Agregaduría Cultural y Agencia “Ciudadana”
Javiera Parada ha sido designada agregada cultural en Estados Unidos. El asunto amerita algunas reflexiones, pero antes digamos un par de cosas a manera de contexto: el 3 de mayo de 2013 La Tercera informaba su renuncia al comando de Bachelet, donde era encargada de cultura. Su diferencia se originó en la renuencia de la Nueva Mayoría a realizar primarias parlamentarias. Luego, Parada tuvo un rol destacado en la campaña Marca Tu Voto, que impulsó la creación de una Asamblea Constituyente. Fue la vocera y principal líder de ese movimiento. En enero de este año, cuando las elecciones de Revolución Democrática pusieron a Pablo Paredes a cargo del partido, Parada fue elegida parte de la directiva con el cargo de Coordinador Redes Ciudadanas.
El asunto aquí son los tipos de aleaciones con los que se moldean los nuevos procesos políticos, que más allá de las “personalidades” y los nexos familiares que hoy inundan el campo, tienen que ver con el conjunto de tensiones que han ido configurando un nuevo mapa de fuerzas aún muy dinámico. Es por eso, precisamente, que ante el mencionado nombramiento muchos observan en retrospectiva por qué Marca AC no generó una interpelación efectiva al gobierno de Bachelet, después de un rendimiento en las urnas que evaluó positivamente.
Debe atenderse por tanto a la relación entre la eficacia de un bacheletismo que se las arregla para llegar bastante más allá de las fronteras de la Nueva Mayoría y el carácter de las nuevas fuerzas y los nuevos liderazgos.
Tomemos un ejemplo. Miguel Crispi, fundador del NAU y de Revolución Democrática, hoy se sienta en la mesa de conversación con los dirigentes estudiantiles del lado del ministro. Rocco también. Algunos se sentirán tentados a ver en ello la consumación de una traición, o la confirmación del viejo temor izquierdista de la cooptación. Por el contrario, creo que solo han seguido sus convicciones, lo que sin embargo representa en términos políticos una complejidad mucho mayor: cuando los dirigentes estudiantiles reclamaban al gobierno en la reciente marcha la falta de participación del movimiento en el proceso de elaboración de la reforma educacional, ¿se lo enrostraban también a los ex presidentes de federaciones de estudiantes, hoy asesores del ministro?
Es solo un ejemplo, como podrían mencionarse otros. Pero ilustra una indudable eficacia política del bacheletismo, que captura la parte más glamorosa de los nuevos liderazgos, y hace que puedan equilibrarse en una misma cuerda desde sectores de la actual dirigencia social hasta funcionarios de gobierno.
Un costo político fuerte que ello acarrea tiene que ver con la pérdida de espacio de otras fuerzas que, como el caso del PRO, capturaron en algún momento la disidencia que se articulaba respecto de la hegemonía concertacionista. Pero más allá, complica las posibilidades de incidencia de fuerzas de izquierda como las que lanzaron la reciente carta de 12 puntos y que intenta definir un lugar hoy casi abandonado –la izquierda, nada menos– en una cartografía que se le ha vuelto cada vez más mezquina.
Especialmente en torno a los temas eje del programa, el esfuerzo hegemónico del nuevo gobierno, requiere exhibir soportes sociales reales para sus proyectos, cuestión en la que, por poco visible que sea, ha invertido no pocas energías durante este tiempo. El tipo de liderazgo que representa Parada, pero también la paulatina formación de un arco de “sociedad civil” que se articula con la Nueva Mayoría en torno a problemas ambientales, los derechos humanos y la reforma constitucional, comienzan a dibujar un “interlocutor válido” con capacidad de despliegue social y convocatoria pública, una ciudadanía buena, sensata y comprensiva, con la que el “programa de los cambios” podría llegar a ser una nueva versión, algo más atrevida, de la justicia (social) “en la medida de lo posible”. Frente a ello, queda en juego la suerte futura de una movimientalidad social con efectiva capacidad de presión política.