El inefable malestar

El inefable malestar

Por: Carlos Durán Migliardi | 16.03.2016
Las experiencias de Fujimori en Perú, de Menem en Argentina, del mismo Trump en EEUU o de las variopintas ultraderechas xenófobas de Europa muestran de qué manera el malestar social es un significante vacío cuya connotación y sentido depende de la forma en que políticamente sea procesado: ¿es el malestar resultado de las injusticias sociales o del espíritu avaro de los políticos?; ¿es la política una actividad esencialmente funesta que ha de ser desterrada para librarnos de sus males?; ¿quiénes son los culpables de nuestras desgracias?; ¿son los ricos, los poderosos, los negros, los inmigrantes o, como al parecer lo cree nuestro Bombo, los delincuentes y los zánganos políticos?

En una furiosa comunicación por medio de las redes sociales, el humorista nacional conocido como “Bombo Fica” manifestó su profundo malestar por la situación ocurrida con un chofer de la locomoción pública que habría sido objeto de una sanción por haber agredido físicamente a su asaltante.

Según recuerda el comediante, la historia relatada es idéntica a la anécdota desarrollada en un conocido chiste festivalero en el cual la víctima de un asalto se convierte en victimario por haber recurrido a la defensa propia: “Es el país que elegimos”, reflexionó Bombo, agregando que “Yo armo mi rutina basado en hechos reales, la gente se ríe, pero no se da cuenta de la estupidez que cometimos, de entregarle el país a estos zánganos que no hacen nada”.

Luego de este desahogo, el “Bombo” se explayó en consejos acerca de cómo lidiar con los delincuentes, instando a sus lectores a evadir la acción de la justicia y actuar por cuenta propia: “Si un ladrón te asalta y le pegas y le sacas un diente, tíralo para afuera y déjalo botado, el infeliz no va a ir a hacer la denuncia y si lo hace, la justicia es mala para ellos y para nosotros”.

Durante la jornada en que fue emitido el mensaje, las redes sociales ubicaron las palabras del Bombo en una condición de fuerte protagonismo. Una mayoría del público virtual se imponía a las voces minoritarias que subrayaban lo impropio del llamado del humorista a actuar por mano propia frente a lo que, según el mismo Bombo, se evidencia como un abandono descarado del Estado frente a su obligación de brindar protección y seguridad a la ciudadanía.

De acuerdo a información brindada por las propias redes sociales, la situación relatada por Bombo no fue efectiva. Un detalle de todos modos, cuando lo que se desea es vehiculizar una bronca acumulada, un malestar incombustible hacia los abusos representados de múltiples formas, y encarnados en esta ocasión en la clase política, “aquellos zánganos que no hacen nada” según el lapidario juicio del humorista.

Al igual como lo ocurrido con las rutinas humorísticas de Viña del Mar, la expresión del malestar ha pasado a constituir una parte del paisaje mediático en nuestro país. En un contexto socio-político devastador, con una clase política que transversalmente se encuentra afectada por el escándalo del financiamiento ilegal, percibida como lejana a la ciudadanía e ineficiente en cuanto al cumplimiento de sus obligaciones, motejar de “zánganos” a nuestra clase dirigente pasa a ser hasta una palabra de buena crianza.

Con las instituciones que representaron centenariamente el orden social no ocurre algo muy distinto. Las élites empresariales, otrora reverenciadas, han protagonizado sucesivos escándalos a propósitos de corruptelas y colusiones varias; la élite eclesiástica ya se encuentra acostumbrada a la bochornosa evidencia de los abusos sexuales tan recurrentes como impunemente acometidos durante décadas. Hasta las FFAA, curiosamente respetadas y valoradas por una significativa mayoría de chilenos, han caído en esta oleada de desprestigio. ¡Ni el fútbol se salva de tanto lodo¡

Es el tiempo del malestar. Es el tiempo del Bombo Fica espantado frente a una muestra de la ineficiencia del sistema judicial. Qué importa que la información que inspiró su denuncia sea falsa¡¡¡ Lo que importa, lo que nos importa, es tener un buen argumento para gritar nuestra bronca, para manifestar a quien quiera oírnos la rabia que tenemos, la impotente rabia.

Y sin embargo, no nos confundamos: el malestar y la rabia no necesariamente son el anticipo de la emancipación. Ni siquiera pueden ser vistas como un buen augurio, como el anuncio de una modificación de nuestras condiciones de vida a corto o mediano plazo, ni menos como la plataforma desde la cual podrá, al fin, organizarse una fuerza capaz de poner las cosas en su lugar en este Chile plagado de desigualdades e injusticias.

Históricamente, experiencias en las que el malestar ha derivado en la consolidación de proyectos conservadores –muchos de los cuales han dejado las cosas peor a como estaban- hay muchas. Basta con mencionar el sorprendente crecimiento de la candidatura de Joaquín Lavín y su “cosismo” durante una coyuntura socio-política signada por el malestar y la desafección, o el surgimiento de Berlusconi como una figura outsider convocante por su distancia frente a una clase política devastada por escándalos de corrupción y financiamiento ilegal, o la resurrección de Ibáñez y su “escoba” en el Chile de los cincuenta.

Las experiencias de Fujimori en Perú, de Menem en Argentina, del mismo Trump en EEUU o de las variopintas ultraderechas xenófobas de Europa muestran de qué manera el malestar social es un significante vacío cuya connotación y sentido depende de la forma en que políticamente sea procesado: ¿es el malestar resultado de las injusticias sociales o del espíritu avaro de los políticos?; ¿es la política una actividad esencialmente funesta que ha de ser desterrada para librarnos de sus males?; ¿quiénes son los culpables de nuestras desgracias?; ¿son los ricos, los poderosos, los negros, los inmigrantes o, como al parecer lo cree nuestro Bombo, los delincuentes y los zánganos políticos?

Como vemos, el malestar no es un dato que necesariamente pueda convocarnos al optimismo. Una sociedad que manifiesta su rabia y expresa a los cuatro vientos su malestar no necesariamente es una sociedad “que ha abierto los ojos”. A lo sumo, es síntoma de una disposición a colocarse nuevos lentes para mirar aquello que antes no miraba. Y es que, en definitiva, el malestar social corresponde a una disposición, una energía social cuya traducción política no se encuentra escrita a sangre y fuego, por lo que bien puede derivar en la generación de procesos micro o marco emancipatorios, en germinación de liderazgos y proyectos conservadores o en la más pura y simple mantención del status quo. Y ello, claro está, depende de la política. De la denostada política.