Daniel Alcaíno y la reflexión que deja Los 80: "Es la epopeya de un país que siempre estuvo solo"
Daniel Alcaíno interpretó por siete años a Exequiel Pacheco en Los 80, el amigo inseparable de Juan Herrera, y siempre refrescó con picardía y humor una producción cargada de drama y emoción.
A sólo dos días que el exitoso ciclo de siete temporadas llegue a su fin, todas las miradas estarán puestas en el desenlace entre Juan y Ana Herrera. Sin embargo, como ya señalaron anteriormente los guionistas, "hay que verlos a los dos para entender a Chile".
Esa capacidad reflexiva llevada a la pantalla chica, los vaivenes de la industria nacional y el desafío de representar la picardía del chileno son los temas que Alcaíno abordó en esta conversación.
Los guionistas de Los 80 han señalado en que hay que mirar a Juan y a Ana para entender a Chile y los cambios que ha tenido. ¿Cuál sientes tú que ha sido el aporte a la reflexión que ha hecho la serie para entender el país?
Ehh… ¡media pregunta ah!(se toma su tiempo para responder). En la medida que la serie fue teniendo éxito y fuimos pasando de una temporada a otra, los guionistas, al ver que la gente se sentía identificada, sintieron la necesidad de ir reflejando un poco ese cambio del país. Creo que desde que se terminaron las manofacturas en Chile, cerraron fábricas y fueron cambiando los tipos de trabajo, con los productos Tupperware, con la mujer tratando de independizarse, de salir de la casa, con esa mujer que se emancipa, que se separa, y que es capaz de presentarle una pareja nueva a sus hijos. Todas esas cosas eran impensables en los 70, pero en los 80 empezamos a vivir todos eso. En la serie, ellos (guionistas) tomaron esa responsabilidad de reflejar al país y se logró bastante bien. Lo mismo con el personaje que hacía Mario Horton, con el guerrillero del Frente Manuel Rodríguez (sic), de la gente que también en un momento optó por la lucha armada, también estaba reflejado y resumida en la historia de este personaje.
Todos los personajes de la obra (sic) trataron de respirar de ese Chile de ese entonces. Rodrigo Cuevas, el guionista, tuvo ese talento para poder ponerlo en pantalla; nosotros (los actores) para reflejarlo; la gente de arte, el director de música, todos, nos hacían evocar lo que habíamos vivido para darnos cuenta cómo nos habíamos transformado en este Chile de hoy día, en el que el individualismo le fue ganando a la familia, y fue ganando el olvido. En fin, creo que hay que aceptar esa analogía que hacen con los personajes y con la gente, con el país.
Siempre vimos que los Herrera se las arreglaron para salir adelante a pesar de todo. Pero después, ese núcleo familiar entre Juan y Ana se terminó quebrando, justo también cuando se acercaba el plebiscito. ¿Sientes que hay algún tipo de relación entre esos dos contextos, el familiar de los Herrera, que guía la historia, con el contexto que vivía el país en términos políticos?
Yo creo que lo resume bastante bien la escena que vimos el domingo pasado entre los hermanos, que dice que le ganamos a todo, le ganamos a la CNI, pero le ganamos como familia, en conjunto, porque sabíamos claramente quién era el enemigo. Pero en un momento nos desordenaron el tablero, los personajes se disfrazaron de otras cosas, y nos empezamos a confundir, empezamos a creer que el lema era hacerla pero hacerla solos. Creo que esa escena resume bastante bien y como la canción de Shwenke y Nilo, nos fuimos quedando en silencio, se nos fue olvidando el grupo que éramos y nos dividieron para ganar, para debilitar. Nos confundieron.
Si las cosas hubieran seguido no se habrían desenmascarado todos esos políticos que se hacían llamar socialistas y que vendían la pescada, una pomada de que iba a ganar la gente y ganaron los de Vitacura para arriba no más, que íbamos a crecer con igualdad y crecieron los empresarios no más, y todos esos eslogan como estoy contigo... y la noche del terremoto no estuvieron con nosotros. Siempre estuvimos solos y no nos dábamos cuanta. Creo que ésa es la epopeya de un país que siempre estuvo solo y le ganamos a todo, en familia, con sentimiento y estando en bloque. Sin saberlo igual. Eso es lo que emociona, porque ahora pensai ‘chuta, era tan simple, era tomar tecito, era mirar la tele, ver Sábados Gigantes, pero estábamos juntitos ahí’. Ellos creían que nos estaban domesticando, que nos habían ganado, que nos enseñaban secretos que a otros no, como dice la canción de Los Prisioneros, pero la gente sí se fue dando cuenta. Pero hoy estamos muy divididos, cuesta mucho llegar a creer, ya perdimos la confianza. Hoy día tenemos un 70% de abstención y las instituciones no funcionan como dijo Lagos. No sé po, en el Sename abusan de los niños que tiene que cuidar, la encuesta Casen dice que no hay pobres en Chile, es cosa de revisar a alguien y hay desfalco, están choreando, robando, falta plata. Ni los comunistas eran tan buenos como se decía, es cosa de ir a meterse al Arcis. La olla de grillos se destapó y nos dimos cuenta que todos nos transformamos en una manga de hueones egoístas, que queríamos ganar no más. El dinero reemplazó a todo, a la familia, las anécdotas, las historias de la abuelita. Todos quieren hacerla individualmente: ése es el resumen del país.
Es bastante notable que una producción en la TV chilena haya puesto tanta capacidad reflexiva en pantalla y con una calidad audiovisual reconocida ampliamente. Por eso mismo se criticó mucho la salida de Alberto Gesswein, sobretodo por el momento en que se dio, al comienzo de la última temporada. ¿Cómo la viviste tú y por qué era tan determinante su rol en lograr que Los 80 fueran lo que llegaron a ser?
Sin duda que Tito era una persona fundamental dentro de lo que fue la serie, defendió ciertas temáticas en el canal y todo. Pero yo ahí no tengo mucho que opinar de las decisiones del canal porque no sé bien por qué se dan esas cosas. Mi trabajo es más en el plató, en el estudio. Y yo me remitiría a eso, al trabajo que se ha hecho con Rodrigo Bazaes, con Boris Quercia. También cambió el lente que hacía Antonio Quercia y pasó a Andrés Garza. Creo que claramente fue una persona fundamental, pero como pasó casi al final y la cosa ya estaba andando, si hubiese sido en otro momento, en otras temporadas, hubiésemos resentido más su salida. Obviamente todos lo queremos, lo sentimos y lloramos su salida. Él es un capo, y obviamente donde esté va a hacer bien su trabajo, pero gracias a Dios la serie terminó bien y creo que tuvo un buen final.
¿Qué crees que fue lo que empujó a los ejecutivos del canal a tomar esa decisión?
No lo sé.... francamente no sé.
¿Cómo sientes que se trabaja hoy en día en la TV?
No sé cómo se trabaja en la televisión chilena, porque siempre es un desconcierto, siempre son modas las cosas que funcionan y es el dinero lo importante. Es una empresa que obviamente ya perdió el rol ese romántico de creer que la TV era para entretener, educar e informar. Eso ya no está, ya no es el canal de la Universidad de Chile, el canal de la Universidad Católica, ya no es el canal de todos chilenos. Todo es una empresa que tiene que rendir frutos económicos, y que tiene que marcar, y cuánto marcas es cuánto vales y eso es lo único que importa. Ahora, hay algunos casos que se destacan, como esta serie, Los Archivos del Cardenal, El Reemplazante, que son producciones nacionales. En la medida que se hagan más cosas tendremos una mejor industria, pero también hay muchas cosas que están dando en la televisión y que son pésimas. Aunque haya actores chilenos, no por esos son buenas.
¿Crees que es homologable, que se puede repetir el fenómeno que generó Los 80 tanto en las audiencias como socialmente?
No lo sé compadre. No hay fórmula aquí. Si fuera un 2+2, se hace de nuevo y se repite. Sin duda lo haríamos, pero son cosas que se van dando, y después el análisis te permite decir que había un guión -fundamental-; buenos actores –fundamental-; un buen director –fundamental-; una buena musicalización, un buen editor, una cabeza que era como un mascarón de proa que era el Tito (Alberto Gesswein) y que defendió ciertas temáticas, etc. Es como el Colo-Colo de Borghi, esas cosas se dan de repente, florecen y ojalá se vuelvan a dar y tenga yo la suerte volver a estar integrando un equipo tan pulento como ése.
¿Vas a extrañar, a echar mucho de menos a Exequiel Pacheco?
¡Sí, totalmente! Creo que todos quedamos como con un vacío existencial después de que terminamos de grabar la última escena. Es un silencio, que el eco de ese silencio se mantiene dentro de nuestros corazones. Yo creo que para todos, para la Tamara, el Daniel, ir a grabar era fundamental. Era como volver al colegio a estar con los amigos, nos tratábamos siempre con mucho cariño, y lo que estábamos haciendo lo defendíamos, cada escena la revisábamos para que el mensaje se entendiera clarísimo. Le sacábamos punta al lápiz todo el día.
Le pusimos mucho amor, mucho cariño. Y cuando nos dimos cuenta en el primer capítulo de la primera temporada, nos pusimos la mochila de la responsabilidad y dijimos tenemos que devolverle un espejo a la gente donde se refleje, donde se vea, donde pueda tomar conciencia y decir qué nos pasó, en qué nos convertimos, quiénes somos y para dónde vamos. Todas esas preguntas fundamentales tratamos de agarrarlas por las mechas y en algún momento, las logramos sujetar.
Así es la televisión y el arte, todo se disuelve, todos se transforma en humo y queda solamente en el recuerdo de los que la vieron. Pero contento de haber sido parte de eso. Cuando ando por la calle y la gente me dice gracias por lo que hicieron, que todos quisiéramos tener un tío como el Exequiel, un amigo en las buenas y en las malas, una familia en las buenas y en las malas, yo creo que lo que la gente añora es un país unido en las buenas y en las malas, pero lo ve con mucha nostalgia porque creo que cada vez nos estamos más alejando de eso.
¿Cómo lo hiciste para tomar con tanta naturalidad en tu personaje esa picardía tan característica de un personaje típico chileno que de alguna manera es Exequiel?
Ese personaje en resumen es mi papá. Cuando empezó la serie, (ambientada) en el año 82, yo tenía 10 años como el Lucas Escobar, y eso estaba en mi recuerdo. Lo primero que pedí era una chaqueta celeste porque así llegaba mi papá desde el trabajo, y cuando llegaba él era la alegría. Entonces recurrí a lo más cercano, y creo que es fundamental ir a lo que uno tiene más a mano. No hay que ir a buscar en Nueva York, a las películas o a otra parte. Como decía León Tolstoi, muestra tu aldea y serás universal. Creo que con esta serie se logró eso. Con poquito, menos es más y todas esas frases que suenan un poco a cliché, aquí se dieron. El Daniel con poquito, menos es más, muy preocupado… hacía cositas con los deditos, yo también llegaba con un pequeño baile, un pequeño gesto, una invitación a tomarse una chela, un abrazo. Creo que la gente echa de menos mucho eso, el darse un abrazo, caminar con un amigo, tirarse en un parque, en perder el tiempo. Hay añoranza de esa época en que los días duraban como 48 horas, mientras hoy se nos hacen tan cortos.