La izquierda y el difícil camino de hacer historia desde el malestar
Para Emile Durkheim, uno de los fundadores de la sociología, el socialismo merecía la máxima atención como fenómeno a investigar. El francés detectó que solo en la historia moderna existía el socialismo. En cambio, formas comunistas las había habido siempre. Usando su metodología, según la cual cada hecho social nace de otro hecho social, concluyó que el socialismo nacía del capitalismo y que, específicamente, el socialismo es el malestar contra el capitalismo. A quienes somos de izquierda este diagnóstico nos tiende a preocupar, a desesperar inclusive. Y es que bajo este prisma devenimos en síntoma. No en vano, desde la izquierda Durkheim no es muy bien visto, por un conjunto de prejuicios que no viene al caso poner sobre la mesa, pero que en definitiva no son más que minucias. Sin embargo, vale la pena preguntarse si acaso el despliegue de las ideas socialistas, de la apropiación del Estado por las masas proletarias, no ha tenido algo más de espasmo de dolor, de malestar social, que de proyecto y convicción aguda. Al respecto, la respuesta de una investigación que hicimos con Carla Azocar y Carlos Azocar desde 2009 a la fecha (publicada recientemente bajo el título “El Chile profundo: modelos culturales de la desigualdad y sus resistencias”) nos ha mostrado que las matrices culturales de Chile son fundamentales aquellas que vienen desde la derecha (derivadas de la hacienda oligárquica y el capitalismo financiero neoliberal) y que su suspensión o critica tienden a aparecer en la medida que ellas devienen en fallidas. El estallido de 2011 y hasta la fecha podría no ser más que eso. La disidencia cultural desde la izquierda emerge como resistencia, pero poco más que eso.
El primer párrafo es devastador para la izquierda. Pero las teorías son linternas que deben iluminar un trozo de la realidad y si creemos que con Durkheim lo hemos visto todo, estamos equivocados. Marx vio un fenómeno distinto: los desposeídos, los explotados, los que con su trabajo construyen el capital de otros, harán palpable la contradicción operativa que subyace a sus relaciones de producción y terminarán convulsionando la sociedad. El malestar no será un padecimiento, sino una fuente de rebelión. El doliente se convierte así en sujeto político, en un actor capaz de llevar a cabo un proceso histórico. Las distorsiones y fantasmagorías (de la mercancía, de la ideología) quedan abolidas y, en dicho acto, la conciencia queda saturada de praxis. Cuando esto acontece, la izquierda triunfa y se constituye como fuerza histórica, como vanguardia transformadora. Como se aprecia, Durkheim ve muy bien que el socialismo puede ser simple malestar (y eso no lo ve Marx), pero el francés no ve lo que si ve el alemán, que el socialismo puede ser sujeto histórico, proyecto político y época.
Los movimientos sociales (y esto opera como hipótesis) nacen en el mero malestar, otorgando la razón a Durkheim. A medida que se profundizan, se suma a ese malestar la capacidad de impugnar diversas dimensiones de la realidad. Esa fuerza impugnadora lleva a un tercer rasgo: la historia pasa rápido, los movimientos son catalizadores de historia, la aceleran por la vía de su cuestionamiento constante. Se hace carne entonces eso de que se trata de transformar la historia y no sólo de interpretarla. Si el movimiento social continúa, es posible que se transforme en actor relevante de los nuevos trozos de historia que ha procurado. En el mayor nivel de impacto imaginable, el movimiento social puede convertirse en un sujeto histórico, en una entidad pletórica de eficacia histórica. Un movimiento social va desde Durkheim en su nivel más inicial y superficial, hasta Marx en su nivel más elaborado y profundo. Pero llegar al último estadio es difícil y muchas veces los movimientos quedan atrapados en sus primeras etapas.
Los movimientos sociales en Chile fueron espasmo de malestar (los pingüinos, por ejemplo), pero han logrado profundizarse algunos de ellos. El movimiento estudiantil de 2011 logró la escena de impugnación general, que todavía dura. Y luego consiguió acelerar radicalmente la historia. Y se convirtió en actor. Pero no es sujeto histórico (la clase obrera logró ser sujeto histórico durante el siglo XX, aunque ha perdido esa eficacia por razones que no vienen al caso detallar acá). Esto supone que el triunfo estudiantil sea intensamente cultural y débilmente institucional. Por esto, para lograr éxitos políticos, debe ser capaz de producir una energía enorme en el espacio público, asunto de muy difícil gestión constante. En cualquier caso, el desafío es evidente: lograr ser un sujeto político y no solo la fuente de denuncia del malestar. No se trata solamente de impugnar, sino de poner algo en vez de lo impugnado. Cuando la izquierda es malestar, se hace verosímil la noción de la derecha de ‘salto al vacío’ y con ello toma fuerza el conservadurismo. La única solución es salir del fenómeno que describe Durkheim y transitar al que describe Marx. No se trata de cambiar a Durkheim, porque precisamente en tener conciencia de su agudo diagnóstico radica la probabilidad de controlar el riesgo de haberse convertido en el mero espasmo de un dolor.
La denuncia del malestar social es el comienzo del camino para la izquierda, pero también es su aporía. Se necesita algo más para tomar la historia en las manos.