Carmen Hertz a 16 años de la detención de Pinochet en Londres: “Aceleró la transición”
¿Cuál fue su reacción en los primeros momentos en que se entera de la detención de Pinochet en Londres?
Ese día yo estaba en la Asamblea General de Naciones Unidas, participando de los trabajos de la tercera comisión que ve los asuntos jurídicos en materia de derecho internacional. Mi primera reacción fue de gran satisfacción, porque nosotros, los que correspondíamos al sector social que fue perseguido y exterminado por Pinochet, y además que era defensora de los perseguidos políticos como abogado de la Vicaría, habíamos apostado siempre a la jurisdicción universal que tienen los crímenes de lesa humanidad, que es uno de los logros que la sociedad civilizada ha obtenido. Es decir, que estos crímenes son enjuiciables en cualquier Estado y es obligación de ellos perseguirlos.
En definitiva se trata de crímenes que afectan no solo a las víctimas que padecieron estos delitos, y ni siquiera sólo a los Estados, sino que la idea que hay detrás es de la paz y seguridad mundial. Por eso son perseguibles como lo han sido los crímenes de los nazis, y en conformidad a eso hay una serie de normas que crean el Tribunal Penal Internacional.
¿Era totalmente inesperada por los organismos de derechos humanos?
Bueno, había un juicio contra Pinochet y los miembros de la Junta de Gobierno en España. Yo era parte de ese juicio, por los crímenes de la Caravana de la Muerte. Y claro, era inesperado porque estábamos finalizando la década de los noventa y lo único que teníamos era un clima de impunidad generalizado. No sólo la impunidad obvia que estableció la dictadura, sino la que se trató de instalar toda esa década por los gobiernos de la Concertación, que intentaron varias maniobras de que gracias a esto no prosperaron.
Como parte del mundo de los DD.HH, por cierto que era inesperada la detención. Pinochet había salido en el más absoluto secreto, y digamos que el hecho que el ministerio del Interior británico diera curso a la orden de captura fue una sorpresa. Cuando se supo que viajaba a Europa, primero solicitó visa en Francia porque le gustaba mucho la tumba de Napoleón, pero se la denegaron. Como no pudo ingresar a Francia, vino la urgencia médica por una hernia discal, y aunque se internó en el The Clinic en el más absoluto secreto, la gente de derechos humanos en Londres supo de de presencia, y después de avisarle al juez Garzón, en 24 horas estaba detenido.
¿Cómo evalúa el rol que le tocó a algunas organizaciones de DD.HH, entre ellas Amnistía Internacional, que alertaba a los países de que Pinochet viajaba a Europa, específicamente a Inglaterra, y los exhortaba a dar cumplimento la Convención contra la Tortura?
Sí, eso pasó pero cuando Pinochet ya estaba detenido. La información se manejó en forma muy rápida y discreta, y cuando se le informó a Garzón, en una hora emanó la orden de detención que después cursó el Home Office en Inglaterra. A Pinochet lo detuvieron a las 4 de la madrugada en Londres.
¿Cómo evaluó la respuesta del Gobierno?
Yo en ese momento era la directora jurídica de la Cancillería, por eso estaba en Nueva York. Cuando volví a los pocos días, me di cuenta de que el Gobierno chileno estaba desconociendo la jurisdicción universal y apostaba por traer a Pinochet de vuelta. Yo renuncié y fue la única funcionaria pública que lo hizo. Lo hice con fecha 31 de octubre.
Esta concepción de la jurisdicción universal se pudo aplicar por primera vez con la detención de Pinochet, pero nunca más se ha utilizado en casos como éste.
Bueno, que en el caso de un dictador detenido fue el primer caso. Por supuesto que los dictadores después de eso se cuidaron mucho. Ese mismo año se creó el Tribunal Penal Internacional, y eso permitió que los Vladic y Milosevic, todos los genocidas serbios fueran llevados ante ese tribunal. Claro, las limitaciones eran que no era retroactivo. Pero sin dudas fue un triunfo del movimiento de DD.HH.
El haber lo logrado lo de Pinochet fue un triunfo también del movimiento de derechos humanos, en el cual los chilenos jugaron un papel fundamental, porque los antecedentes de los que se nutrió Baltazar Garzón salieron de acá. Estaban todos sistematizados, evidenciados y documentados.
Además eso significó que cuando lo trajeron luego de 503 días preso, en marzo del 2000, nosotros apenas supimos que venía en vuelo hicimos la petición de desafuero por los crímenes de la Caravana de la Muerte. El Gobierno lo trajo después de ese lobby atroz, y después de haber perdido ante la Cámara de los Lores, que dijo que Pinochet no tenía inmunidad diplomática, y que debía ser extraditado a España por ser un criminal de lesa humanidad. Lo dijeron en dos resoluciones, y la primera la cuestionaron porque la mujer de uno de los lores había asistido a una comida de Amnistía Internacional. A ese nivel llegaron las presiones. Eso hay que recordarlo, porque eso significaba que Pinochet se quedaba para siempre en Europa, porque iba a haber un peloteo de recursos, y nosotros apostábamos por la justicia internacional porque sabíamos que acá los poderes fácticos iban a desplegar todo lo que pudieran para impedir que Pinochet fuera juzgado.
Esto produjo un cambio en el poder judicial chileno, fue un punto de inflexión, y comienza un nuevo derrotero. Ahí aparece el juez Guzmán, y se pide el desafuero en un fallo histórico de la Corte de Apelaciones y la Corte Suprema. Al final Pinochet se hizo el loco, cosa que era absolutamente falsa, para no afrontar un proceso judicial. Y lo desaforaron por varias causas más, por la Operación Cóndor y por el Caso Riggs, y claro, murió sin pisar una cárcel, pero murió hecho una ruina moral y un cadáver político.
Esa fue la gran deuda.
Claro, no pisó la cárcel porque las presiones fueron inmensas. Aunque era el año 2000, las presiones cuando pedí el desafuero ante el juez Guzmán, primero para que no lo concediera, y después sobre la Corte para que tampoco lo aprobara, y después sobre el juez para que no lo procesara, eran enormes.
El clima que había en Chile en ese momento era de total impunidad. Los pactos que en definitiva quedaron en evidencia de parte de la Concertación eran evidentes. Sobre todo lo reveló la detención de Pinchet en Londres. Y entonces cuando logramos su desafuero primero por la Caravana y después por otros crímenes, lo hicimos al margen de la clase política, al margen del Gobierno. Las únicas excepciones no se alcanzan a contar ni con los dedos de una mano. Juan Bustos -que fue abogado querellante y una bellísima persona-, Isabel Allende, Juan Pablo Letelier, Sergio Aguiló, Jaime Naranjo y pare de contar. Eso es para reflexionarlo.
En Chile se generó un ambiente durísimo porque la derecha salió a protestar ante las embajadas, quemaron banderas, llamaron al boicot. Fue algo muy histérico. Sin la detención, ¿la imagen de Pinochet hubiese sido muy distinta a la de hoy considerando que era muy difícil que se le juzgara en Chile?
La reacción de la derecha fue histérica y frenética. La imagen de Pinochet, internacionalmente no hubiese sido distinta, porque ya estaba inscrito en la historia universal de la infamia. En el imaginario colectivo, sobre todo el europeo, Pinochet era el equivalente a Hitler. Aquí, internamente, sin duda que significó primero que nada acelerar la transición, sino todavía estaríamos en esa transición eterna, llena de pactos, de consensos con los poderes hegemónicos, una cosa atroz. Probablemente se habría demorado una década más. Creo que la detención de Pinochet la aceleró porque evidenció los pactos que había, pactos tácitos de impunidad.
Una misma, en la calle, se daba cuenta de que si bien la gente, por el temor de esta cosa tan traumática que se vivió, no evidenciaba su apoyo al desafuero y a que Pinochet fuera juzgado, teníamos todas las demostraciones de afecto que te puedas imaginar. A mí me sucedieron cosas increíbles. Iba por la calle y la gente me abrazaba, me tocaba, me miraban. Estaba en la fila del banco y el cajero te llamaba y me decía ‘señora Carmen, la voy a atender a usted’. Los mozos, en los restorantes, yo pedía un jugo natural de chirimoya y me traían dos. Lo juro. Eso evidenció un apoyo del ciudadano de a pie. Lo artificial era imponer la impunidad y el olvido, pero eso sí que era imposible.