Agroquímicos, transgénicos y alimentos procesados. El pan de cada día
“El problema de la agricultura actual, es que no es un sistema orientado a la producción de comida, si no a la producción de dinero”.
Con esa frase, Bill Mollison, describe la lógica actual de la industria alimentaria mundial. La obsesión por aumentar la producción y reducir costos en pro de ganancias económicas ha derivado en que hoy sea prácticamente imposible comer de forma saludable y/o libre de culpa, ya sea por los efectos en la salud que provocan los alimentos que consumimos o por los impactos ambientales e implicancias éticas que pesan sobre la agroindustria, la ganadería y la pesca industrial.
El uso de agroquímicos (insecticidas, herbicidas, fungicidas, plaguicidas y fertilizantes) y productos genéticamente modificados en la agricultura es una práctica común desde hace décadas. A su vez, los alimentos procesados que consumimos diariamente utilizan excesivamente azúcar, harina y sal refinada, generando una alimentación desequilibrada y altamente ácida.
El avance tecnológico en la investigación de las consecuencias de intoxicaciones y exposición prolongada a determinados alimentos comienzan a brindar un nivel de información hasta hace poco inconcebible, sobre todo respecto a la capacidad de evidenciar la exposición y los impactos que esta produce a largo plazo sobre la salud humana.
Ello ha permitido ir comprendiendo y evidenciando de mejor forma la relación que existe entre el sostenido aumento de enfermedades; como diversos tipos de cáncer, alternación del sistema inmunológico, discapacidad intelectual, malformaciones congénitas, entre otros, y el uso de agroquímicos y transgénicos para la producción de alimentos.
En Chile se utiliza una larga lista de plaguicidas e instecticidas, como clotianidina, tiametoxam e imidacloprid, prohibidos en la mayoría de los países de la unión europea debido a sus impactos en la salud de las personas, en especies polinizadoras como las abejas y el medio ambiente. Estos pueden causar daños severos en la salud humana tanto a partir de una única exposición a altas dosis, como también de exposiciones a lo largo de un extenso período de tiempo, aunque los niveles de exposición sean bajos.
El Servicio Agrícola y Ganadero (SAG) es quién autoriza el ingreso de agroquímicos a nuestro país, lamentablemente la legislación nacional no establece como obligatoria una evaluación sanitaria. Una vez introducidos los agroquímicos, no se cuenta con programas de seguimiento para evaluar el impacto de éstos en el ambiente ni en la salud de las personas, es decir no existe una estadística oficial respecto a la morbilidad asociada al uso de agroquímicos.
El único análisis periódico y nacional que mide los residuos de pesticidas en frutas y verduras lo realiza el SAG. El último análisis disponible corresponde al realizado en 2012, en él se determinó que el 3% de los productos supera el límite máximo de residuos que acepta la legislación -especialmente kiwis y cerezas- y que, además, el 1,5% excede el límite que exige el Ministerio de Salud.
Se estima que Chile utiliza un promedio de 10,7 kilos por hectárea de pesticidas, muy por sobre los niveles de países similares en producción agrícola. Los productos con mayor cantidad de residuos son las hortalizas para el mercado interno. Las principales causas son exceso de uso por parte de los productores, maquinarias de aplicación obsoletas y descalibradas, y falta de regulación que establezca normas y formas de fiscalizar.
Por su parte la irrupción de organismos transgénicos en la agricultura muestra un sostenido avance. De acuerdo a un informe del Servicio Internacional para la Adquisición de Aplicaciones Agro-biotecnológicas (ISAAA), los cultivos transgénicos alcanzaron un nuevo record con 175 millones de hectáreas en 2013. No obstante, de acuerdo a un estudio publicado en abril de 2014 por Amigos de la Tierra Internacional, dicho aumento se limitó a los seis países que producen el 90% de los cultivos genéticamente modificados, destacándose Estados Unidos, Argentina y Brasil, y representan solamente el 1% de los agricultores del mundo.
Debido a razones fitosanitarias; la incertidumbre científica respecto a los efectos de los alimentos transgénicos sobre la salud, así como también por el impacto que estos, y los plaguicidas asociados a su uso, provocan sobre la biodiversidad y medio ambiente, en la actualidad al menos 60 países ya tienen prohibiciones totales o parciales sobre los transgénicos entre los cuales se encuentran Suiza, Australia, Austria, China, India, Francia, Alemania, Hungría, Luxemburgo, Grecia, Bulgaria, Italia y Rusia. Países como México, Kenia, Egipto y Polonia recientemente suspendieron la producción de algunos cultivos transgénicos.
En Chile está prohibida la producción de alimentos y semillas transgénicas para su comercialización interna. Lo que no implica que hace años consumamos diariamente cereales, soja, aceites y golosinas fabricadas en base a este tipo de organismos. Según la propia Sofofa, aproximadamente el 70% de la agroindustria nacional utiliza materia prima genéticamente modificada en sus procesos productivos, con una superficie cercana a 7 mil hectáreas, considerando especies como maíz, maravilla, melón, papa, raps, remolacha, soya, tomate y zapallo.
Si no tenemos acceso a alimentos orgánicos, probablemente nuestra dieta está compuesta alimentos con agroquímicos y productos transgénicos. A esta situación hay que agregar los efectos de los alimentos procesados en nuestro cuerpo, los cuales debido al excesivo uso de harina refinada, azúcar refinada, y sal refinada, carecen de gran aporte nutricional y tienden a acentuar enfermedades como la hipertensión o diabetes.
El cuerpo humano procesa los alimentos enteros de manera muy diferente al de los refinados, procesados y a la comida “chatarra”. Los alimentos procesados tienden a estimular en exceso la producción de dopamina, también conocida como el neurotransmisor del placer, lo que los hace altamente adictivos. A su vez, los alimentos procesados contienen a menudo aditivos de fosfato que aumentan el sabor, la textura y vida de consumo. Sin embargo, estos aditivos son conocidos por causar problemas de salud como un rápido envejecimiento, el deterioro de los riñones y huesos.