La cruzada contra la pobreza de la Alcaldesa Tohá

La cruzada contra la pobreza de la Alcaldesa Tohá

Por: El Desconcierto | 28.10.2014

Carolina-ToháEl arribismo odioso de la Alcaldesa de Santiago ha dado otro paso. Prohibir el tránsito de mendigos por la Plaza de Armas no puede sino ser considerado como otra muestra del desprecio de esta ex izquierdista por la gente pobre que se ve en la necesidad de salir a las calles por un poco de dinero.

Pero no ha sido lo único. Se podría pensar que la batida contra la mendicidad en la Plaza de Armas es para controlar a los indeseables que vestidos de mendigos buscan ganancias ilegítimas.

No. La aversión de Tohá en contra de los perdedores es algo que le viene desde muy adentro. Hace meses, y de una plumada, expulsó a la gente que se colgaba de las ferias libres de la comuna de Santiago, y que sin molestar a nadie, ofrecían sus productos.  Y para demostrar su increíble falta de tino, también ha amenazado con multar a aquellos que alimenten perros vagos.

Esta señora se ha propuesto terminar con la pobreza por la vía ridícula de prohibirla.

Sin embargo se la vio saludando a diestra y siniestra cuando necesitó los votos de los boquiabiertos que aún le creen, precisamente en esa ferias que luego hizo desparecer.

Tapar la pobreza para no verla y no hacer ningún esfuerzo por saber qué anda en  esa gente, en esas calles, es propio de los nuevos ricos y prepotentes que crió la Concertación y que nunca en sus cómodas vidas conocieron el rigor de la vida dura, de la pobreza, de la lucha por el sustento. Y de tanto codearse con quienes discursivamente eran sus enemigos, terminaron siendo peores que los que decían aborrecer

La alcaldesa se volvió momia con un poquito de poder entre sus manos. En breve, se tornó en una derechista con ropajes progresistas que no le vienen, que les quedan anchos, que no le lucen.

La señora Tohá es la estampa plastificada del otrora izquierdista al que se le anquilosaron los principios y se les olvidaron las historias. Y por eso comete el desatino de decidir  que esos andrajosos a los que no les llegan los promedios per capita, y que le afean la vista privilegiada de sus oficinas, no existen.

La señora Tohá es la estampa plastificada del otrora izquierdista al que se le anquilosaron los principios y se les olvidaron las historias. Y por eso comete el desatino de decidir  que esos andrajosos a los que no les llegan los promedios per capita, y que le afean la vista privilegiada de sus oficinas, no existen.

El neoliberalismo, que nunca ha sido una cosa etérea, de vez en cuando da muestras materiales y sorprendentes de su existencia, que si no fueran la demostración de la tremenda desgracia que sufre este país, moverían a risa.

Veamos no más a esas personas de apariencia normal que salen a las calles para exigir que la educación de sus hijos sea de pago.

Este país nunca se curó de los efectos de la tiranía. No tanto por el empeño que sus apólogos han hecho de su obra criminal y refundacional, sino cuanto más por el efecto malsano que ha hecho esa cultura para descubrir nuevos prepotentes que no habrían deslucido  sus galas en cargos de la tiranía.

El mecanismo por el cual toda una casta de políticos que denunciaron los excesos de la dictadura, incluidos muchos que fueron víctimas de sus políticas represivas, terminaron convencidos de los beneficios de su gestión, aún no es suficientemente investigado.

Hay algo extraño ahí.

Y eso que anda permite que autoridades que se promovieron como opuestos a todo autoritarismo, de espíritu progresista, provistos de discursos izquierdistas en algún  rincón de sus vidas, una vez que sienten en sus manos el sabor del poder, pasan a ser como sus otrora adversarios y terminan por hacer lo que antes les generaba un genuino respingar de nariz.

Quizás sea que la borra que deja el poder administrado por mucho tiempo les haya demostrado que el chungo requiere de una dosis importante de mano dura, tanto para su aprendizaje y disciplina, como para dejar en claro cómo se estructura el orden de las cosas en que no todos son los llamados a ser quienes mandan.

La impunidad ha exacerbado los niveles de autoritarismo que el poder necesariamente genera. Al final, de tanto intentar ser distintos llegaron a la solución fácil de ser como ellos, afirmando lo contrario.

Después de todo, no va a pasar nada, y la gente estúpida que los eligió volverá a agitar sus imágenes con caritas de buenas personas y a depositarle sus votos en la liturgia extraña en la cual se elije al mejor prepotente.