Todo huele mal en Mitópolis
He vuelto. Soy Diógenes Kyón y estuve un buen tiempo sin ladrar, olfateando por aquí y por allá los oscuros y peligrosos rincones de Mitópolis. Fue un periplo duro pero pedagógicamente útil. En la calle aprendes que lo más importante es la realidad y que ésta es la única verdad posible. El resto son tonteritas y jueguitos de villanos. Si alguien se interesa por ver la pobreza y la miseria, del otro lado de las estadísticas políticas y ministeriales, afuera de los ámbitos institucionales y académicos, colaterales a los profesionales del engaño, más allá del negocio de los promedios y las adivinanzas de los robertosmendeces, y sus pares en el comercio de la ilusión, lo mejor que puede hacer es caminar por la ciudad nocturna. Allí, la realidad es inevitable. Los resultados de la encuesta están a la vista. El hedor de la pobreza es ácido y seco; el de la riqueza es fétido y húmedo. A medianoche, la vieja urbe se parece más a sí misma que la falsedad matinal. La corrupción emerge ya en todos los barrios. Los indeseables de toda condición se han quitado las caretas y ya se muestran con todo descaro a quien quiera mirarles. Como anticipó genialmente el observador Santos: “da lo mismo el que labura noche y día como un buey; que el que vive de los otros, que el que mata, que el que cura, o está fuera de la ley; cualquiera es un señor, cualquiera es un ladrón; “ya sea cura, colchonero, rey de bastos, caradura o polizón”. Esa es una verdad incuestionable. Nunca más acertada la radiografía de la realidad social. Mis perros y yo somos privilegiados. Desde nuestro observatorio en la columna del ágora alcanzamos a ver hasta los extremos más borrosos de la aldea, más allá de los márgenes de la periferia urbana. Lo grave es que desde aquí, como desde los faldeos de la montaña, se ve todo tal cual es, y a todos tal cual son; y lo que se puede mirar, para ver, entre los jirones del esmog intelectual que se ha instalado en la ciudad moralmente derruida, no es aconsejable para puristas. Más grave, y peor aún, es la metafísica cotidiana.
Los mitopolitanos parecen no darse cuenta de que han sido abandonados por los dioses de la ciudad, y que andan por allí desprotegidos, expuestos a todos los virus que el terrorismo políticamente incorrecto planta día a día en la vida doméstica de la republiquita. Y ya que estamos, toquemos el tema del terrorismo. Tuve un deja vu que me dejó lelo, por utilizar un término en desuso. “Paro de camioneros” y “Aviso de bomba en el centro de Santiago”. “Racionamiento de dinero en los cajeros automáticos”. El kilo de salmón ahumado, en el Unimal, a $59.993. 60 lucas. La tercera parte de un salario mínimo. US$ 100 (dólares). Ni en París; ni en Barcelona; ni en Londres, por mencionar tres ciudades en extremo caras . Eso y las amenazantes declaraciones de unos dirigentes de organizaciones de empresarios, y la descarada aplicación confusionista de unos diputados de la neo-mediocridad que atacan hipócritamente a la presidencia de la Nación. Un aparato que mete ruido colocado –y que afectó a unas personas, es cierto- en un basurero de un centro comercial cercano a la Escuela Militar, se transforma, para la prensa escandalosa y para los tontos de siempre, en “una bomba en la Escuela Militar”. No es lo mismo. Ni siquiera parecido. No hubo tal bomba en la Escuela Militar. Esa prensa –segunda, tercera, cuarta- miente, quizás dirigida por los estrategas fácticos a quienes les interesa que la opinión pública, si es que existe alguna, monte su propio espectáculo escandaloso y se atreva a exigir explicaciones. Nadie cita a declarar a los cronistas. Nadie les pregunta de dónde sacaron la “información” que sacaron. Si alguien lo hiciera sería acusado de inmediato de fomentar la censura y violar la libertad de prensa. ¿Y quienes son los dueños de la prensa intocable? El señor Embarrador en la República Oriental tiene toda la razón, pero como no tiene la fuerza (que ya sabemos quiénes son los que la tienen), tiene que venir el fin de semana, conversar con quien tiene que hacerlo y después volver. Eso sí, el embajador parece no saber que en Mitópolis, nos hay peor derechista que un ex izquierdista. Él mismo ha sido desautorizado por algunos de sus ex camaradas que hoy aparecen como comparsas de los viejos golpistas de la derecha.
Los comunistas de hoy ya no son lo que fueron. Están perplejos. ¿En qué creerá un comunista hoy? Los canes que quedan, sobrevivientes de un pasado que en Mitópolis parece no haber existido, se retractan tímidamente con la cola entre las patas. Los derechistas siguen siendo los mismos, los que nunca saben nada de nada de lo que están haciendo. Es posible que el audaz embajador no haya debido recordarles a los desmemoriados sus pasados, es cierto; es, en los tiempos que corren, algo políticamente incorrecto. También lo es que el episodio haya servido para demostrarles a los tontos útiles de siempre que no basta con rezar y que si bien por la boca muere el pez, a veces el refrán no aplica. Muchas voces subieron de tono para exigir la dimisión del señor embajador, pero no obtuvieron nada. Él no los representa a ellos sino al Estado, a la Nación. Así que no tienen derecho a exigir nada. Y los otros implicados, los así llamados empresarios, qué ¿acaso son inocentes de sus pasados? ¿Es que no fueron ellos los que orquestaron los hechos del siglo pasado?
Hoy tienen como representante a un pintoresco señor con apellido de instrumento de tortura, elevado a una incierta santidad. Él, en tono amenazante y advertidor, dice cosas que a todos les parecen normales, sensatas, fieles a su consistencia. Sospechosamente, nadie se escandaliza. Pues bien, sí, él es representante legítimo, cabe reconocerlo, de ese empresariado que habría sido ofendido. Él es la cara viva y dura que representa gremialmente a los empresarios de La Polar; a los de los pollos coludidos; a los de las farmacias coludidas; a los de los cerdos que se malcrían en Freirina; a los subvencionados del Transantiago; a los privados de la Soquimich; a los pillos de las cascadas; a los camioneros; a los de los canales de televisión que echan a sus empleados en huelga; a los de los supermercados que especulan con sus tasas de interés; a los de los empresarios que obligan a sus trabajadores a trabajar catorce y quince horas diarias, pero que les pagan por sólo ocho; a los de los de Johnson´s; a los banqueros de la mafia Penta, a los de la educación subvencionada, a los de MetroGas, a los de las isapres, etc., para qué seguir, en fin, a los enemigos directos de los mitopolitanos y sus miríadas de ejecutivos y funcionarios sirvientes del sistema que apoya el desempleo, la inestabilidad y el desencanto. El señor de la Santa Cruz, que obvio no es el otro, sino el mismo que llegado el caso lo habría mandado crucificar sin asco, es el representante de los especuladores financieros y de la ya reconocida mafia empresaria, tanto como todas las mafias del planeta que el planeta sabe son todos de derecha. Con él van de la mano los agitadores desbocados del brazo político que se ha reactivado, todos convenientemente escandalizados. En ese manada, confundidos, los adoloridos protectores del cura irlandés, líder de los Empresarios de Cristo (¡dejen que las niñitas vengan a mí!), que junto con Karadima, Cox, Errázuriz, Precht, y otros pinganillas manilargos y manisueltos, han sido premiados, para su duro castigo, con la Roma eterna. Y es que la crisis de Mitópolis no es ni de ideas (aunque también lo sea, y muy grave), ni financiera (que no lo es, porque tienen la plata en otros paraísos más terrenales que este), sino moral, ética.
Si durante algo más de cien años la sociedad democrática que regía antes de Mitópolis, digamos en los períodos de normalidad entre las asonadas militares, los golpes de estado y las guerras civiles, que no fueron pocos en las épocas de la formación política del Estado y de la Nación, es decir en tiempos de las Repúblicas conservadora y liberal, regidas por las constituciones de 1833 y de 1925, se puso especial empeño en hacer relucir y resplandecer la palabra imperiosa del “tú debes”, los herederos de tales empeños que querían celebrar solemnemente el obstáculo moral y la áspera exigencia de superarse sacralizando las virtudes privadas y públicas, exaltando los valores de abnegación e interés puro, fueron desbancados por la nueva dinámica. El Systema y el Modelo, instalados perentoriamente por la Constitución de 1980, que formalizó el origen y la incrustación de Mitópolis, lo echaron por tierra. Hoy día, hace ya 25 años que reinstalada la neo-democracia, tras las gobernanzas del continuismo y el experimento en marcha de la Nueva Pillería, hemos entrado de lleno en el período posmoralista de las democracias. El sociólogo argentino Enrique Santos, ya lo expuso en un texto histórico: “Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio, chorro, generoso o estafador. No hay aplazados ni escalafón; lo mismo un burro que un gran profesor. No pienses más, siéntate a un lado, los inmorales nos han igualado”. En Mitópolis, descuidados e ingenuos mitopolitanos, la neo-mediocridad ha llegado para quedarse. Enrique Santos tenía razón. Si usted es inteligente o medio inteligente, está perdido. Si habla bien, si ha leído más de tres libros, si sabe algo de lo que sucede en el mundo, si tiene atisbos de sensibilidad, si tiene de vez en cuando buenas ideas y si sus ambiciones, que es justo que las tenga, exceden los mínimos tolerables por los micifuces ubicados en puntos estratégicos, debo advertirle, está perdido. Mitópolis exige hoy la adhesión de los que nada saben, y que es conveniente que nada sepan, y que si ni chistan, ni se oponen, ni dicen ésta boca es mía, serán premiados.
Para ellos, habrá sitiales de diputados y senadores; asumirán como dirigentes estudiantiles y conductores políticos; serán llamados a ser funcionarios en el Estado, en canales de televisión y en medios de comunicación. Se les abrirán las puertas de todas las cuevas de los Alí Babá en vías de desarrollo; les llamarán de los institutos para-académicos, los “estanques para pensar”, pagados por las platas oscuras, y se les asegurará los títulos profesionales que sus probadas lealtades merezcan. Todo eso vale plata. Y si no la tiene, alguien pagará por ello y después, en unos añitos más, le llamarán para cobrarle, tal como se hace con los ambiciosos que quieren ser políticos pero que son pobres. ”No te preocupes, le dicen, yo me pongo contigo sin que tú lo sepas. Después, cuando seas elegido, quedamos al cateo de la laucha y en el momento que necesite tu aporte, te llamo. Y no te preocupes de nada porque esta es una práctica que venimos haciendo ya decenas y decenas de años y sabemos cómo se hace. No te metas ni con los diarios ni con el comercio de las campañas para políticos. Ellos elevan sus precios en cinco, seis veces, y se hacen pagar los espacios a precios de especulación mediática. Hay expertos para eso. Tú, ni te muevas de tu escritorio. Todo te llegará. Lo que paga tu campaña y los residuos que entibiarán tus bolsillos por un largo tiempo. Lo único que no debes olvidar jamás, es quién a quien perteneces, quien es tu dueño”.