Tramp

Tramp

Por: Fernando Balcells | 30.05.2016
Las derivas sonoras del apellido de Donald Trump agregan algo de sabor a la composición del personaje. Suena a tramposo y probablemente lo sea, pero la traducción señala a un atorrante. La falta de sobriedad, el peinado, los implantes y una eterna boca abierta, nos evocan al personaje del "honesto John", vendedor de autos usados, con que los americanos se han reído de si mismos por más de medio siglo.

Las derivas sonoras del apellido de Donald Trump agregan algo de sabor a la composición del personaje. Suena a tramposo y probablemente lo sea, pero la traducción señala a un atorrante. La falta de sobriedad, el peinado, los implantes y una eterna boca abierta, nos evocan al personaje del "honesto John", vendedor de autos usados, con que los americanos se han reído de si mismos por más de medio siglo.

Trump es el desenfado de la perfecta irresponsabilidad de la palabra. Un habla proferida con la energía de lo primario reprimido y encantado de escucharse. Su rostro, luego de una última palabra, evoca la cara satisfecha y severa de los cierres discursivos de Mussolini.

Trump se ha convertido en un proveedor mundial de sentencias escandalosas. El candidato habla y es casi un desconsuelo cuando no produce alguna pieza oratoria ofensiva o chocante. Todavía no sabemos bien como arreglarnos con su displicencia en el racismo, la xenofobia y el sexismo. Puede ser que reconocemos en esos rasgos lo peor de nosotros mismos; la prepotencia que empleamos o la que soñamos. Es desconcertante, pero es un alivio que esas fuerzas emerjan y se muestren.

No estamos frente al anticristo sino al antihéroe; un hombre de cualidades detestables encumbrado al ejercicio del poder. Su figura puede ser contrastada con la de su opuesto semejante; G.W. Bush, un hombre sin atributos, sin gracias y en extremo peligroso.

Trump no es una amenaza, es una amenidad. El hombre fanfarronea con construir muros fronterizos y con cobrar por las intervenciones militares en el mundo. Si Bush hubiera cobrado los gastos antes de intervenir en Irak, nos habríamos ahorrado buena parte de las guerras actuales en el medio oriente. Para ser un peligro hay que tener la sintonía de Bush hijo con el establishment.

Parte del encanto del espectáculo de Trump son los límites que pone a prueba. La tolerancia del electorado y la paciencia de la burocracia institucional para soportar la creatividad de un líder. El lenguaje que patea el tablero de los discursos políticos, tiene el atractivo de las faltas de respeto en el interior de una comedia.  No estamos ante un detonante sino en medio de una crisis de los sentidos comunes dados en espectáculo.

Que Trump siga avanzando y pueda ganar es un signo de la crisis de las representaciones que no se han reconvertido a exigencias de autenticidad y de credibilidad que son anteriores a la corrección política.

La crisis política es una renovación de las promesas del sistema político. Pero la promesa no es solo una serie de proposiciones sino una imagen del poder encarnada por un líder espejo. Uno que refleja lo que la gente rechaza y aquello con lo que se identifica por convicción o acepta por juego; por el juego del ego o de la provocación de cambios en la política.

Guardemos la calma. Trump no es trumpet y su sonido no anuncia nada.