Municipales: Confesiones de un vocal de mesa que no votó
En las elecciones municipales de este 2016, salí electo vocal de mesa y después de “la pataleta” incial, vino la resignación. Al final, me propuse cumplir con la obligación y tratar de pasar el día lo mejor posible.
Como nunca había sido vocal, tuve que asistir a una capacitación el día anterior. Me sorprendió la ira contenida de varios de los vocales. Algunos vociferaban y se desquitaban ante cualquier inconveniente o burlas de los que sólo atinaban a ridiculizar la situación.
Debo ser honesto y decir que no creo en este sistema, pero estaba dispuesto a cumplir mi turno con un día de trabajo mal pagado. Pero también debo decir que no hay peor reunión de personas, como las de este tipo de encuentros donde se pone a un numeroso grupo de adultos, obligados por la fuerza de una multa, a cumplir una tarea. Hace tiempo deambulo en organizaciones de voluntarios, es quizás por eso que me sorprendió la disposición de varios a desarrollar una actividad para “otros”. Recordé a mis jóvenes compañeros del servicio militar que durante los años ochenta tuvimos que cumplir por dos años con un servicio militar obligado (había que tener contactos para “sacárselo”), mal pagado, con malos tratos, “seleccionados” por pobres y una labor bastante peligrosa. Ninguno se quejaba tanto como estos adultos del 2016.
Ese mismo día la Presidenta Bachelet declaraba: “Voy a escuchar con mucha atención la voz de los ciudadanos”, abriendo el telón para desplegar el máximo truco verbal, de una eximia prestidigitadora: “hay más poder para cambiar las cosas con el voto, que quedándonos con el enojo en la casa”.
Esa frase fue el remate para los anteriores dichos con que durante semanas los políticos bombardearon a las y los chilenos sobre la necesidad y relevancia de votar. Finalmente votar, para legitimar un proceso de gobernabilidad en el cual se han vuelto especialistas de las apariencias de rotación. Sin embargo, todo sigue igual, bajo el mando y control del poderoso y bien capital, conectado con la potencia que nos controla.
Durante el día de votaciones presencie cómo las personas acudían a ser escuchados, con la ilusión de cambiar lo que deseaban y desahogar su rabia. Y algunos hasta se iban contentos.
Tres de mis compañeros intentaron convencerme de votar, incluso uno de ellos fue a buscar un delegado, porque estaba convencido que un vocal de mesa estaba obligado a hacerlo. El cuarto de ellos, muy joven y convencido, les dijo, secamente y sin muestras de mucha simpatía, que no votaría y dejaron de insistir. Pero al parecer, mi incredulidad frente a sus argumentos los animaban pensando que yo cedería. Al fin, uno de ellos me dijo, con aires de poseer una absoluta sabiduría, que él trabajaba hace 15 años en un supermercado y que sencillamente era más fácil obedecer, nunca ir en contra, siempre obedecer y en esas condiciones siempre estarías bien.
Eso fue lo último que pude escuchar y tolerar para zanjar con el Delegado el error en que estaban mis colegas ocasionales (siendo vocal, podía igual abstenerme de votar). De pronto recordé la frase de la Presidenta y comprendí el magnífico nivel que han logrado en la manipulación de las mentes.
Pero esta visión, en ningún momento alivia la real tragedia de nuestra situación. Ellos se alternan en mágicos espectáculos haciendo creer que este sistema es democrático y que nuestra voz, en forma de voto, pareciera tener el poder catalizador hasta la próxima votación.
Al final del día un poco más de 9 millones de personas, un 65% del universo de electores, nos abstuvimos de votar. ¡No faltó quien nos declarara ganadores!
En el resto del mundo llamado Chile, un sector se asume ganador, el otro se asume perdedor y algunos en sus parcelas de poder, gozan o sufren sus posiciones.
Pero en realidad la maquinaria sigue funcionando maravillosamente bien, al punto que pocos observan que el sistema no fue legitimado por un 65% de los electores. Todo muy acorde a una sociedad donde el 1% de sus habitantes disfrutan un poder enfermizo y rendido a quién sabe quién.