Otra vez Herrera: Los horrores de Johnny
En la población Pablo de Rokha, en La Pintana, unos cuantos jóvenes desaparecieron después del 8 de diciembre de 2010. La mayoría de ellos dormía al interior de la Cárcel San Miguel, condenados a un promedio de 5 años por los delitos de robo y robo con violencia, cuando apenas pasaban la mayoría de edad. Durante la noche, una riña encendió por completo los hogares hacinados de los reos hasta terminar con la vida de 81 personas. Nadie les dio una segunda oportunidad.
Tras un extenso proceso judicial, el fallo de la justicia señaló que, pese a que existen responsables de la tragedia, no fueron las personas procesadas durante el juicio. Una de los lugares más comunes del poder resolutivo en el país.
El descaro de Herrera, el talentoso portero de la Universidad de Chile, sólo se explica en este contexto. Durante el 2009, protagonizó el atropello de la estudiante Macarena Casassus mientras conducía su automóvil a 91 kilómetros por hora. Pese a que la atención mediática y de los hinchas del fútbol se situó en la influencia de alcohol (0,46 gramos de alcohol por litro de sangre, al límite de lo permitido), uno de los factores determinantes en el accidente fue el exceso de velocidad.
Al Johnny de Angol, muchos años atrás, se le murió su hermano mayor en una situación similar, un triste episodio que el mismo arquero ha recordado en alguna de sus esquivas apariciones mediáticas. Sin embargo, pese a la brutalidad de la experiencia en carne propia, el portero de la U mostró su primera contradicción tras el accidente: en septiembre de 2012, fue sorprendido conduciendo en estado de ebriedad (1,06 gramos) a la salida de una fonda en Maitencillo. Entonces se consolidó su triste fama.
Cuando la pelota sí se mancha
Desde hace un largo tiempo, el nombre de Herrera ha creado un nuevo motivo de conflicto entre los hinchas del fútbol chileno y, principalmente, entre los dos equipos más populares del país. Enfrentado al odio de las barras y a su potencial dentro y fuera de la cancha de fútbol, el portero ha intentado seguir su carrera lidiando con el peso mismo de su oficio. “Al principio fue difícil, me costó, no es nada cómodo que te griten 50 mil personas lo que se escucha en las imágenes (asesino)”, comentó en una entrevista.
Tras el accidente de Cassasus, la familia de la joven y Herrera llegaron a un acuerdo reparatorio que implicó una indemnización de 25 millones. Sin embargo, tras el traspié del portero en Maitencillo, la familia decidió llevarlo nuevamente a juicio.
Ante la incredulidad de muchos, la justicia, sin embargo, decidió darle una nueva oportunidad al futbolista: recibió una condena de 41 días de pena remitida y dos años sin licencia de conducir. Ahí, instalado en la crónica policial de los medios, y con una carrera a cuestas ya opacada por sus errores fuera de la cancha, Johnny recibió el tímido cariño de una hinchada que se divide constantemente entre la gratitud hacia su entrega por el equipo y los funestos antecedentes penales del jugador. Variables difíciles de manejar cuando se tiene al fútbol como escenario principal.
Pasaron apenas unos meses. Durante la semana pasada, la fiscalía Oriente pidió una audiencia para formalizar a Herrera por tercera vez: en esta ocasión, el arquero de la U fue visto manejando un vehículo en las cercanías de la ANFP, en Quilín, pese a la suspensión de su licencia. Es decir, quebrantando su condena.
De cara al mundial de Brasil, los medios vuelven a dudar de su asistencia al campeonato. Entre los hinchas, un amplio grupo de seguidores señala que Herrera debería ser marginado del club de sus amores y de la propia selección nacional. Sus propios hinchas, esta vez, callan. Ya ni el más azul de los cariños sirve para excusar la inexplicable arrogancia con que el meta de la U se mueve fuera de la cancha, hipotecando su talento futbolístico, los sueños de El Bulla y la posibilidad concreta de representar a su país en la disputa que está ad portas de comenzar.
Lo más grave, no obstante, se vive lejos del arco de Herrera y Brasil: allá donde las ilusiones del pueblo pobre, cuya felicidad futbolera es una de las pocas de la vida, se adhieren a una camiseta para terminar defendiendo lo indefendible, al ídolo que no se cansa de decepcionar. Mientras, desde la otra vereda, los del equipo rival exacerban su odio por la U bajo el sustento de una impunidad que la hinchada no puede ni debe pagar en nombre del portero.
Así, las visiones de la propia sociedad respecto al funcionamiento de su justicia se terminan perdiendo en la cancha. Herrera persiste en sus conductas, auspiciado por la insistente parcialidad de la ley (con módicos precios cuando de futbolistas, empresarios y políticos se trata), y la opinión pública se hace parte de una discusión donde mandan los afectos a una camiseta. Sólo así se entiende que las últimas noticias sobre el golero se remitan a su asistencia a Brasil, pues, desde antemano, Chile tiene claro que la justicia no dirá nada nuevo sobre el jugador.
De la misma forma, en todo caso, la mayoría tuvo claro lo que sucedería con los 81 presos de San Miguel: fuera o dentro de la cancha, siempre son los mismos los que pagan y los que no. Esta vez, sin embargo, la arbitrariedad de la justicia roza de cerca las pasiones del fútbol y, desde escenario, da una nueva lección a sus espectadores sobre cómo funcionan las cosas por estos lados.