¿Colaboración o desregulación? Una mirada crítica a Uber
La llegada de Uber a Chile en las últimas semanas no ha pasado desapercibida. Opiniones tanto de quienes están a favor como en contra se han repetido constantemente a través de los medios y redes sociales. Sin embargo, estas discusiones han carecido de verdadera sustancia en cuanto a la mirada que debiese darse desde la izquierda al problema.
El nacimiento oficial de Uber se puede identificar el año 2009 en San francisco, donde un par de emprendedores lanzaron una aplicación que buscaba revolucionar la forma de entender el transporte pagado. Desde este momento, pasando tanto por críticas como halagos, Uber multiplico exponencialmente su valor hasta más de 60 mil millones de dólares. A priori, vemos una demostración épica de emprendimiento: una nueva innovación llega a destronar a un gremio anticuado, poco eficiente y con muchos vicios como son los taxistas. El capitalismo por medio de su constante autodestrucción creativa logra renovarse y darnos nuevas opciones de bienestar, y lo consigue mediante un servicio que funciona gracias a todos por medio de la colaboración de sus propios usuarios que a la vez se ven beneficiados por una nueva fuente de ingresos. No obstante, ¿es esto tan bueno como se ve?
En primer lugar, salta a la vista que Uber, así como cualquier otro servicio parecido, carece de una relación laboral que asegure derechos a sus “colaboradores”. Lo que en realidad sucede es que la empresa tiene trabajadores con quienes no tiene una relación que entregue seguridad laboral de ningún tipo. Tiene empleados que entregan el 20% de las ganancias de su trabajo y contra quienes no tienen ninguna obligación. Esto claramente es una precarización del trabajo que peligrosamente tiene una amplia aceptación social. Peor aún, la informalidad de este trabajo es a la vez reflejo de un problema mayor: personas desempleadas o subempleadas que buscan alternativas de trabajo en vez de recibir una alternativa laboral estable y que entregue mínimos de dignidad.
Segundo, de lo mencionado recién se desprende otra problemática fundamental: la ganancia debiese ser para quien realiza el trabajo. El costo marginal que debe enfrentar Uber para facilitar que un conductor realice un viaje no es ni cercano a la comisión que cobran. Este bajo costo marginal es una característica inherente de los servicios que se basan en aplicaciones o internet y se entiende que aquí hay, entonces, una explotación no menor y que es el propietario quien se queda con el excedente injustificadamente. Esto explica en parte el por qué del multimillonario valor de Uber y el por qué algunos ya avalúan el potencial de la “economía colaborativa” en billones de dólares.
Por otro lado, resulta inquietante la capacidad que estas empresas tienen para concentrar poder económico y político. El surgimiento repentino de este tipo de organizaciones les facilita colocarse como incumbentes, creando barreras de entrada tanto naturales como artificiales que les permiten monopolizar el negocio. Al mismo tiempo, esta concentración de poder económico se traduce en poder político. Es sabida la capacidad que ha tenido Uber en algunos países para realizar lobby con el fin de que su servicio se vea beneficiado, lo que es un reflejo de cómo el poder económico busca siempre mecanismos para inclinar la cancha hacia su lado.
Todo lo antes mencionado es síntoma de una forma de hacer economía capitalista, desregulada y con consecuencias negativas que afectan directamente a las personas. No obstante, Uber es una empresa con mucha aceptación social. Esto se debe a que se escuda en que aquí no hay una empresa tradicional, sino que estamos creando una “economía colaborativa”. Esta es la gran falacia de servicios como Uber y es lo más peligroso de aceptar que estos se impongan. Vende la ilusión de que estamos creando una nueva realidad gracias a un trabajo conjunto de las personas. Sin embargo, una economía colaborativa de verdad debe ser hecha por y para la comunidad. Debe estar regida por principios democráticos, y su propiedad debe recaer necesariamente en su comunidad. Esa es la manera de evitar que exista una explotación del hombre por el hombre, pues son los mismos dueños-usuarios quienes se ponen sus propias reglas mediante el consenso democrático. Por ello, hay que entender que el problema principal aquí es la propiedad, que en el caso de Uber, pertenece a sus dueños y no a sus trabajadores, por lo que no cambia la lógica capitalista, y sus “colaboradores” a la larga siguen siendo empleados en una situación de vulnerabilidad laboral. Si no nos damos cuenta pronto y no actuamos frente al surgimiento de estas iniciativas, seremos testigos del nacimiento de un capitalismo nuevo, con renovadas formas de explotación y el cual es cada vez más difícil de reconocer como tal.
Entonces, el desafío hoy es cómo creamos una forma de hacer economía que sea capaz de resolver nuestras necesidades, pero que al mismo tiempo no tenga los vicios del capitalismo actual. Una posibilidad es tener un sistema que se base en comunidades que sean tanto trabajadoras como dueños de su fuente laboral, donde el centro de la actividad económica no sea la acumulación, sino que el desarrollo humano. Para esto no hay un camino claro, aunque se puede partir por el fortalecimiento de las comunidades locales, de las organizaciones vecinales, sindicales, o cualquier tipo de organización que se base en el actuar democrático de sus miembros y que permita la articulación social. Es en base a esto que se pueden ir creando agrupaciones organizadas que logren irrumpir en el capitalismo con soluciones colaborativas, centradas en las necesidades sociales y no en el lucro, como pueden ser las cooperativas de trabajo.
Claramente, actualmente no existen las capacidades materiales para realizar esto a gran escala, de manera tal que sea una verdadera disputa a la hegemonía capitalista, ni tampoco es posible realizarlo sin un apoyo mayor de las instituciones. No obstante, resulta fundamental el rol que puede tener la tecnología para lograr esto. La liberación de la información, de los derechos de autor, de los softwares y aplicaciones, puede permitir a las comunidades levantar proyectos cada vez a un menor precio, disminuyendo barreras de entrada y emparejando la cancha contra las empresas tradicionales. La idea es lograr ocupar las herramientas que tenemos para el bien de las personas, aprovechar las potencialidades que nos entregan las tecnologías de la información para organizarnos como nunca antes había sido posible y usarlas para combatir de manera efectiva el capitalismo, disputándoles de forma real los medios de producción.