Un gato que quiere ser liebre: crítica sobre Alberto Mayol y su libro “El derrumbe del modelo”
Tratando de investigar sobre el movimiento estudiantil, le pregunté al profe, casi accidentalmente, qué pensaba de lo que quería hacer. Se mostró amable y me invitó a conversar más largamente en una reunión. El profe era Alberto Mayol, actualmente a cargo de un curso de Filosofía de las Ciencias para los mechones de Antropología. Como la formación que tenemos los sociólogos de la Chile en ambas materias es nefasta, pensé que me vendría bien.
Sentía curiosidad por Mayol. Pensaba que tanta puteada no debía ser gratuita, pero no encontraba que hablara tonteras cuando mi mamá lo veía en Mentiras Verdaderas, junto a Pamela Jiles. También cachaba que precisamente la gente que me caía peor políticamente (dentro de los que no somos giles, aclaro), eran quienes más lo puteaban. Un atractivo no menor viniendo de esos chiquillos, tan tiernos.
Por otro lado, no me eran indiferentes sus resultados comerciales. En el mismo canal en que Salfate habla del fin del mundo, él mostraba el discurso en su versión más higiénica y científica: del día de la independencia al derrumbe del modelo bastaba sólo un poco de capital cultural institucionalizado, una pizca de revuelta estudiantil y paf!, la posibilidad de que ese poco de gente reunida hirviera como un apocalipsis seguía subiendo el rating. Aplaudido a la vez por tímidos estudiantes y millonarios empresarios, lograba algo que no se ve tan seguido: legitimidad social desde los medios de comunicación, casi totalmente mercantilizados.
Porque La red o Chilevisión, un foro universitario o la ENADE, El Ciudadano o El Mostrador, transversalmente todos podrían ser una buena vitrina para el sociólogo, mimado por la secreta calentura que provocaba en el chileno y la chilena promedio la rebeldía del joven intelectual cuico. En el país de las culpas, en el que conciliar los placeres y los deberes es casi una afrenta, había surgido el Marcelo Lagos de los temblores sociales. Paralelamente, el modelo, en las antípodas del derrumbe, funcionaba tras los escenarios como una engrasada maquinita industrial, transformando en una operación casi alquímica las palabras por avisos publicitarios.
Si la curiosidad mató al gato, al menos descansó en paz. Tomando un criterio poco arbitral y ayudado por el azar (absolutamente de mi lado el último tiempo) tomé partido prematuramente a su favor al decidir leer el libro. No por nada mi padre lo tenía. El modelo se derrumbaba y había que actualizarse en esto de ser de izquierda, con la Concertación se les había olvidado, 25 años no pasan en vano. Lo leí rápidamente el fin de semana gracias a que el autor dejó el ego narciso de lado –muy raro en sociología- y priorizó el comunicar por sobre el engrandecerse. Los agradecimientos por la humildad son proporcionales a la escasa vocación social de la academia, que perdida en la competencia por un timbre de acreditación internacional, se olvida completamente de cuál debería ser su rol (menos mal que la despolitización es un problema de Chile y no de ellos).
El anterior es un gran primer punto a favor que comparte con Gabriel Salazar, coincidentemente igual de repudiado por los paladines del rigor científico del departamento de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile. He visto estudiantes y académicos fundidos en una autocomplaciente cópula republicana, eyaculando caras de asco al sólo escuchar un comentario favorable hacia ellos. ¿Qué tiene en común Emanuelle Barozet[i] con la ultraizquierda de la universidad[ii]? Su profundo conservadurismo ilustrado expresado en el desprecio a ambos autores. El querer comunicar a costa de perder precisión conceptual es un pecado que a ambos les eriza los pelos. Esa es una de las razones por las cuales Mayol actualmente está fuera del departamento de Sociología de la universidad, comunidad que no hizo más que institucionalizar el desprecio que le hacía sentir.
Entrando en la lectura, mi observación ya era intencionada. El pretencioso título obliga a posicionarse a cualquiera que tenga las sensibilidades a la contra diestra. Como en mis frecuentes caminatas por Santiago todo parece perfectamente firme y no he sentido el ruido que provocaría la caída de algo tan masivo como “El modelo” (¿se debería sentir más que un temblorcito, o no?), tenía fundadas sospechas sobre la esperanzadora firma.
El libro parte con el prólogo de Matías Marambio llamado “Crónica de un intruso en la ENADE”, utilizando (y mal) uno de los peores clichés de la prensa contemporánea. Para defender la hipótesis Mayol sabía que le podía venir bien el periodismo, ese extraño firmamento entre la literatura y la objetividad. Al terminarlo, el débil golpe no hace mella en el lector, que puede seguir tan incrédulo como antes acerca del significado de un sociólogo de élite diciéndoles a los amigos de su papá que el aire no estaba tan relajado. En definitiva, un insulso relato que no logra recrear el aura épica que el autor esperaba que saliera del libro al leer su primera edición en el año 2050.
Posteriormente, cabe destacar del prólogo una frase entre paréntesis, puesto que ahí se ubica hipótesis central del libro y a la vez, su desacierto menos elegante- . Dice “el fracaso de legitimidad del modelo arrastraba a la clase política y al ciclo político actual de Chile (lo que terminaba con la transición política y nos llevaba a la transición social)” Por su parte ¿qué nos dice la ciencia social hoy? el sistema político presenta indicadores significadores de falta de legitimidad, sí; el ciclo político actual de Chile está terminando, muy probablemente; chile se inserta en un proceso de transición social en contra de las lógicas neoliberales instaladas durante 40 años: definitivamente incierto. Tan cautelosa como siempre, sólo demuestra lo que se ha vuelto evidente en cada jornada de marcha, mensualmente en la encuesta de la adimark, cotidianamente en el lenguaje: simplemente hay una grieta y se tiene que tapar.
El primer capítulo reza “No al lucro”, al igual que uno de sus libros siguientes. El tema lo obsesiona, parece creer que desde ahí pueden estar varias de las explicaciones al estallido social. Sin embargo, bastaron tres palabras para iniciar la lectura desde la desconfianza. Si bien era a modo de ejemplo, el análisis de la coyuntura política más importante de las últimas dos décadas empezaba desde “Un observador externo…”, frase que me recordó de inmediato al “ceteris paribus”, abundante en los manuales de economía que nos enseñan a los universitarios. Lo usó para explicar la reacción de la elite el 2011, quien definitivamente no mira desde afuera, por muy sorprendida que parezca. Partimos definitivamente con el pie izquierdo.
La prolijidad con que se mueve entre sus gráficos es proporcional a la falta de contundencia en la argumentación. Por más que pasan las páginas y uno se adentra en la interrumpida lectura, parece que a veces se pierde el rumbo. El escribir sobre la marcha trae sus consecuencias y la explicación social se pierde bajo las columnas que operacionalizan este libro, que también pudo llamarse 2011. Entre índices que graficaban el malestar, los mismos que asustaron a una oligarquía que sabe más de gráficos que de sociología, trataba de igualar en una ecuación confusa la idea de malestar con la de crisis.
Es en ese intento donde el libro muestra los dos filos más agudos de su espada. Por un lado, el combo bajo desde el discurso científico a un país de instituciones solidificadas sobre ese mismo principio. Por otro, el riesgo de dejar demasiados cabos sueltos, realizando implicancias que no eran más que un gato tratando de pasar por liebre , cambiando crisis por caídas, aferrándose a las más mínimas condiciones (a ratos parece un ardid) para poder sostener el ataque desde la ciencia.
Porque si el libro se hubiera llamado “La crisis del sistema político chileno”, podría perfectamente haber aspirado a convertirse en un notable ensayo sociológico. Él mismo reconoce que sólo su intención es decir “que se acaba este modelo, la arquitectura específica en la que hoy habitamos…”. La aclaración es importantísima puesto que asume el fin del modelo a partir de un mínimo cambio en su estructura. Nuevamente queda develada la lógica del sensacionalismo en la armadura en que pretenden convertirse las 160 páginas, propiciando un golpe certero al corazón de su mayor apuesta política. Incluso fue menos arriesgado Salazar al decir que hubo una coyuntura pre- revolucionaria, en tanto esta puede o no convertirse en tal y su juicio puede seguir siendo defendido. Alberto definitivamente tiene menos espacios que el historiador, la defensa podría parecerse a una mala mentira.
Mayol se mueve con una seguridad que impresiona, como si olvidara intencionalmente que la capacidad histórica de adaptación del mercado ha sido sorprendente. ¿Cuántas veces en la historia él nos ha aplastado desde las cuerdas, estando ahora todavía muy lejos de ahí? ¿Por qué el malestar no podría solucionarse con un esbozo de redistribución y un mercado levemente menos agresivo? El equilibrio se acomodaría un poco a la izquierda, pero para esos cuentos mejor traigan a la DC; a civiles y militares; a empresarios y trabajadores, por la unidad del nuevo Chile. Esa historia ya se la cantaron a nuestros padres, no podemos ser tan ingenuos.
Pero no sólo falla en el análisis histórico, sino que también en la contingencia. Gran parte de sus críticas, al igual que Salazar, sólo son sostenibles desde la deducción, pero insostenibles en la cotidianidad. Cualquiera con un poco de calle sabe que la despolitización provocada durante 40 años no ha sido políticamente energética y de hecho, un ejemplo gráfico es que nadie que no sea universitario o de izquierda sabe que hay algo así como un modelo que se está derrumbando. A lo más las casas gotean, qué símbolo más claro de crisis y solamente crisis, no de desplome. Todavía la nueva mayoría puede cambiar el pizarreño y hacer que sólo nos caguemos de frío (mejor que estar mojados, sostendría el PC).
Pero que no se preocupe Alberto, para su suerte el gran Carlos Caszely –no por nada él- ya había dicho que no tenía por qué estar de acuerdo con lo que pensaba, otorgando a Chile la tan castigada posibilidad de equivocarse. Son los inevitables costos de querer hacer jugar a la ciencia con el lenguaje, cuando todavía se cree que con estas cosas se puede jugar a los experimentos de laboratorio, mirándola realidad con lentes, como un científico en una sala en la USACH viendo pasar sus ratones por la Alameda.
Para finalizar, un comentario. En el curso que les mencioné, Alberto da bastante importancia a Wittgenstein, creador de las tablas de verdad. En ellas, la lógica declara como verdadera la operación en que desde una premisa falsa se llega a una proposición verdadera. En chileno, si desde un cueazo se acierta, mejor digamos que es cierto. Mayol sabiendo eso hizo una apuesta, precisamente un desafío a la ciencia y a la historia. Leyó su cartilla Xperto y en el partido del modelo contra el derrumbe, local pagaba poco a ganador. El riesgo del ridículo era menor, a lo sumo perdía su pega en la Chile. Por el bien de la política, espero que más temprano que tarde cobre su vale en la Polla Gol. Yo mañana parto a apostar.
[i] Profesora del departamento de Sociología de la Universidad de Chile. En sus clases plantea que las ciencias sociales no deben ser normativas.
[ii] http://plataforma-colectiva.blogspot.com/