Espectáculo, ética y el hampa política

Espectáculo, ética y el hampa política

Por: El Desconcierto | 22.11.2013

Le pido la palabra a mi heterónimo -Javier Maldonado- que en mi representación periódicamente escribe estas crónicas urbanas, porque quiero involucrarme yo mismo en lo que está sucediendo y escribo estas notas con mi nombre. Exigencias del asambleísmo. Consultado el directorio de canes que administra el ágora mitopólitana, nuestro territorio irrenunciable, todos coinciden en que los hechos recientes son, a todas luces, vergonzosos. Ni los mastines de guerra se maltratan como estos ciudadanos ejemplares. Guy Debord estaría feliz en Mitópolis viendo cómo sus tésis se cumplen a cabalidad. Los aportes faranduleros de los expertos en montajes de espectáculos, que dejan a los grandes circos callejeros casi en el ridículo, no contribuyen a mejorar la calidad de la exposición y exhibición de unas ideas prometidas más de difícil concreción. El show de los políticos es una regresión a los rings de lucha libre, el famoso catch-as-catch-can, o cachacascán, para ponerlo en la medialengua local. La agudeza intelectual de los viejos políticos, actores de sus dramas ideológicos, ha dado paso a la pesada retórica de la mediocridad y la opacidad esmerilada de unos hablantes expertos en no decir nada. Hablan sin decir, que es lo mismo que mirar sin ver u oír sin escuchar. Vemos, con mis amigos canes, a los ciudadanos perplejos en el ágora, mirándose los unos a los otros como diciéndose: ¿qué hacemos aquí? ¿quien nos necesita? Cruelmente, lo reconozco, les decimos que se han cumplido sus falsas ilusiones. Su voto, ciudadano de a pie, no vale nada, es decir, vale callampa, hongo. Ya sabemos, usted cumple con sus deberes ciudadanos y democráticos, y eso lo honra. Pero lo que no lo honra para nada es que usted siga creyendo que su voto tiene algún valor. No, no se equivoquen, no llamo a la abstención, llamo a la reflexión sobre el valor del voto. Una candidata al parlamento gana con una gran mayoría. Eso es así. La aritmética de Omar Khayyam así lo prueba: 4 es más que 2, en la aritmética clásica y durante siglos, desde más o menos el siglo III de la Era Común. Incluso los aritméticos y matemáticos cuánticos están dispuestos a creer en esa verdad. Pero en Mitópolis, estimado ciudadano, ese sistema de cálculo ya no sirve de nada. ¿Por qué? Piénselo. La ciudadana candidata ganó una gran mayoría sin embargo perdió. Es decir que en Mitópolis el que gana pierde. También basta con analizar someramente el entusiasmo de los que salieron segundos y que festejaron como si fueran primeros. Volvemos al tema en cuestión: ellos piensan -y creen a pies juntillas- que 25 es más que 46. Así que sí el ejemplo cunde . Y ya cundió porque esta democracia mitopolitana permite que entre el conjunto de parlamentarios correctamente elegidos conviva un tipo de parlamentario que no ha sido elegido por nadie en ninguna elección, sin votación, sólo por autodesignación y sin que nadie se conmueva y, aún más, que se transforme en una especie de intérprete jocoso de la realidad cotidiana. Y, lo que es peor, no sólo uno sino que más de uno. Así que el voto ciudadano es relativo y siempre sensible a no servir de nada. Se le exigen deberes, que el ciudadano respetuoso y consciente cumple con rigor ejemplar, pero se violan sus derechos con una simplicidad paradigmática. La democracia mitopolitana es inmensamente sospechosa. Y para abundar, a última hora el ágora se sorprende con la noticia de que el comandante de un candidato del grupo de los emergentes, cuya votación se disparó sin que nadie sepa aún por qué, una vez conocidos los resultados, sale al mercado a ofrecer al mejor postor las ideas del candidato y, se supone, los votos obtenidos como si estos fueran palomitas de maíz.

Un sociofilósofo contemporáneo anunciaba, urbi et orbi, a fines del siglo XX, que el siglo XXI “será ético o no será”. Los hechos, los sucesos, dan cuenta de que lo que en Mitópolis es crítico es la crisis ética. En Mitópolis, la reflexión del filósofo no se cumplirá. Aquí, la ética no sirve de nada, no está de moda, ni se lleva. Cualquiera que haga exigencias éticas, corre el riesgo de ser tratado como un idiota.idea  Hemos realizado el ejercicio democrático por antonomasia que es la elección de los candidatos a ocupar cargos parlamentarios y a la así llamada Primera Magistratura. Los días anteriores al día “E”, suman un conjunto de dimes y diretes vergonzosos, los candidatos rebajando la excelencia del proceso a una pelea de gallináceos en alguna arena rural y los equipos de campaña escarbando entre legajos judiciales en busca de lo más rojo de cada crónica roja personal. Hay investigadores especializados en la búsqueda de comportamientos objetables en la vida privada de quienquiera que sea, sabuesos jugosamente pagados, cómo no, con vínculos siniestros en los rincones más oscuros de los archivos policiales y judiciales. Algunos impresionan por su escacez argumental. Y estos comportamientos nos llevan a constatar que se perpetúa un discurso social alarmista que estigmatiza a la quiebra de los valores, el individualismo cínico, la liquidación de cualquier moral. Moviéndose de un extremo a otro, las sociedades contemporáneos cultivan dos discursos aparentemente contradictorios: por un lado la idea de una revitalización de la moral; por el otro el del precipicio de la decadencia que ilustra el aumento de la delincuencia, los guetos en los que reina la violencia, la droga y el analfabetismo, la nueva gran pobreza, la proliferación de los delitos financieros, los progresos de la corrupción en la vida política y económica. El ejercicio democrático por antonomasia ha sido rebajado, desde el modelo electoral, también llamado “sistema binominal”, a una aplicación instrumental de unos modos aritméticos demenciales y rídículos -si no dramáticos- en los que menos es mucho más que más. Quien pueda explicar por qué -y cómo- 34 es igual o mayor a 62, obviamente se ganaría el respeto nacional. Cuando una mayoría es menor que una minoría, algo anda mal. El legislador de facto, creador del sistema durante la dictadura civicomilitar, blindó el mecanismo indicando en el decreto que lo promulgó que para cambiarlo se requeriría un quórum de 4/7 que, dada la conformación del parlamento, es imposible de obtener. Había mala intención desde los inicios. Y es que fue concebido en los tiempos en los que los valores éticos habían caducado y la moral estaba interdicta. El supremo ideólogo, asociado al supremo inquisidor, respaldado por el grupo de los usurpadores encabezados por el hombre de atrás fijaron de antemano el destino de Mitópolis: menos, mucho menos, por más, mucho más.

Hubo una época en que los criminales lucían unos alias que daban cuenta del negro humor del hampa, aunque, la verdad sea dicha los alias no siempre los ponía el submundo y también hacía su contribución la policía y la crónica roja. Vivió, hasta que murió, en la antigua República de Chile, un delincuente avezado, criminal sin vuelta, que fue marcado con un nombre de guerra que producía espanto metafísico: el Alma Negra. El sujeto tuvo varios oficios y, entre ellos, el de matón al servicio de la política. Se contrataba para amenazar a los ciudadanos que querían participar con sus votos y, cuando había que hacerlo, golpearlos, “ablandarlos”, en la jerga política de la época, para convencerlos de que no votaran por el candidato de sus amores y sí lo hicieran por el patrón ue pagaba los servicios del Alma Negra. Eran esos los tiempos de los padrinos políticos que controlaban y manejaban a sus esbirros cuya función era la de convencer a las buenas gentes de que sus posiciones y convicciones políticas no tenían importancia alguna. Sólo tenían que obedecer, votar por quien se les decía, ganarse un par de zapatos nuevos, o un cordero, o unos pesitos. Las ideas daban lo mismo. Lo único que valía eran los intereses. También se conchavaba en este oficio a los boxeadores que no les iban muy bien en los rings y a los cesantes, víctimas de las crisis económicas que hacían grupos en las esquinas, en fin, gente de mala vida, así llamada. Ellos serían los agentes políticos, por lo general de candidatos de la derecha, la misma derecha que en su historial, que en la academia se llama curriculum, y, ya que estamos, en los círculos especializados, prontuario. La misma derecha que mantiene -aún cuando ocultísimo- su riquísimo prontuario demencial acumulado por años y años de intervensionismo, matonaje y tironeo. Hoy, ese comportamiento tiene la inestimable ayuda del sistema, del modelo y de la cultura inculta de los disvalores republicanos y la prepotencia del Poder. Una mayoría dominada por una minoría es algo sobre lo que es indispensable para el ciudadano republicano meditar, pensar,reflexionar, aunque no esté de moda.