que la afecta. Una vez en el gobierno, el Frente Amplio tendrá que articular una política del disenso donde las grandes decisiones de la transformación radical de la sociedad sean ampliamente plebiscitadas: Asamblea Constituyente, fin de las AFPs y creación de un sistema de seguridad social de reparto solidario, consagrar la educación como derecho universal, democratización de las fuerzas armadas y de orden y del poder judicial, autonomía política del país mapuche y de todas las regiones del país que aspiren a la autodeterminación, inversión pública en áreas estratégicas de la economía, los servicios y el empleo, aumento de impuestos a la gran empresa y a las grandes fortunas, nacionalización de los recursos naturales, mejoramiento de la calidad de vida en las ciudades interviniendo el mercado del suelo e inmobiliario, reforma a la banca, reconocimiento de la educación, la salud, y la vivienda como derechos, y la condonación de deudas hipotecarias, educacionales, hospitalarias, todas las cuales vulneran esos derechos humanos individuales y colectivos ( porque se ha señalado en este medio, acabar con la deuda es acabar con la culpa y redimirnos de la dominación financiera), entre otras medidas que tendrán fuerte oposición de la élite económica y amplio respaldo ciudadano e implicarán movilizar a la sociedad toda en este proyecto de transformación.

La batalla electoral será dura, aunque para el Frente Amplio será favorecida por la división de la Nueva Mayoría en proceso de disolución. Esta división llevará al candidato social-demócrata (Guillier) a intentar acercarse a la izquierda y a la candidata social-cristiana (Goic) a intentar robarle votos de centro a Piñera; si cualquiera de los dos abandona en camino, ya será muy tarde. La derecha estará confundida porque tendrá que enfrentar tres adversarios al mismo tiempo, sus pataleos, engaños y mentiras seguramente favorecerán también al Frente Amplio. En cualquiera de estos escenario, la llamada blitzkrieg frenteamplista, llegará a segunda vuelta, dejando atrás a cualquier candidato de la (ex) Nueva Mayoría.

En esta contienda electoral, la ciudadanía podrá apreciar que la “moderación” y el “realismo” que defendió la ex Nueva Mayoría solo ha servido a los intereses de la derecha y el empresariado, que es con quién siempre ha negociado el partido transversal del orden, y que por ese camino las reformas nunca se concretan en profundidad. Es decir, con nuevos gobiernos centristas, no habrán cambios sustanciales en el modelo económico, político y social. También podrá apreciar el electorado que con un gobierno de Piñera, los conflictos sociales aumentarán, se retrocederá en derechos (se puede incluso prever la violación sistemática de varios derechos y una represión de violencia desatada), y se aumentará en abusos empresariales, colusión, corrupción parlamentaria, desmantelamiento de servicios públicos, etc.. Es decir, el único bloque que está en condiciones de defender y profundizar reformas estructurales, uniendo las fuerzas de un gobierno de transformaciones con las fuerzas de la protesta social, es el Frente Amplio.

Por esto probable que una mayoría ciudadana opte por la profundización de los cambios, y todos los electores de la centro-izquierda terminen volcándose a la izquierda, otorgándole una mayoría presidencial al Frente Amplio. Pero esta mayoría no puede sumar solo el voto conocido, tiene que lograr aunar el voto que está aún por conocerse. Un paso decisivo es el desafío de convocar el abstencionismo, de manera que la amplia mayoría abstencionista se rompa en dos: el abstencionismo crítico, que habrá de movilizarse para votar masivamente por el Frente Amplio, y el abstencionismo nihilista-conformista, que votaría por la derecha, y que quizás también concurra a votar “para que no gane la izquierda”. En términos de participación, este es el mejor escenario, el que dará total legitimidad a la victoria del Frente Amplio.

El Frente Amplio habrá ganado la batalla presidencial con un programa de transformaciones profundas. La movilización general será el único mecanismo que podrá dar legitimidad al proyecto de transformación cuyos principales adversarios estarán en el parlamento bloqueando todas las iniciativas de gobierno. De ahí que dos medidas serán necesarias, aunque de alta tensión político-estratégica: la convocatoria a una Asamblea Constituyente, y la convocatoria a referendos para que el pueblo soberano decida sobre los asuntos de interés nacional como los de la educación, las pensiones y la nacionalización del agua y el subsuelo. La democracia plebiscitaria vinculante es la única herramienta que el gobierno del Frente Amplio podrá implementar para validar la política de transformación, eso implicará una politización de la sociedad que active la deliberación de la soberanía popular. Esa es una condición indispensable para lograr las transformaciones y enfrentar el Partido Neoliberal que operará en el Congreso.

El problema del futuro gobierno del Frente Amplio no está entonces planteado en la elección presidencial, sino en los resultados de las elecciones parlamentarias. Allí es donde se conocerá la verdadera fuerza del adversario. Está hoy claro que el Frente Amplio no está en condiciones de obtener una mayoría parlamentaria, e incluso acercarse mínimamente a esta. Los cálculos más optimistas pueden darle 30 a 35 diputados al Frente Amplio, es decir, un quinto de la Cámara de 150 diputados. En la elección senatorial, el panorama es aún mas incierto, ya que no hay apuestas claras del Frente Amplio en ese frente. De manera que el gobierno y el programa del Frente Amplio se verán enfrentados a un parlamento opositor.

Pero esto se puede revertir. Para eso, una tarea indispensable del futuro gobierno será sumar fuerzas para el programa anti-neoliberal. Es de esperar que la izquierda tradicional (el conjunto de la bancada PC, que esperamos sea nutrida, sectores del PS especialmente el sector de la Izquierda Socialista, algunas minorías del PR y el PPD) y otros partidos nuevos extra FA (como el PRO de MEO y el PAIS de Navarro) se sumarán al proyecto de acelerar y profundizar los cambios. Sin duda la DC se sumará a la derecha en su oposición destructiva, y en ese sentido, el Frente Amplio se beneficiará de una social-democracia que habrá consumado el divorcio con sus lastres centristas. Según los resultados electorales de estos partidos, se podrá contar o no con una mayoría parlamentaria contra-neoliberal para impulsar los cambios. En cualquier caso, componer con esas fuerzas será tarea principal del liderazgo presidencial del Frente Amplio, y la pre-candidata Beatriz Sánchez ha mostrado dotes de sobra para liderar esa tarea.

Este camino no está exento de amenazas, que vendrán sin duda por varios flancos, internos y externos: 1) la campaña del terror y de desestabilización que desarrollará la misma derecha junto a la DC apelando a los derechos individuales, la defensa de la propiedad privada, el libre mercado, la estabilidad política, la institucionalidad heredada de la dictadura en el fondo, jugándose por los intereses que representan como si fueran intereses universales; 2) el rol reaccionario que jugará el Tribunal Constitucional en su papel de garante de la Constitución pinochetista, y de cerrojo para la transformación del Estado subsidiario; 3) la guerra económica que iniciará la derecha y el gran empresariado para boicotear el gobierno, desestabilizar la economía y la sociedad toda (basten recordar el ejemplo que dieron con la UP y el ejemplo que estamos viendo hoy en Venezuela), cuando se hable de mayor reglamentación, mayores impuestos, y nacionalización de recursos naturales, injerencia del Estado en áreas estratégicas de la producción; 3) la negociación que habrá que desarrollar con la centro-izquierda para obtener su apoyo parlamentario, sabiendo que este sector vivirá también su batallas internas, por los conflictos de interés políticos-económicos que cruzan sus partidos y la estrategia resiliente de sus cúpulas para mantener cuotas de poder; 4) las presiones de la tecnocracia constituida al interior del mismo Frente Amplio, que buscará morigerar las transformaciones democráticas apelando al predominio de los criterios técnicos (especialmente economicistas) en todos los ámbitos de la política; 5) el encapsulamiento social de la nueva élite del Frente Amplio, especialmente la que surge del ethos católico y de las familias concertacionistas, élite a la cual le resultará siempre más fácil negociar con el partido del orden y la vieja élite oligarca que con los movimientos sociales y el pueblo de Chile (las experiencias de gobierno en municipios, ministerios y embajadas, de algunos sectores del Frente Amplio que avalan en parte la llamada “tesis de los cachorros”).

Ante estas amenazas el Frente Amplio tiene que prepararse para una repolitización de la sociedad que se exprese en una movilización general y permanente de la ciudadanía y los movimientos sociales en apoyo a las transformaciones, haciendo ver a todxs que la mejora de las condiciones de vida, las libertades, los derechos y las oportunidades, solo son posibles por medio de transformaciones estructurales de la democracia, el modelo económico, social y político. Mientras los otros candidatos van a querer representar “los problemas reales de la gente”, el Frente Amplio no puede engañar al pueblo, tiene que ser claro en que “los problemas reales de la gente” se solucionarán con una nueva Constitución elaborada por una Asamblea Constituyente, y con cambios profundos en una sociedad donde el mercado, la economía y los tecnócratas no pueden seguir tomando las decisiones. Es el pueblo organizado y movilizado el que tiene que decidir cada paso del camino que quiere transitar para salir del neoliberalismo. Por eso, el gobierno del Frente Amplio tendrá que ser ampliamente plebiscitario, y no podrá negociar nada de lo que haya sido zanjado universalmente por el pueblo soberano convocado a pronunciarse en cada nuevo paso. Esta convocatoria permanente a la ciudadanía será el antídoto contra las amenazas internas y externas que acecharán apenas alcanzada la victoria presidencial del Frente Amplio (si es que no empiezan a expresarse y hacer daño antes, durante la misma campaña).