El convidado de piedra
Me dice el filósofo ilustre que relate aquí lo que a él le da una profunda flojera hacer. “No admito nada que me saque de mi dulce no hacer nada” así que tú escribirás por mi. ¿Tema? Pregunto. Los morbosos entrecijos de Mitópolis y la inmensa fragilidad capilar de los mitopolitanos, sobre todo, la de los caraduras figurones. Yo, como el viejo cantor de tangos, adivino el parpadeo, y me lanzo a componer con los jirones de ideas que proporciona el ágora mitopolitana semivacía a mediamañana de este martes marceano, que avanza entre las expectativas de unos pocos y la indiferencia de unos muchos. Desde el fondo de la escenografía me llegan ramalazos musicales -si es que las marchas militares caben en la categoría de música. Yo pienso que es un enjambre ruidoso acompasado para que los marchantes se acuerden que tienen que caminar todos a idéntico ritmo, siguiendo la métrica cuadrada de este tipo de bulliciosa expresión castrense. Sobresalen los bronces y los percutores en el rataplán reiterado, que les proporciona “marcialidad”, como dicen los amantes de las fuerzas armadas, que no amadas, claro está. Pero es la armonía ambiental que arrulla el alma de la familia militar, re-presentada hoy por la figura presidencial que asume el gobierno. Eso como fondo.
Por otra parte, intentando un ejercicio de concentración en lo que mi mandante, el gran Diógenes, me pide, me sobreviene un incontrolable ataque de risa que contagia a los canes seguidores de mi patrón, que por respeto al sueño del filósofo ríe en sottovoce. Y es que el tema que aletea en los aires tiene directa relación con el orden de los factores, en este caso en el régimen de comensal. Es un tema de mesa, qué duda puede caber. Y qué mejor demostración de la mediocridad mitopolitana que elevar una cena social a la categoría de “noticia pública que se presta a todo tipo de interpretaciones”, según la miseria intelectual del editorialista de la Cloaca Dorada, el periódico que mejor interpreta a la canalla dorada mitopolitana. Que un diario de pretendido prestigio editorialice sobre la conveniencia o inconveniencia de organizar una cena, invitar a personas relevantes de distintos ámbitos institucionales, académicos y públicos, y que tales personas acepten la invitación, y por inmensa cortesía asistan a la cena, la disfruten y lo pasen chancho es, si no un exceso de intromisión en la vida privada de las personas, una tontería rayana en la estupidez. El desfasado editorialista, en pintorescos arrebatos de moralina, cita opiniones de “voces representativas de los Poderes del Estado”, claro que sin decir a quienes corresponden tales voces -es presumible un coro polifónico-, como es ya histórico en ese periódico, quizás por pudor, tal vez porque los coristas podrían sentirse ridículos al ser sorprendidos dedicando parte de su precioso tiempo a opinar sobre qué come quien, donde y con quienes. Aún más, lo que peor le parece al fulano editorialista es que la cena haya sido en casa de un senador de la republiqueta -se puede conjeturar que su redacción reactiva se debe a que, es posible, que él mismo no haya sido invitado- que no tiene representación institucional alguna -como si ser senador no fuera suficiente-,y confirma la idea del homenajeado principal en el sentido de que Mitópolis se parece como una banana a otra, a una república bananera, símil que ha conmocionado hasta el paroxismo a los cara de banana locales. El señor Contralor General, comensal importante en tamaña cena, ha querido poner las cosas en su justo lugar afirmando que “la independencia de los poderes del Estado no depende de un plato de comida” y eso es una verdad inobjetable del porte de la residencia del anfitrión, si cabe decirlo. Si hubiera sido un plato de monedas de oro, podría ser objetable, aunque no lo ha sido cuando se ha tratado de otras cenas en otras casas tan conspicuas, o más, que ésta. Quedará claro a los lectores que esa es una metáfora, porque las monedas de oro tradicionales hoy corresponden a barriles de petróleo, o caminos y carreteras, peajes, servicios públicos, parcelas de mar, en fin, esas cositas que pueden interesar sobremanera a los que no tienen intereses materiales. No olvidemos ni por un instante que la palabra “dinero” es de mal gusto y que ya no se usa, y que hoy se dice “recursos financieros”, hablando en plata.
Pero -en Mitópólis siempre hay un “pero” agazapado esperando su momento-, el editorialista y su coro de voces privilegiadas pero anónimas, recurren a otra opinión aparentemente especializada en la crítica de cenas, almuerzos, cocteles, asados, parrilladas y menudencias, esto es al “constitucionalista Patricio Zapata” que anuncia y expone su discrepancia con “la calificación de republicana que le atribuyó a su cena el senador anfitrión”, para, enseguida, ponernos al tanto de que: “La república supone distinguir cuidadosamente entre las motivaciones e intereses privados y las instituciones públicas que a todos nos pertenecen”.
Tengo previsto invitar a unos amiguetes filopolíticos que en alguna oportunidad de sus vidas han pasado por alguna subsecretaría ministerial. ¿Tendré que hacerme asesorar por algún reconocido constitucionalista para que me vise el cordero que voy a preparar y me autorice el invite con el fin de no alterar el correcto camino institucional y la normalidad republicana de esta sufriente nación, en la periferia de todos los imperios?
Y ya en la coda de esta sinfonieta, el editorialista se complica en su cita de Cicerón, quien dicen que habría orado en el senado romano, refiriéndose a Octavia, la esposa de Julio César, a quien su marido la habría hecho partícipe de sus negocios inmobiliarios en la periferia urbana de Roma, y a la que los rumores tansversales acusaban de enriquecerse aún más con el negocio: “la mujer de César, habría orado Cicerón, no sólo debe ser honrada sino, también, parecerlo”. El editorialista del primer diario de la nación, murmura Diógenes entresueños, no sólo debería ser inteligente sino, también, parecerlo.