Un comentario a “Vanguardistas, críticos y experimentales” de Federico Galende

Un comentario a “Vanguardistas, críticos y experimentales” de Federico Galende

Por: El Desconcierto | 19.09.2014

En la historiografía crítica de las artes visuales en Chile ha predominado el siguiente corte temporal: un primer momento considerado el de la vanguardia estético-política; un segundo momento que tendría vínculo con la neovanguardia o la experimentación artística; y finalmente la política del arte-FONDART o el arte al amparo de cierta institucionalidad oficialista. En otras palabras, los años 60 hasta el golpe de estado; la Dictadura; y el fomento neoliberal en tiempos de la concertación. Aunque habría que puntualizar lo siguiente: sigue siendo poco definible el tercer momento, quedando siempre en una especie de tercer género en el cual los otros dos son llevados a una comparecencia más de corte discursivo que realmente enfocado en prácticas artísticas. En ese sentido aquel momento podría ser graficado bajo el signo de la postdictadura, sobre todo pensado como momento de cierta crítica disidente, tanto con el período de la vanguardia como también con un resabio de la neovanguardia y su complicidad estructural con el corte fundacional de la Dictadura (Thayer).

galendeFederico Galende en “Vanguardistas, críticos y experimentales” viene a engrosar nuevamente el corte que señalábamos, pues se trataría sólo de esos dos momentos (1960-1990) así como hace seis años atrás fue Miguel Valderrama, en su Modernismos historiográficos, donde la definición a los modernismos artísticos en Chile pasó por establecer una inclinación hacia lo utópico (vanguardia pre-Golpe) como hacia lo luctuoso (vanguardia post-golpe). Basta con seguir revisando el canon crítico de las artes visuales para percatarse de manera rápida que el período que comprende los 90 hasta nuestros días están marcadas por una revisión, por una especie de fomento discursivo-crítico, que puede tener dos aristas bien establecidas: por un lado una arista crítico disidente, así como por otro lado, un vector más patrimonial, en el sentido de hacer el archivo de las artes visuales chilena. Ambos polos pueden sencillamente convivir, en otros casos algunas firmas pueden pasar de una al otro polo sin ningún tipo de problema.

Sin duda que la escena de escritura en torno a las artes visuales de los 70/80 fundó una impronta, y que por lo mismo el acontecimiento del golpe de estado sigue siendo la bisagra de esta discusión hasta nuestros días. Esta escena trató a grandes rasgos de crear un devenir-obra de los textos, y hacer de las obras un devenir-texto ilimitado. La discusión si por ejemplo Márgenes e instituciones de Nelly Richard es un devenir-obra, al igual que otros textos de la autora, como Cuerpo correccional o La cita amorosa, el libro de Federico Galende no toma partido tan directamente, a diferencia de Miguel Valderrama que ha insistido en que un modernismo luctuoso atraviesa tanto la producción textual como visual de los años de la Dictadura. Pareciera que Vanguardistas, críticos y experimentales trata de instalarse en un pliegue de ese diferendo. Pretende devenir-obra, o para el caso del léxico que Galende propone, es un libro experimental, esto quiere decir entender que la teoría (no la crítica) sobre las prácticas visuales elimina, o al menos indiferencia, la intencionalidad teórica (y digamos que tradicionalmente filosófica) de capturar el acontecimiento artístico objetivándolo. Lo de Galende en este libro pasa por realizar un trabajo teórico en el cual cierta experimentación sea puesta en juego. No sólo por burlar el recurso académico-teórico de las referencias bibliográficas a pie de página o en su costado, que tanto la herencia francesa como así también el nefasto sistema APA, han permeado las subjetividades críticas teóricas en los últimos diez años en Chile. No solo por eso, decíamos, sino que más fuertemente en cómo el libro se despliega a partir de un archivo de la visualidad local que a veces pareciera ser una gran ficción que Galende provoca pero a la vez siempre remitido a un horizonte histórico-político del cual todos tenemos algún grado de experiencia puesta allí. Para ocupar un nombre que el mismo autor acuñó en unos libros anteriores, Vanguardistas, críticos y experimentales es una gran “filtración” por donde toda la escena y el campo de las artes visuales pasa arrastrando todo a su haber. O al menos llevando consigo cierta parte importante de la historia reciente de este país.

Sin embargo, convengamos es que esta filtración está, a lo menos, dirigida, pues parte importante del libro tiende a abrir el espectro de firmas y obras que han organizado la discusión en torno a las artes visuales, por ejemplo se podría señalar que el papel que juega en el comienzo del libro Roberto Matta es clave. Ya que acá se orquesta una política de la contraposición, entre una firma oficial de la escena con otra que está en un borde, a Matta se le trae a escena para confrontarlo al pintor más importante del período de la vanguardia, es decir, José Balmes. Pues, como es sabido, Matta siempre ha estado un poco al borde del canon de la visualidad local que se ha esgrimido en los últimos treinta o veinte años, lo que Galende ahí justamente nos sugiere son las razones por las cuales el pintor ha sido un excéntrico en aquella historia. Así también cierta confrontación que aparece entre Enrique Lihn y Patricio Marchant, como también entre Roberto Bolaño y Diamela Eltit, donde comparecen, tanto Lihn como Bolaño, en ser escritores que fueron críticos o distantes ante la escena de dictadura, por sobre todo en diferenciarse en el tono luctuoso o catastrófico de toda esa escena. Esto es algo que marca el libro, ya que la idea de Galende es tensionar el archivo de la visualidad local pero utilizándolo desde fuentes de primera mano. No es casualidad que la experiencia que uno tiene con este libro sea la de estar constantemente advertido que el material que está desplazado proviene de las conversaciones que el autor realizó con todo el campo de las artes visuales para Filtraciones. Conversaciones sobre arte en Chile. Es un material de primera mano, como decíamos, que hace chocar con aquel otro material que naufragó por fuera de la escena, y uno tiende a creer en una primera lectura del libro, que es con ese material donde el autor se inclina mayormente.

Esta inclinación está acompañada de otro injerto, pero esta vez más que de obras o firmas locales, provienen de un marco teórico con el cual Galende entra a discutir de lleno contra las premisas básicas de la escena crítica local. Porque habría que señalar que este libro no es una historia de las artes visuales, podría ser una narrativa, pero ahí donde la narrativa no pretende encontrar una verdad, sino que está del lado más bien de una ficción, ahí donde ella crea de cierta manera el acontecimiento histórico. Como se sabrá, esta locución proviene de Jacques Rancière, filósofo que cruza en varios pasajes el libro y que corona la verdadera tesis que se pretende instalar. Esta sería, a grandes rasgos, un desplazamiento en el eje crítico y teórico que ha imperado en Chile en los últimos veinte o treinta años. Eje que ha visto en las figuras de la desolación (Marchant), la catástrofe (Valderrama), la pérdida del sentido (Richard) y el acontecimiento (Thayer) un lugar de posicionamiento crítico, o quizás, para Galende, de la mano de Rancière, éste siempre fue un lugar por excelencia crítico e ilustrado a la vez. La tesis que señalaba proviene de ese otro acontecimiento que sería el del 2011, donde el presupuesto igualitario y emancipatorio se habría instalado en Chile. Podríamos argüir que Galende encuentra en Rancière aquello que siempre su escritura buscó: un lugar para discutir las filosofías o teorías del fin o de lo post. Me parece que habría que hacerse al menos dos preguntas ante esta posición, donde una corresponde a la otra.

Si comenzamos advirtiendo que existe un corte temporal en la historiografía-crítica de las artes visuales, que funciona en tres momentos, existe una tentación en señalar que lo que este libro se propone es instalar un cuarto o a lo menos desestabilizar el tercero. ¿Pues no habrá en el gesto de Vanguardistas, críticos y experimentales un intento de superación, o para usar un término más de cuño rancieriano, una desconfiguración del programa crítico local? En principio esto no es un problema exclusivamente teórico sino que totalmente histórico-político si se quiere, por sobre todo si lo que sirve de telón de fondo a este desplazamiento, al menos su lugar de justificación, son las movilizaciones sociales del 2011 (que también es a nivel planetario, Galende lo señala, el 2011 chileno está en sintonía con muchos otros acontecimientos globales). Problemático al menos, ya que de forma evidente, más allá de un entusiasmo kantiano, estamos por estos días viendo que al final sólo fue una irrupción que desacomodó cierto estado de cosas, pero que rápidamente han sido vueltas a su estado catastrófico habitual. A la luz de los recientes acontecimientos políticos en Chile podríamos decir que no existe gobierno posible, ni movimiento social posible, ni mucho menos un presupuesto-igualitario posible, que pueda arrancar de raíz al neoliberalismo que hace cuarenta años se instaló en Chile. Un dato mínimo es ver que los servicios de inteligencia del Estado-neoliberal en verdad nunca se han ido, sigue siendo el miedo, la seguridad y el control la regla, en un país que nunca ha abandonado realmente la Dictadura y donde la firma de Pinochet está inscrita en los cuerpos, en las calles y en el aire que respiramos. Aun a riesgo de equivocarnos, y pese a éste mínimo comentario, se debe celebrar el libro de Federico Galende, que brindará muchas futuras lecturas, junto a como reza la última frase de él: “Es el comienzo de un nuevo comienzo”.