El demonio de los cambios
Parece indesmentible: Política y Demonología están íntimamente ligadas. A lo menos así tratan de hacerlo creer quienes manejan las comunicaciones para posicionar determinadas imágenes. Todo dentro de una estrategia que persigue el control del poder.
A más de 20 años del derrumbe de los socialismos reales, que marcó el término de la Guerra Fría, hay quienes se niegan a dejar de lado los estereotipos de aquella época. Sin duda hay falta de creatividad. Pero no se puede desconocer que la exacerbación del miedo casi siempre da buenos resultados. Ya sea utilizando imágenes que apunten a crear tensión por la falta de seguridad física y, especialmente, recurriendo a la manipulación arquetípica. Cuando se invade aquella área de los temores trascendentes. Es por eso que los conservadores estadounidenses hablan del Eje del Mal. No se trata de enemigos políticos solamente. Detrás de aquellos contendores está la maldad, la oscuridad, los ángeles caídos, el demonio. Desde fines del siglo IXX y hasta 1989, el comunismo fue presentado con esa identidad. Después del derrumbe del Muro de Berlín, su lugar lo ocuparon los terroristas y especialmente los islamistas. Sin hacer diferencia entre fundamentalistas fanáticos y seguidores pacífico de la doctrina de Mahoma.
Esa, que es una estrategia para imponer frenos conservadores a nivel mundial, tiene diferentes expresiones. En Chile conocemos de larga data las Campañas del Terror. Y es lo que han vuelto a hacer diferentes representantes del conservadurismo chileno ante la posibilidad de perder la presidencia de la República. Lucia Santa Cruz fue quien lo expuso con más detalle. Con una presentación rodeada de la parafernalia académica. Porque la academia también es el crisol donde se funden los frenos para mantener lo establecido como inamovible. Santa Cruz sostuvo que “el programa de Bachelet es el primer escalón para establecer el socialismo en Chile”. Si a eso se agrega que la coalición que apoya a la ex presidenta incluye a los comunistas, el mensaje es directo y sin tapujos. La ex mandataria es ahora retrógrada y pretende llevar a Chile al estéril desierto del socialismo fracasado.
Vinieron luego los aportes de otros ideólogos ultra conservadores, como Jovino Novoa, uno de los líderes indiscutidos de la Unión Demócrata Independiente (UDI). Éste ayudó a aclarar las diferencias que podría haber entre la anterior administración de Bachelet y una nueva. Antes, sostuvo, la Concertación estaba satisfecha con el modelo heredado de la dictadura del general Pinochet, de la que él fue funcionario. Pero cuando perdió la elección pasada, la aceptación del neoliberalismo terminó. Y ahora sí viene el socialismo.
Se muestra convencido de que es el intento de crear una especie de demonio incubo. Un engendro con facciones democráticas que cohabite en el sistema y lo destruya. Estaríamos en la víspera de algo así como un coito sacrílego.
Y las reflexiones de Novoa no dejan de ser llamativas. Se pregunta ¿Por qué ahora les parece que el lucro en la educación es malo? Incluso el lucro a secas, dice, es presentado como algo cuestionable. Novoa cree que este es el más grave intento socialista que coartar la libertad de emprendimiento. Otras amenazas que contiene el programa de Bachelet: “la minería, las aguas, y el espectro radioeléctrico son de dominio público”. Sin dejar de lado que “el Estado tiene que tener preeminencia en la educación, en la salud, en la previsión”.
En una extensa entrevista concedida a El Mercurio, el político UDI termina advirtiendo que la amenaza socialista es grave. Sobre todo que se piense en llamar a una Asamblea Constituyente que cambie la Constitución Política dejada por la dictadura y que hasta hoy determina el destino de Chile. Una última advertencia: el socialismo detendrá el esplendoroso desarrollo económico logrado por Chile. Al respecto es conveniente señalar que el malestar ciudadano no es obra de ninguna agrupación política existente en el país. Los movimientos sociales han superado claramente los parámetros de los políticos locales. El malestar proviene de un crecimiento económico que se ha concentrado en menos del 1% de la población. Y ello queda de manifiesto en que más de la mitad de los ciudadanos chilenos con derecho a voto no participó en la primera vuelta electoral para elegir a la más alta autoridad del país, realizada el 16 de noviembre pasado.
Parece evidente que el conservadurismo chileno recurre, una vez más, al miedo al cambio para evitar la pérdida del poder político. Aunque sabe que la verdadera manija del poder -el poder económico- quedará intocada, tal como ocurrió en los 20 años que gobernó la Concertación. Y como si tal experiencia fuera poco, es cuestión de mirar hacia los socialismos europeos, espejo desde donde sacan los socialistas chilenos sus ideas. Las distintas vertientes de la socialdemocracia no están poniendo en juego la globalización. Tampoco la preponderancia del sector financiero en su manejo. Es decir, ninguna amenaza al modelo neoliberal. Claro, reconocen la importancia del Estado en el control de un mercado que no es ni ciego ni sordo frente al poder económico. Para nuestros conservadores eso es mucho. En los próximos años, el demonio de los cambios seguirá creciendo. Tal vez no porque la nueva administración haga cambios profundos al modelo. Simplemente, porque más vale prevenir que curar.