La educación y la lucha política
La masiva marcha con la que el movimiento estudiantil inició su año de movilizaciones hace dos semanas, ha logrado instalar un interesante debate respecto al sentido y dirección de su avance en el marco del proceso de reformas. Avanzar hacia un cambio de paradigma en el sistema educacional de nuestro país, no parece cosa fácil, por lo cual es fundamental construir un genuino entendimiento al interior de esta fuerza social respecto a qué debemos entender por aquello y cómo hacerlo.
En este contexto, me parece interesante aportar al debate generado a través de este medio, iniciado por Rodrigo Ruiz, el cual obtuvo una respuesta por Andrés Fielbaum.
Si bien podría detenerme en el carácter de exclusivo que le da Andrés a la lucha educacional en la transformación del carácter social de Estado al preguntar retóricamente “¿en qué ámbito más que en la pelea por la reforma educacional es hoy posible transformar el carácter social del Estado?”, creo que es fundamental que en estos tiempos no situemos el debate allí, ya que de ninguna forma la lucha por la educación –ni ninguna otra– puede considerarse como una exclusividad en el quehacer dentro del proceso de emergencia de una fuerza capaz alterar de manera sustancial el carácter social de la política. Por esto prefiero enfocarme en algunas preguntas aún sin respuesta. ¿Cuáles son aquellos “elementos de cambio” en la reforma educacional y qué relación tiene su conquista con la transformación del carácter social del Estado?
Si hay algo que caracterizó la maduración de la demanda de la educación gratuita dentro del movimiento social durante estos años, fue la distinción de que no se trata de una pelea por más financiamiento o mayor cobertura, sino que una demanda compleja por la existencia de una educación que responda a intereses populares y que por tanto requiere la modificación de una serie de elementos que se encuentran íntimamente relacionados. Así, no se puede pensar en una educación gratuita universal sin pensar en un mecanismo de acceso distinto a la educación superior, sin una educación escolar distinta, sin una carrera docente distinta, sin desterrar el sexismo de nuestras aulas, sin erradicar la concepción de formación de capital humano desde la primera infancia hasta los posgrados, sin superar la lógica la competencia entre instituciones, estudiantes y colegas. Todo esto forma parte de cómo comprendemos a la educación como un derecho social en un sentido de totalidad.
Ahora bien, ¿significa esto que si no logramos todo no logramos nada? No. Significa que necesitamos pensar la lucha educacional con una mirada estratégica que le dé sentido a lo que entendemos por conquista o “elementos de cambio” y lo que estas significan para nuestra lucha, es lo que nos permite discernir si un cambio, aun siendo parcial, efectivamente va “en la dirección correcta”.
Algunas luces de esa mirada estratégica hemos entregado desde Izquierda Autónoma cuando hemos postulado que es la disputa por el control democrático sobre los espacios de producción de la educación, lo que permite darle sentido a la complejidad de la demanda educacional. Abrir el espacio para la elaboración de una política de Estado que incluya a las fuerzas sociales es una parte de la solución, pero para eso es necesario tanto tener claridad de los contenidos políticos de la educación que queremos para una sociedad distinta, como la fuerza política para asegurar que se materialice, lo cual sin duda tendrá que involucrar al complejo entramado de personas, organizaciones e instituciones que participan de los procesos de la educación día a día.
Ahora bien de todo lo anterior se desprende otra idea, nuestro horizonte es desbaratar el sistema educacional de los poderosos, y en el camino hacia allá nos encontraremos con una serie de resistencias, como aquellas que nos imponen al obligarnos a discutir una reforma en términos economicistas, y sin duda nos encontraremos con muchas más. Nada se nos dará por regalo, se requiere de fuerza política para superar a un enemigo que a pesar de presentar un rostro deslegitimado en su sistema de partidos, sigue teniendo alta capacidad de contener movilizaciones sociales bajo la correlación de fuerzas actual.
Pero afortunadamente en esta senda, también nos encontraremos con otros que luchan por recuperar la soberanía sobre otros ámbitos de la vida social, como lo hicimos el 2011 al encontrarnos con quienes luchan por la soberanía sobre los recursos naturales de en distintos territorios de nuestro país, como ha ocurrido con trabajadores docentes y no docentes de la educación, con quienes luchan por la salud, la vivienda, entre tantos otros. Si estos encuentros logran pasar de la natural empatía y saltan a una lucha dirigida a la transformación social del Estado, sin duda las resistencias que encontramos en nuestras luchas parciales se verán menos empinadas. Esto significa aprovechar aquellos movimientos sociales de mayor actividad, no sólo para la conquista de mejores condiciones sectoriales, sino que también para construir un proyecto estratégico para nuestra clase, que permita sostener una lucha más allá de los momentos coyunturales.
De esto entiendo que se trata la idea de pensar las luchas en el “mapa vectorial del poder”, no de las caricaturas del Palacio de Invierno o de un afán electoralista, nos hace bien como fuerza asumir esta discusión, que permite pensar en la lucha educacional desbordando los límites de las reformas, dotándonos de un quehacer coherente con el resto de nuestras luchas y en conjunto a otras fuerzas construir una alternativa revolucionaria.