Un 2015 de locos o el despertar de un movimiento social en salud mental

Un 2015 de locos o el despertar de un movimiento social en salud mental

Por: Juan Carlos Cea Madrid | 30.03.2016
Diversas iniciativas lideradas por colectivos que reúnen a profesionales, estudiantes y personas que han sido etiquetadas con diagnósticos psiquiátricos, han abierto un proceso de crítica sostenida hacia el sistema de salud mental en Chile, centrado principalmente en el consumo de psicofármacos. Una perspectiva que nos lleva a preguntarnos si estamos todos locos al aceptar el uso de medicamentos psiquiátricos como un abordaje satisfactorio al malestar subjetivo que generan las desigualdades sociales.

El ciclo de protestas estudiantiles de los años 2006 y 2011 en Chile han puesto de manifiesto un creciente malestar social de amplias franjas de la población. Este malestar, al no tener todavía una expresión política, forma parte de las frustraciones habituales y sufrimientos cotidianos que se inscriben fácilmente en la creciente medicalización de la vida. Actualmente, es muy probable que en el círculo familiar o de amigos cercanos de cualquier ciudadano, más de una persona esté siendo tratada por algún problema de salud mental y esté consumiendo psicofármacos. Es así como hoy en día, tomar un remedio para “no sentirse mal” parece bastante normal. Sin embargo, pensar que un medicamento puede mejorar nuestro estado de ánimo no es casual. La visión biológica de los problemas subjetivos ha consolidado la perspectiva que los sufrimientos psicológicos son similares a los problemas médicos. Con un enorme respaldo institucional, la ciudadanía se ha ido apropiando de este discurso a través de los medios de comunicación o en su interacción directa con los establecimientos de salud mental, cambiando la forma en que describen sus dificultades a su entorno cercano o la manera en que comprenden lo que les acontece en su vida diaria.

Actualmente en Chile, el sistema de salud mental valida, legitima y promueve el uso de categorías diagnósticas y el consumo de medicamentos psiquiátricos. Sin embargo, ¿Hay motivos para pensar que recibir un diagnóstico psiquiátrico y consumir psicofármacos no es la solución a nuestros problemas subjetivos? Una perspectiva crítica, bastante consistente, se ha construido en torno a estas preguntas en los espacios de formación universitaria desde el 2011 a partir de las clases de antipsiquiatría del profesor Carlos Pérez Soto, lecciones reunidas en su libro “Una nueva antipsiquiatría”[1] publicado el 2012. En los años siguientes, las publicaciones[2], artículos[3] y actividades académicas organizadas por el Centro de Acción Crítica en Salud mental[4] se inscribieron en esta línea, asentando un posicionamiento crítico hacia los imaginarios sociales de normalidad biomédica en el campo de la subjetividad, presentando un enfoque alternativo al paradigma biologicista y farmacológico predominante en las políticas públicas de salud mental. No obstante, hasta finales del 2014, estas iniciativas se presentaban relativamente ajenas a las personas que habían vivido la experiencia de la psiquiatrización. Por lo tanto, estos cuestionamientos requerían tornarse accesibles al público general e iniciar diálogos con la ciudadanía, es decir, salir de los espacios universitarios y establecer vínculos con las personas que viven o han vivido la experiencia de la etiqueta diagnóstica y el consumo de psicofármacos.

Este primer paso, fue dado por el colectivo Autogestión Libre-mente[5] los meses de octubre y noviembre del 2014 al organizar tres “Encuentros de personas por la salud mental” en espacios comunitarios abiertos al público con la finalidad de “realizar un diálogo reflexivo y crítico sobre la salud mental y la calidad de vida de las personas”. Siendo los convocados principalmente usuarios o ex usuarios de servicios de salud mental, también se sumaron a la reflexión estudiantes universitarios y trabajadora(es) de la salud mental, generando un diálogo horizontal en torno a una temática compartida, sin las jerarquías y verticalismos propios de los espacios académicos e institucionales.

A partir de esas conversaciones se comenzó a problematizar por qué los recursos en salud mental se destinan inicial y prioritariamente a psicofármacos, limitando el desarrollo de aproximaciones psicológicas, sociales y comunitarias como alternativas más humanas y solidarias para comprender y abordar los padecimientos subjetivos. En cada Encuentro, en base a las experiencias de las personas, no se trataba de demonizar el discurso psiquiátrico, sino de considerar que no era el único válido. Se abrió un cuestionamiento respecto de cómo el medicamento se presenta como la mejor respuesta a los problemas y la población en general, ansiosa en la búsqueda de una solución rápida a sus dificultades en un contexto sin mayores opciones ni alternativas, incorpora el discurso psiquiátrico y avala prácticas que debiesen replantearse en el marco de una discusión más amplia. En base a estas premisas, surgieron los siguientes planteamientos ¿Bajo qué condiciones los psicofármacos han empezado a formar parte de nuestra vida cotidiana?, ¿Son la única respuesta para recuperar nuestro bienestar?, ¿Existen alternativas a la psiquiatría?

De acuerdo a estas preguntas, el colectivo Centro de Acción Crítica en Salud mental organizó en Santiago el Encuentro “Alternativas a la psiquiatría”[6] el 16 y 17 de enero del 2015 contando con la destacada participación de Sascha Altman DuBrul, miembro fundador de la agrupación de apoyo mutuo de Estados Unidos Icarus Project, organización que editó el documento “Discontinuación del Uso de Drogas Psiquiátricas. Una Guía Basada en la Reducción del Daño”[7] que recopila la mejor información y lecciones reunidas para orientar y acompañar a las personas que desean dejar de tomar fármacos psiquiátricos. En esta actividad estival, se reunieron alrededor de 80 personas a reflexionar críticamente sobre los significados de la salud mental en nuestra sociedad, compartiendo experiencias de trabajo comunitario como alternativas para hacer frente al malestar colectivo.

La alta convocatoria que tuvo esta actividad y la gran variedad de posiciones en relación a la temática, motivó el interés de dar continuidad a los aprendizajes y reflexiones compartidas durante el Encuentro de enero. De esta manera, en los meses de mayo y junio del 2015, el Centro de Acción Crítica en Salud mental organizó un ciclo de conversatorios sobre “Alternativas a la psiquiatría” con el objetivo de dar a conocer diversas iniciativas y proyectos en esta línea. Este ciclo de encuentros representaba un “espacio de autoformación colectiva y debate participativo, para compartir experiencias que prefiguran, en un mundo posible, el paso de la enfermedad a la diferencia”.

Los conversatorios eran gratuitos y abiertos a la comunidad, consistían en una primera parte expositiva para luego propiciar un diálogo horizontal orientado a compartir reflexiones en torno a las experiencias compartidas en cada sesión.  En las 7 sesiones, participaron alrededor de 120 personas, lo(as) que se acercaron a conocer una temática novedosa y aún poco conocida en nuestra sociedad. En las primeras 3 sesiones se presentaron los proyectos Casa Soteria y Diálogo abierto, las agrupaciones Icarus Project y Hearing Voices como experiencias internacionales de “alternativas a la psiquiatría”, luego, el trabajo del Frente de Artistas del Borda de Argentina y Radio Vilardevoz de Uruguay, como experiencias latinoamericanas alternativas al modelo manicomial. Finalmente, en las siguientes 4 sesiones, se dieron a conocer experiencias de trabajo comunitario en salud mental del ámbito local, como Radio Nueva Terapia de Colina, Villa Solidaria Alsino de la Florida y la Agrupación de Ex Usuarios de Salud mental (AESAM) de Talcahuano, cuyas presentaciones estuvieron a cargo de sus protagonistas, principalmente personas que han vivido la experiencia del diagnóstico y tratamiento psiquiátrico. En particular, en este ciclo de encuentros destacó la participación del colectivo Autogestión Libre-mente y el colectivo “Locos por nuestros derechos”[8] como agrupaciones que nacen desde y para las personas que han recibido atención de salud mental y se han comenzado a organizar para defender sus derechos y crear espacios para una mejor calidad de vida.

El colectivo Autogestión Libre-mente se reúne todos los días lunes a las 18:30 en Librería Proyección[9], en el centro de Santiago. En la conversación grupal que se genera en cada sesión, participan personas que han vivido la experiencia del diagnóstico y tratamiento psiquiátrico junto a personas que han estudiado alguna carrera universitaria ligada al área de las ciencias sociales, así como cualquier persona que quiera participar ya que es un espacio abierto y gratuito. A partir de esta diversidad, se busca desarrollar e integrar alternativas a la psiquiatría y a sus tratamientos, promover el reconocimiento de los derechos de las personas en su atención de salud mental y valorar el potencial de los espacios comunitarios para el bienestar colectivo, al margen de los intereses de la institucionalidad y el predominio de los profesionales. En la práctica, los valores de la horizontalidad, reciprocidad y solidaridad como ejes del diálogo compartido, permite que el colectivo funcione como un grupo de apoyo mutuo con un fuerte contenido “terapéutico”, sin que ésta sea la finalidad explícita de los encuentros semanales y las diversas actividades que organizan.

Esta agrupación inició el camino de denuncia ante la opinión pública de la violencia psiquiátrica al sumarse a la conmemoración del Día internacional de protesta contra el tratamiento de electroshock[10] el 16 de Mayo de 2015, convocando a una manifestación en las afueras del Instituto Psiquiátrico José Horwitz Barack en Santiago. La acción de protesta reunió a diversos países en la denuncia a la institucionalidad psiquiátrica que promueve el uso de la Terapia Electroconvulsiva (TEC) como un procedimiento médico, seguro y confiable, en contraposición a lo que señala la evidencia científica y el testimonio de las personas que lo definen como un procedimiento dañino y perjudicial que provoca pérdida de memoria y daño cerebral permanente, y por lo tanto, su uso debe ser considerado una forma de tortura y en la medida que constituye una violación a los derechos humanos debe dejar de utilizarse en todo el mundo.

En Chile, esta ha sido una de las primeras acciones de movilización social que ha organizado un colectivo formado principalmente por usuarios o ex usuarios de servicios de salud mental por la defensa de sus derechos. En este camino, se ha sumado el trabajo del colectivo “Locos por nuestros Derechos”, que también reúne a expertos por experiencia (usuarios y ex usuarios de servicios de salud mental) y expertos por formación (profesionales del área de las ciencias sociales), de acuerdo a un trabajo colaborativo basado en relaciones de horizontalidad. Este grupo de trabajo, nace luego de la experiencia de realización de un Manual de Derechos en Salud mental”[11] en el marco de una investigación de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Chile, que integra una mirada global sobre la importancia de los derechos en el campo de la salud mental desde la perspectiva de la comunidad de personas que han recibido atención de salud mental en nuestro país. A partir de esta iniciativa, el segundo semestre del 2015 el colectivo “Locos por nuestros Derechos” inició un proceso de difusión de su creación visitando ciudades como Antofagasta, Valparaíso, Talca, Linares, Concepción, Temuco, Osorno, entre otras, para compartir su propuesta en espacios de capacitación para trabajadore(as) de la salud mental, actividades de formación en derechos humanos en Universidades y conversatorios sobre la temática abiertos a la comunidad. A su vez, el colectivo tuvo la oportunidad de compartir su trabajo en congresos relacionados a la salud mental y los derechos humanos en las ciudades de Madrid (en el 7° Congreso Mundial de Escuchadores de Voces), Londres y Mendoza, siendo reconocido su “Manual de derechos en salud mental” como una contribución valiosa y original a nivel internacional.

Una de las actividades más significativas realizadas en el marco del proyecto de difusión anteriormente descrito, se realizó a fines de septiembre en el conversatorio “De pacientes a expertos por experiencia: usuarios y aliados piensan la salud mental en Chile” organizado por la Agrupación Nacional de Usuarios de Servicios de Salud mental (ANUSSAM)[12] junto al colectivo “Locos por nuestros derechos” y el colectivo Autogestión Libre-mente, elaborando en dicha instancia un diagnóstico crítico respecto a cómo lo(as) usuarios de servicios de salud mental no han podido ser protagonistas de los cambios sociales y culturales en defensa de sus derechos, al presentar limitaciones para posicionar su punto de vista de manera independiente al vincularse a agrupaciones donde predomina la perspectiva de otros actores sociales, como familiares y profesionales. En este sentido, estos colectivos liderados desde la representación en primera persona (haciendo valer la consigna de “Nada sobre nosotros, sin nosotros” de la Convención de Derechos de las Personas con Discapacidad de Naciones Unidas) enriquecieron sus visiones compartidas y una agenda de trabajo en conjunto, sin excluir necesariamente la participación de profesionales y estudiantes, comprendiéndolos como aliados en la construcción de una propuesta de transformación de la salud mental en nuestro país.

Ahora bien, las iniciativas de estas agrupaciones no culminaron allí. El viernes 13 de noviembre se realizó el “Encuentro Nacional de Trabajadora(es) de la salud mental: Confluir para transformar”[13] que contó con la presencia del psicólogo social argentino Alfredo Moffatt. El Encuentro estuvo orientado a generar un espacio de reflexión y debate críticos en torno a problemáticas actuales en el campo de la salud mental desde el punto de vista de las personas que trabajan en este ámbito, en la coyuntura de la elaboración por parte del Ministerio de salud de un nuevo Plan Nacional de salud mental para la siguiente década. En este contexto, en la presentación del Encuentro se denunció la falta de participación de la ciudadanía en los espacios de toma de decisiones y en los procesos de construcción de la política pública en salud mental,  así como la valoración de una conciencia social orientada a reconocer la salud mental como bienestar social, ligando su promoción al fortalecimiento de los movimientos sociales en la construcción de una cultura de derechos sociales, en oposición a la concepción subsidiaria del Estado y el predominio del mercado en la sociedad.

Pero ese camino de transformación no ha sido recorrido solamente por los trabajadores y trabajadoras de la salud mental. Democratizar la salud mental implica democratizar la locura, sacarla de la casilla de la “enfermedad mental”, liberarla y convivir con ella; solo así es posible reconocer y valorar nuestra diversidad, acoger y celebrar nuestras diferencias. En ese sentido, el 14 de noviembre se realizó en Santiago la primera “Marcha el Orgullo Loco”[14], día en que se abrieron las grandes alamedas a la locura colectiva, creativa y soñadora. En esta marcha, se reunieron más de 100 personas a denunciar que la locura no se “cura” con el uso de electroshock, con encierros forzosos, con venenos encapsulados, que quitan la capacidad de sentir, pensar y hacer; sosteniendo que la locura no es una forma de sinrazón, sino una forma de razón diferente. Bajo las consignas de “El que no salta es normal”, “Abajo los muros de los loqueros” y “La locura no se cura con tortura”, la primera marcha del “Orgullo loco” en Chile estuvo orientada a denunciar públicamente el abuso psiquiátrico y a reivindicar la dignidad de la locura, como una afirmación que nace desde y para las personas que han experimentado la realidad de  manera diferente, valorando su forma de ser y reconocimiento en la sociedad. Un testimonio de libre expresión, como protesta y como carnaval, a favor de los derechos y libertades mentales contra el poder de la psiquiatría y la industria farmacéutica. Una manifestación inédita, que invitó por primera vez en nuestra historia reciente, a defender el derecho al delirio, que nos hace creer que una salud mental más justa y solidaria, basada en los derechos humanos, es posible.

¿Qué nos depara este 2016? El desarrollo de espacios de formación permanente en el marco de la “Cátedra Libre Franco Basaglia”, un segundo Encuentro de “Alternativas a la Psiquiatría”, la organización de espacios para compartir la alegría de la locura colectiva por medio de un “Festival de Arte, Salud mental y Derechos Humanos”, así como una segunda “Marcha del Orgullo Loco”. Todas estas actividades, y muchas más, se estarán compartiendo a través de la página web de la Red Salud mental y Comunidad”[15], espacio de encuentro de los colectivos y agrupaciones vinculadas a este movimiento. Esperamos que las iniciativas desarrolladas el 2015 sean sólo los primeros pasos de un movimiento social amplio y diverso, que congregue a los que aún nos creemos cuerdos y los que no tenemos todos los tornillos en nuestro lugar, por la transformación de esta sociedad profundamente enloquecedora. Estamos todo(as) invitado(as) a formar parte de este delirio colectivo. La salud mental también puede ser un lugar desde el cual intentemos cambiar el mundo.

 

 

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