La Tercera Guerra Mundial

La Tercera Guerra Mundial

Por: Eddie Arias | 24.03.2016
La noción de que estamos en la Tercera Guerra Mundial parece ganar fuerza, la extensión y profundización de un conflicto a escala internacional, que compromete una extensión de varios continentes, con ejes neurálgicos que han sido atacados y destruidos, conquistados.

La noción de que estamos en la Tercera Guerra Mundial parece ganar fuerza, la extensión y profundización de un conflicto a escala internacional, que compromete una extensión de varios continentes, con ejes neurálgicos que han sido atacados y destruidos, conquistados.

Desde las Torres Gemelas la potenciación de la guerra se ha extendido como reguedero de pólvora por el mundo. Intereses estratégico económicos y geopolíticos en una biopolítica de la guerra que es siempre muy concreta, territorio y riquezas, pero también detrás como razón epocal profunda hegemonía política, cultural, y económica. La razón primaria de un imperialismo siempre expansivo, cuya naturaleza si bien se ha refinado en las tecnologías de la dominación y sus sutilezas, la verdad es que ha mantenido, por otro lado, una lógica de naturalización de su dominio pese a las resistencias.

La naturaleza de un conflicto de culturas a escala mundial se presenta con evidencias plausibles, EEUU, España, Francia, y Bélgica. Ciudades que han sido sitiadas por el pánico y la muerte explosiva y balacera, cuyo alcance desgarrador ofrece un trance de inmolación cultural por la defensa de su ethos, de su creencia, de su espacio geográfico y cultural, agredido hasta la consecución de sendas invasiones y guerras declaradas.

La Guerra del Golfo fue una antesala, la invasión a Irak fue aplastante y evidenció el dominio de los recursos del petróleo sin mucho pudor, familiares de Bush comenzaron a administrar yacimientos in situ. Se mostró a Hussein y su “madre de las batallas”, como ese comics tan fascistoide que ridiculiza al líder contrario como un pobre loquito de patio, rendido ante un poder de extraordinaria fortaleza. Fue humillado y ahorcado. La intervención Libia terminó con un Muamar Gadafi linchado. Osama bin Laden también fue ejecutado. El gran padrino del mundo se encarga de sus asuntos uno a uno con especial arsenaleria de recursos.

La intervención internacional en Siria y Afganistán terminaron por consolidar lo que el mundo musulmán tenía claro, aquí se planteaba el mismo discurso dominador de las cruzadas, hay una circunstancia histórico cultural que permite entender política y culturalmente la agresión, que tiene expresión en las armas, pero que trata también de formas de vida, de imaginarios culturales que se intentan imponer en una dirección de la agresión muy nítida, es decir, una disputa desde la cultura, desde la sociedad de las costumbres, desde el derecho a existir.

Y aquí una cuestión fundamental es la anulación del derecho a existir, es lo que enmarca el sentido de la agresión Occidental, la agresión para llegar a anular a través del control. Esta lectura gatilla las inmolaciones que cruzando cielos y aeropuertos, estableciendo sendos sacrificios por la defensa de su cultura de una agresión que la quiere destruir.

El lenguaje de la destrucción con la maquinaria de la invasión dibujan una presencia agresiva y devastadora, que no sólo toma territorios sino destruye símbolos culturales. De que otra forma es posible leer estas acciones bélicas por una cultura agredida, y ahí, la industria del cine instala el axioma del fanático, y el menoscabo de sus creencias, como una argumentación a un más racional de la agresión.

El mass media occidental opina desde esos constructos, y desde un temor objetivado en un ya curriculum de bombas y balacera geográfico europeo.

Se levanta una alerta contra un enemigo interno que tiene una identidad inmigrante, una cultura cuyos arquetipos caricaturescos, parecen establecer en una conjunción entre creencia, túnica y armas, y un soldado fanático dispuesto a morir, es un relato cinematográfico que ha quedado como una imagen de referencia. Es la representación de una escena que puede ser la telenovela de la guerra, o su serial de acción con el ribete de una aproximación a la cultura musulmana.

El terror es una biopolítica de la seguridad, sería muy difícil entender uno sin el otro, y este negocio mejora sus capacidades bursátiles en el lenguaje extendido del capital financiero. El capital y su expansión jamás ha funcionado sin conflictos, su lógica invasiva supone el quiebre por la fuerza de las barreras culturales y territoriales que impiden su desarrollo, y esta es la vieja escuela del mundo.

El involucramiento de diversas fronteras expresa un conflicto mundial, contra un enemigo acorralado en su propio territorio, que traslada la guerra a territorio enemigo, donde el propio enemigo tiene dificultades para rastrearlo, devuelve de esta forma con golpes estratégicos. No hay simetría en lo cuantitativo, pero si una suerte de provocado empate simbólico en lo cualitativo.

Occidente arrasa y acorrala, pero el costo es que sus propias sociedades se vuelven inseguras. Y en este sentido, el valor icónico del terror trasunta en una suerte de empate con la inmensa maquinaria bélica de Occidente.

Como antes la estrategia es penetrar sus sociedades, en una guerra con expresiones regulares en espacios específicos de conflicto frontal, y espacios de guerra no regular y dispersa, que desfocaliza la cabeza del movimiento hasta generar una suerte de peligro en todo el mundo, principalmente en los países de marcado acento en la cultura occidental, y quienes han comprometido en muchos casos apoyos bélicos con la alianza internacional actuando en el teatro de operaciones contra la autodeterminación de los pueblos musulmanes.

La expresión de una guerra cultural con una intensidad distinta y muy desigual desde los poderíos militares, solo puede pelearse en un campo diverso, donde la inmolación y estallido, o ataque, sea un factor difícil de controlar como ha ocurrido hasta ahora. Siempre la disposición de un soldado a morir es un acto de difícil control, su potencia agresiva se multiplica exponencialmente, y el hecho de no luchar en un campo regular y objetivar blancos civiles, convierte su estrategia en un fantasma que asola Europa y Estados Unidos.

Los tiempos parecen decir, que esta guerra seguirá en su escalada, los métodos de seguridad mejoraran, pero las estrategias para vulnerarlos también. Los países occidentales aprovecharán para avanzar en los campos de la guerra convencional en busca de exterminar la raíz del terrorismo, de paso se harán de todo el petróleo que encuentren a su paso.

Los costos humanitarios en vidas, de seguridad y de impacto psicosocial serán altos, los costos humanitarios de los miles de refugiados será un drama en constante proceso de irrupción. Países devastados, gobiernos títeres, abrirán camino a resistencias no regulares, que aparecerán como desestabilización cotidiana, como ha ocurrido en Irak.

El mundo es un espacio inseguro porque lo que plantea la lucha occidental en la filosofía de su acción, es la negación del derecho a existir, y será resistido hasta el último suspiro por una cultura que se niega a ser aplastada. Ellos no tienen como construir otro marco interpretativo ante tamaña destrucción e intervención de sus sociedades. El lenguaje de Occidente habla por sus signos, por su semiótica de la destrucción. Las señales desatadas son de confrontación en todos los espacios posibles donde el enemigo sea vulnerable. El mundo está en una nueva guerra mundial de resultados imprevisibles.